Ellos o nosotros: la polarización en las elecciones del Frente Popular

Segunda República

En 1936, las elecciones del Frente Popular evidenciaron que el país pasaba por un momento de altísima tensión en la que gente de derechas y de izquierdas esperaba el apocalipsis del triunfo del contrario

Manuel Azaña entouré de journalistes, en Espagne en 1936. (Photo by KEYSTONE-FRANCE/Gamma-Rapho via Getty Images)

Manuel Azaña, líder del frente de izquierdas, rodeado de periodistas en 1936 

Gamma-Keystone via Getty Images

Tras el estrepitoso fracaso de la Revolución de Asturias en 1934, parecía que la derecha tenía todos los triunfos. La izquierda, en aquel momento de crisis, decidió pactar entre sí. Era el único camino para recuperar el poder. Surgió así, hace ahora 90 años, el Frente Popular, una alianza heterogénea, en la que cabían tanto la izquierda moderada como la revolucionaria, que ganó las elecciones en febrero de 1936. Durante la campaña, tanto los progresistas como los conservadores apelaron al voto del miedo: bien contra el triunfo de la reacción, bien contra la victoria del comunismo. Se vivieron momentos muy tensos. En palabras del diario El Sol, España atravesaba un “estado de ansiedad y de inquietud”.

Para la derecha, el triunfo de la izquierda podía implicar la colectivización de los medios de producción o la ruptura de la unidad de España, de forma que esta acabara dividida en diversos estados soviéticos. Se esgrimían constantemente los fantasmas del marxismo y de la masonería, o la eliminación del derecho de la Iglesia a la enseñanza.

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La aguda crispación no era, obviamente, el estado de ánimo más adecuado para garantizar la estabilidad de las instituciones y la paz social. Gentes de ideologías contrapuestas tenían la impresión de jugarse algo más que el poder, el triunfo de un bando significaría el apocalipsis para el otro. Un editorial del periódico oscense La Tierra llamaba a sus lectores a definirse frente a los próximos comicios. Había que elegir una opción u otra, sin matices: “Nada, pues, de centro. O la derecha o la izquierda. Esos son los términos que Jesucristo estableció para los hombres y los pueblos. A la derecha, los buenos, los escogidos. A la izquierda, los réprobos, los condenados. En el centro, sólo Él”.

La Tierra, desde este conservadurismo radicalizado, no veía moderación en la izquierda sino todo lo contrario. Los socialistas solo iban a respetar las elecciones en caso de victoria; si perdían, se echarían al monte.

El conservador José Calvo Sotelo hablando en un mitin en San Sebastián, en 1935

El conservador José Calvo Sotelo hablando en un mitin en San Sebastián, en 1935

Dominio público

El Defensor de Córdoba, un diario católico, se movía en coordenadas mentales similares. El voto en las elecciones de febrero no era sino un arma con la que el ciudadano podía defender su religión, su hacienda, su libertad y su vida. No era momento de sutilezas ni de distinguir entre las diversas tendencias progresistas. Solo quedaba el camino de la intransigencia frente a los contrarios. Con la revolución, no podía pensarse en posibles consensos, sino en prepararse para luchar sin tregua.

A su vez, para El Debate, el aspecto primordial de los comicios era la defensa de la religión frente a la amenaza de la persecución anticlerical. Curiosamente, el diario no creía que España corriera el peligro de seguir el camino de los sóviets rusos. Aunque este fuera el ideal de socialistas y comunistas, la realidad económica del país no permitiría una copia exacta. Era más verosímil que la izquierda, ya en el poder, siguiera el modelo laicista de la revolución mexicana. España se jugaba su propia supervivencia. Votar a la derecha equivalía, así, a votar por la salvación nacional. De lo contrario, las “fuerzas de la revolución” conducirían a la muerte de la patria.

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Pero, más allá de los excesos de la propaganda, cualquier observador desapasionado podía comprobar que la izquierda se presentaba unida y la derecha en medio de mil discordias internas. La víspera de las elecciones, El Sol daba cuenta de cómo los conservadores parecían dejarse llevar por un furor cainita contra la gente de su mismo espectro político.

