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Los nazis que decían no saber nada del Holocausto

Posguerra

Se publican por primera vez las charlas detalladamente anotadas por el psiquiatra estadounidense Leon Goldensohn en Núremberg tras sus encuentros con Göring, Dönitz o Ribbentrop, entre otros

Juicios de Nuremberg, 1946. Primera fila, de izq. a dcha: Hermann Goering, Rudolf Hess, Joachim Von Ribbentrop, Wilhelm Keitel, Ernst Kaltenbrunner; Segunda fila: Karl Dönitz, Erich Raeder, Baldur Von Schirach y Fritz Sauckel

AFP

La tentación de maquillar nuestro pasado es muy fuerte, sobre todo cuando nos va la vida en ello. En 1946, los nazis que estaban siendo juzgados por los aliados trataron por todos los medios de eludir su responsabilidad criminal en el Holocausto. Sabemos lo que pensaban gracias a sus conversaciones con Leon Goldensohn, psiquiatra del ejército estadounidense. Estos textos acaban de ser publicados en Las entrevistas de Núremberg (Taurus), con una introducción de Robert Gellately, uno de los máximos especialistas en la historia del Tercer Reich. El lector experimentará un sentimiento de estupefacción al comprobar cómo destacados prohombres del régimen negaban los hechos más elementales.

El caso de Hermann Göring fue uno de los más llamativos. El antiguo comandante en jefe de la Luftwaffe rechazaba de plano cualquier protagonismo en los programas de exterminio de los judíos. Contra toda evidencia, afirmó que la política racial no era una cuestión básica para el nacionalsocialismo. De tomar su testimonio en serio, habrían sido muchos los nazis opuestos a las medidas antisemitas radicales. ¿Por qué no hicieron nada entonces para impedirlas?

Göring en el banquillo de los acusados, durante una sesión del juicio

Terceros

Göring da una excusa poco creíble: tenían demasiado trabajo ocupándose de temas más importantes. Por otro lado, no duda en presentarse como un benefactor que ayudó a judíos concretos cuando lo necesitaron. Respecto a las ejecuciones en masa, proclama su desconocimiento de lo que sucedía: “No sabíamos que se estaba exterminando a personas inocentes”.

Otra línea de su defensa consistía en echar la culpa a los demás. El antisemita verdaderamente maléfico habría sido Joseph Goebbels, un fanático violento. Como el que fuera ministro de Propaganda ya se había suicidado, formular esta acusación ya no implicaba el menor riesgo. De todas formas, los discursos contra los judíos estaban ahí. ¿Qué hizo Göring para intentar desactivar una prueba tan contundente? Acusó a la justicia aliada de sacar sus afirmaciones de contexto: “No se puede poner cada palabra dicha o escrita en los últimos veinticinco años en una balanza, que es lo que se está haciendo en este Tribunal. Palabras que quizá se dijeron en mitad de un arrebato, en medio de una crisis”.

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Por increíble que parezca, nos encontramos ante un alto dirigente del Reich que, a posteriori, aseguraba no haber sido antisemita y no haber odiado nunca a los judíos. Sin embargo, a continuación reconocía que sus palabras sonaban absurdas por venir del número dos de un régimen que había matado a cinco millones de judíos. En esos momentos, lo que de verdad sentía era que el Holocausto se utilizara “para ensuciar el nombre de Alemania”.

En cuanto al sufrimiento humano causado por las masacres, lo menciona con un tono más frívolo que otra cosa: “Me parece muy poco deportivo matar niños”. De todas formas, también da a entender que no se habría sentido especialmente molesto si los asesinatos hubieran servido para alcanzar la victoria.

Ignorantes e informados

El almirante Karl Dönitz también intentó eludir sus culpas con la excusa de la ignorancia. Detrás de las atrocidades se hallaban Hitler y Himmler, no los demás dirigentes alemanes. El Führer le había parecido un hombre razonable y no fue hasta muy tarde que advirtió la auténtica naturaleza de su política: “Ahora me doy cuenta de que tenía muy poca consideración por otros pueblos como los judíos o los estados vecinos”.

Según su versión de los hechos, él se había limitado a colaborar con Hitler en una guerra para defender a su patria. Eso no implicaba que hubiera sido cómplice del aniquilamiento de los judíos.

Dönitz y Hitler en 1945

Bundesarchiv, Bild 183-V00538-3 / CC-BY-SA 3.0

Joachim von Ribbentrop, por su parte, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, reconoció que la idea de que los judíos provocaran la Segunda Guerra Mundial era por completo absurda. La supuesta connivencia entre los capitalistas hebreos y los comunistas rusos tampoco le parecía real. Había estado en la Unión Soviética, con motivo del Pacto de No Agresión, sin observar a ningún judío en un puesto político importante.

En cambio, el comandante en jefe de Auschwitz, Rudolf Höss, admitió abiertamente su responsabilidad mientras hacía una descripción escalofriante de las cámaras de gas. En aquellos momentos, habría obedecido las órdenes de Himmler sin cuestionarlas. Eso sería así hasta la capitulación de Alemania, cuando se habría enterado de que, en realidad, no había necesidad de perpetrar ningún genocidio. Reconocía, por tanto, que su castigo debía ser la horca.

No obstante, las matanzas que había protagonizado no le quitaban el sueño. Cuando Goldensohn le preguntó si se sentía perturbado emocionalmente, su respuesta reflejó una profunda insensibilidad: “Solo noto que me duelen los pies y que estoy más preocupado por el bienestar de mi familia que por el mío propio”.

Los testimonios de los dirigentes nazis evidencian una conciencia moral en extremo deformada. En sus palabras lo que predomina es el ansia de justificación, ante los aliados y, sobre todo, ante la posteridad. Construyen, para exculparse, diversas estrategias. Los hay que niegan los hechos. Otros prefieren culpar a Hitler para dejar a salvo su propia honorabilidad.

Tribunal en sesión del 30 de septiembre de 1946

Bundesarchiv, Bild 183-H27798 / Desconocido / CC-BY-SA 3.0

De cualquier modo, sus visiones resultan radicalmente sesgadas. La memoria, en este caso, se halla a una distancia considerable de la historia. Si el televisivo doctor House hubiera leído sus alegatos, habría movido la cabeza con escepticismo antes de decir: “Todo el mundo miente”. Unos más que otros, podríamos añadir.