Rodrigo Villalobos, doctor en Arqueología Prehistórica: “Sociedades de la Edad del Bronce no desarrollaron aristocracia por voluntad colectiva de resistir a déspotas y explotadores”
Entrevista
El especialista reflexiona en su libro ‘Hoces de piedra, martillos de bronce’ sobre el origen de la desigualdad durante la prehistoria, período en el que coexistieron la opresión y la solidaridad
Rodrigo Villalobos García, doctor en Arqueología Prehistórica y autor del libro ‘Hoces de piedra, martillos de bronce’
Doctor en Arqueología Prehistórica por la Universidad de Valladolid, Rodrigo Villalobos García publicó en 2022 Comunismo originario y lucha de clases en la Iberia prehistórica. Aquel ensayo, hoy inencontrable (la editorial cerró), abordaba el origen de las desigualdades y el antagonismo entre plebeyos y aristócratas durante el Neolítico, el Calcolítico y el Bronce Antiguo. Tres años después, Ático de los Libros reedita la obra con relevantes actualizaciones científicas y el prometedor título de Hoces de piedra, martillos de bronce.
El trabajo examina la compleja organización de las sociedades prehistóricas y el nacimiento en ellas del patriarcado, la propiedad privada y el Estado, conceptos sobre los que Friedrich Engels teorizó a finales del siglo XIX, cuando la arqueología poco o nada tenía que decir sobre esos temas. En pleno siglo XXI, esta ha avalado lo que la etnografía ya había sugerido: que el “comunismo originario” existió realmente.
La península ibérica ofrece sugestivos ejemplos de ello en la cultura de El Argar, que se desarrolló en las actuales provincias de Almería, Murcia y Granada entre 2000 y 1500 a. C. y que pudo colapsar por la revuelta de los de abajo contra los de arriba. Pero, más allá de la violencia, aquellas sociedades “primitivas” nos ilustran sobre lo mucho que podemos conseguir “cooperando con similar reconocimiento de todos los miembros de la comunidad”. Desde monumentos hasta poblados enteros. Y es que, como concluye Villalobos, en el fondo “‘ellos’ son tan parecidos a ‘nosotros’ como ‘nosotros’ a ‘ellos’”.
Yacimiento de La Almoloya, en El Argar, Murcia
La prehistoria es la gran ausente en los libros y manuales de historia y, en cierto modo, todavía tenemos la costumbre de mirar a nuestros remotos antepasados por encima del hombro. Pero desde un punto de vista popular, ¿diría que se está revitalizando el interés por ese período? ¿De qué modo puede contribuir su estudio a entender mejor nuestras sociedades?
Opino que la prehistoria sufre una paradoja y es que, a pesar de que suele llamar la atención y recibir cierto interés por parte del público, al mismo tiempo sucede muchas veces que se desgaja del resto de la historia, como si fuera una cosa aparte. Para mucha gente la historia sigue empezando en Sumer.
Pero la prehistoria ofrece montones de trayectorias históricas de todo tipo, muchas de ellas ajenas a situaciones más modernas como gobiernos despóticos, patriarcado o explotación económica. Es toda una muestra de la plasticidad humana en cuanto a formas de organización económica, social y política.
Para Marx y Engels, “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de clases”. ¿Toda? En su opinión, ¿cabría hablar de “comunismo originario” en sociedades sin Estado?
Efectivamente, Engels tuvo que corregir esa afirmación cuatro décadas después de escribirla en 1848, pues conoció la etnografía de los iroqueses, una sociedad en la que el territorio era de propiedad colectiva, en la que las mujeres gozaban de importantes cotas de influencia y en la que las decisiones políticas se tomaban de forma muy democrática, es decir, por consenso y tras deliberaciones en las que participaba todo el mundo.
No obstante, la etnografía de otros lugares del mundo también ha revelado que hay otras sociedades sin estados burocráticos pero con desigualdades de género y clase, por lo que la realidad resulta bastante heterogénea.
¿Qué hay de mito y qué de realidad en el matriarcado prehistórico?