Desde el lado de la izquierda, los comicios se veían de forma muy similar, solo que invertida a la hora de asignar los papeles de buenos y malos. El Socialista, órgano del PSOE, apelaba, como hacía la derecha, al recuerdo de Asturias en 1934. Aquí se trataba, obviamente, no de olvidar una catástrofe, sino de mantener viva la memoria de los mártires y de luchar por la libertad de los encarcelados. Curiosamente, la reciente insurrección no se presentaba como lo que objetivamente fue –un fracaso sin paliativos–, sino como una victoria resonante contra el fascismo.

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Guardias en la playa de Gijón durante la revolución de Asturias de 1934 

Otras Fuentes

El Socialista también consideraba un imperativo moral acudir a las urnas. De ello dependía que la República pudiera consolidarse y recuperar su espíritu original, el del 14 de abril de 1931. Aquellos que no fueran a votar se degradarían a sí mismos “a la condición de los degenerados y los parias”. El sufragio constituía un arma para frenar a la “inmunda camándula derechista”. Había que elegir entre dos grandes opciones: la libertad o la esclavitud que representaban los reaccionarios.

¿Qué hicieron, mientras tanto, los anarquistas? Dividirse. La FAI continuó fiel a su filosofía antipolítica y propugnó la abstención. La CNT, en cambio, dio libertad a sus afiliados para que votaran o no. Muchos creían que era una irresponsabilidad no acudir a las urnas y permitir así que la oligarquía se alzara con el triunfo electoral.

Miedo en todas partes

Como hemos podido comprobar, la violencia verbal por ambos lados contribuía a retroalimentar los respectivos miedos. Todos podían esgrimir declaraciones del bando contrario para presentar en términos agónicos la contienda electoral. Puede decirse que determinados escritos eran propaganda para consumo de la propia militancia, pero nada impedía que el adversario tomara al pie de la letra unas palabras irresponsables. Así, aunque el Frente Popular defendía un programa reformista… ¿era del todo ilógico que los conservadores pensasen que, a medio plazo, vendrían medidas revolucionarias? Los socialistas, por ejemplo, dejaban entrever que algún día, cuando fuera oportuno, pondrían en práctica un cambio radical. “Ser revolucionarios siempre, pero hacer la revolución a su hora”, decía Prieto, dando a entender que, tarde o temprano, el programa de mínimos dejaría paso al de máximos.

Tal vez Alcalá-Zamora debió esperar un poco más antes de fijar en febrero la fecha de las elecciones. De esta forma, habría dado tiempo para que las pasiones se apagaran. Sin embargo, la consulta acabó convirtiéndose en un plebiscito sobre lo sucedido en Asturias.

Se ha polemizado sobre la existencia de un pucherazo, con supuestos votantes que acudieron a las urnas varias veces. Las sospechas de manipulación, de hecho, se remontan a los propios comicios. ¿Hay base para sostener esta acusación? Stanley G. Payne, poco sospechoso de veleidades izquierdistas, afirma que “en general, las condiciones del sufragio del 16 de febrero fueron buenas y las elecciones, en la mayoría de los casos, libres y justas”.

A su vez, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, en un polémico estudio, sostienen que las elecciones fueron “todo lo limpias que podían ser en la España de entonces”. Sin embargo, según ambos autores, tras las votaciones se desarrolló una campaña de intimidación en la que la izquierda ocupó las calles y forzó la dimisión del presidente del Gobierno, Manuel Portela Valladares. Le sustituyó un nuevo gabinete encabezado por Manuel Azaña, cuando aún no se había producido el recuento de votos. Sería en ese momento cuando el fraude inclinó el escrutinio, supuestamente, hacia la izquierda.

Gobierno constituido el 19 de febrero bajo la presidencia de Manuel Azaña

Gobierno constituido el 19 de febrero bajo la presidencia de Manuel Azaña

Dominio público

La tesis de Álvarez y Villa, publicada en 2017, no podía dejar de levantar una gran polvareda. Ellos afirmaron que no pretendían centrar el debate en la legitimidad o no del Frente Popular –cuestión que les parecía mal planteada–, pero fue exactamente eso lo que sucedió. La derecha más extrema se apresuró a asegurar que quedaba probado que, en 1936, el verdadero golpe de Estado lo había dado la izquierda.

Mientras tanto, los historiadores progresistas respondieron con dureza. Dos de los más acreditados, Santos Juliá y Ángel Luis López Villaverde, señalaron que no existían en aquel momento dos bloques monolíticos, por lo que resultaba inexacto suponer que, de forma automática, los votos restados a una candidatura los ganaba la otra. Según López Villaverde, nadie negaba que había existido un cierto nivel de fraude –hecho de sobras conocido–, pero este había beneficiado en algunos casos a la derecha y en otros a la izquierda, por lo que podía decirse que sus efectos se neutralizaban mutuamente.

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Niceto Alcalá-Zamora

El hecho es que los conservadores, como los progresistas en 1933, no supieron o no quisieron encajar la derrota. “Los españoles de la derecha resultaron ser escandalosamente malos perdedores”, escribió Claude G. Bowers, el inteligente embajador estadounidense, para añadir de inmediato: “En los círculos sociales de Madrid parecía como si existiera un luto general por los muertos de una gran batalla”.

Existía, sobre todo, un poderoso sentimiento de miedo. En Catalunya, Francesc Cambó, el multimillonario líder del nacionalismo conservador, se apresuró a retirar de su domicilio algunas pinturas valiosas para ponerlas a buen recaudo en Italia y Suiza. El predominio de la izquierda le producía una profunda inquietud y temía, como tantos otros, el desbordamiento de las masas revolucionarias. Lo que estaba en juego no era una pugna entre democracia y dictadura, sino entre civilización y barbarie.

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Francesc Cambó, líder de la Lliga Catalana Regionalista, se dispone a pronunciar un discurso en el Palau de la Música Catalana

Carlos Pérez de Rozas / Colaboradores

Entretanto, los izquierdistas, aunque habían ganado, no acababan de entender por qué la derecha, pese a su derrota, seguía teniendo tantos votos. No podía decirse que todos ellos procedieran de las clases dominantes. ¿Quiénes eran los traidores al pueblo que apoyaban el conservadurismo?

Así las cosas, no resulta extraño que se dispararan todo tipo de miedos y maximalismos. No había espacio para la negociación. La búsqueda de un punto medio se identificaba, por principio, con una tibieza culpable. El color gris simbolizaba la falta de vida y de corazón. Como suele suceder en estos casos, las palabras gruesas acabaron por traducirse en hechos. Según datos de Pamela Beth Radcliff, la primera mitad de 1936 arrojó un saldo de entre 260 y 500 muertos por violencia política.

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Pero ¿de verdad había motivo para que se desatara el pánico? ¿Tan extremista era el Frente Popular? Algunos historiadores señalan que el “coco” izquierdista fue, en realidad, bastante moderado. José Villa Rodríguez, en su tesis doctoral sobre Andalucía, señala que los partidos que apoyaban al gobierno no tenían nada de revolucionarios: “Por tradición política y posición ideológica eran partidos liberales, de centro izquierda, demócratas, laicos, de tendencia económica liberal, defensores de la propiedad privada”.

Pero la situación era, de hecho, mucho más compleja. Los partidos burgueses iban de la mano del PSOE y el PCE. ¿Por qué hacer caso entonces al programa mínimo de estas organizaciones y no a su programa máximo? Miguel Maura, en un artículo de prensa, señalaba que, por más que el gobierno quisiera hacer ver que la gestión del programa era asunto suyo, en la práctica, a nivel provincial, se hallaba desbordado por las masas anónimas.

ESPAÑA TRIUNFO DEL FRENTE POPULAR: MADRID, 20/02/1936.- El politico republicano Pedro Rico (bajando del primer coche), es recibido con una manifestación de júbilo a su llegada a la plaza de la Villa para tomar posesión como alcalde de Madrid tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero. EFE/Díaz Casariego/jgb

El politico Pedro Rico (bajando del primer coche) es recibido con una manifestación de júbilo a su llegada a la plaza de la Villa para tomar posesión como alcalde de Madrid tras el triunfo del Frente Popular

EFE/Díaz Casariego

La percepción importaba, como siempre, más que los hechos. Para El Siglo Futuro, el Frente Popular español, como el Frente Popular francés, era un invento al servicio de la bolchevización. España corría el mismo peligro que Francia, donde se multiplicaban las huelgas y las ocupaciones, bajo un gobierno en manos de un judío, Léon Blum, con amplia representación de la masonería. Frente a esta amenaza, la táctica del mal menor o “malminorismo” suponía una irresponsabilidad. El periódico integrista hacía estas reflexiones el 16 de julio de 1936, cuando la guerra estaba ya a punto de iniciarse.

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