Es una idea del siglo XIX que se ha perpetuado, yo creo, por una confusión de conceptos. Existen sociedades matrilocales, en las que el hombre se muda a la residencia de la mujer, y matrilineales, en las que los hijos pertenecen al clan de la madre, y suelen ser sociedades en las que la mujer controla parte de los aspectos económicos y políticos. Pero en ese tipo de sociedades el hombre también tiene su espacio de forma complementaria.
En todo caso, lo que no se conoce con seguridad es una sociedad “matriarcal” en la que, por contraposición al patriarcado, sea la mujer la que domine y oprima al hombre.
Representación decimonónica de una mujer prehistórica, por el pintor francés James Tissot
Otro mito muy recurrente podría ser el de las ciudades plenamente igualitarias, como el caso de Çatalhöyük, una aldea neolítica descubierta a mediados del pasado siglo en Turquía. ¿Fue o no aquel un atípico ejemplo de igualdad?
De nuevo creo que es una confusión conceptual, pues Çatalhöyük era efectivamente una sociedad sin clases, sin una aristocracia que explotase o gobernase al resto de una población que debiera pagarles tributo y someterse. Pero la etnografía y la arqueología nos demuestran que hay sociedades sin clases en las que existen determinadas desigualdades. Y en Çatalhöyük hay indicadores arqueológicos de que habría unas familias más ricas que otras, como son las diferencias entre el tamaño de las viviendas y una desigual distribución de molinos, herramienta esencial para la subsistencia en una economía cerealera.
Arqueólogos excavan en las ruinas de Çatalhöyük
Según algunos investigadores, en la Edad del Bronce –con la muy estudiada cultura de El Argar en la península ibérica–, aparecen el Estado, las “identidades nacionales” y la jerarquización por clases sociales, notoria en los tipos de tumbas y ajuares. ¿Tuvo que ver el colapso de esa civilización –relativamente efímera– con una revolución de las clases explotadas frente a la aristocracia?
Efectivamente, esa es una hipótesis bastante reciente, obra del equipo de la Universidad Autónoma de Barcelona que lleva décadas excavando y estudiando yacimientos argáricos: creen que la abrupta destrucción de poblados fortificados, junto con la desaparición de los artefactos que simbolizaban el poder de la aristocracia argárica, son indicadores que hablan a favor de ello.
¿Se conocen o intuyen otros ejemplos similares de resistencia a la tiranía o la explotación en la prehistoria reciente peninsular?
No en forma de revolución, pero sí de resistencia: las sociedades peninsulares de la Edad del Bronce que no habían desarrollado aristocracias explotadoras, aun viviendo similares circunstancias tecnológicas que las de El Argar y que las de otras culturas del sur y este peninsular, habían sido definidas tradicionalmente como atrasadas o subdesarrolladas. Pero existe otra forma de ver esto, y es la de que no desarrollaron esas aristocracias no por falta de capacidad, sino por voluntad colectiva de resistirse a los déspotas y explotadores.
La tumba 38 de La Almoloya (Murcia), con los restos de dos esqueletos, es una de las más ricas halladas en un asentamiento de la cultura de El Argar
Además del tamaño de las tumbas y los ajuares, ¿qué otros elementos pueden desvelarnos la desigualdad y la organización en las sociedades primitivas?
Los ajuares y las tumbas nos muestran la prueba cultural de la desigualdad: personas que quieren exhibir su estatus o poder. Pero hay otras pruebas más directas, que son las que proceden del estudio de los huesos. Así, mediante determinados desgastes se puede saber qué personas realizaron más trabajo físico, o mediante análisis químicos se puede conocer su alimentación.
Según qué isótopos compongan nuestros huesos puede deducirse en qué lugar de la cadena trófica nos encontramos, si dieta vegetal o dieta animal, muy relacionada esta segunda con clases altas en las sociedades preindustriales. Además de ello, los estudios de ADN antiguo empiezan a emplearse para identificar las relaciones familiares entre inhumados y permiten indagar en si las clases aristocráticas eran todos parientes endogámicos o no.