Oro en el ajuar argárico: los orígenes de la ‘princesa de los Cárpatos’ en el MAN
Exposición
Una muestra en el Museo Arqueológico Nacional en colaboración con el MARQ rastrea los orígenes de una joven que pudo cruzar el Mediterráneo hace 3.500 años y llegar a Orihuela con un ajuar repleto de oro
Espirales y anillos del yacimiento de la Ladera de San Antón, Orihuela (Alicante)
“Víctima de la ciencia”, leemos en el periódico La Iberia del 1 de febrero de 1909, el padre Julio Furgús, de la Compañía de Jesús, murió tras despeñarse desde el monte oriolano de San Miguel. Tenía 53 años. Entre misas y sermones, el sacerdote se había labrado una merecida reputación como arqueólogo. De hecho, en 1902, fundó en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela el considerado primer museo arqueológico de Alicante, parte de cuyos fondos nutren hoy el Museo Arqueológico Comarcal de esa localidad, el Museu d’Arqueologia de Catalunya y el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ).
Sus investigaciones se centraron, esencialmente, en la cultura de El Argar, así llamada por un yacimiento en el municipio almeriense de Antas, excavado por los hermanos belgas Enrique y Luis Siret a finales del siglo XIX. En realidad, la sociedad argárica prosperó entre 2200 y 1500 a. C., durante la Edad del Bronce Antiguo, por todo el sureste de la península ibérica y tuvo en Alicante uno de sus focos principales, tal como confirmaron las excavaciones que Furgús llevó a cabo en la Ladera de San Antón de Orihuela y en las Laderas del Castillo de Callosa de Segura.
Su trabajo pionero Tombes préhistoriques des environs d’Orihuela, publicado en 1905 en los Annales de la Societé d’Archeologie de Bruxelles, institución de la que era miembro, incluía la descripción de un singular enterramiento en el yacimiento de San Antón. El sitio había sido descubierto en 1871 por el coronel de Ingenieros Santiago Moreno Tovillas, si bien las investigaciones de este no vieron la luz hasta 1942, en el número 7 de la “Serie de Trabajos Varios” del Servicio de Investigación Prehistórica.
“La princesa de los Cárpatos. Oro argárico de San Antón. Orihuela, Alicante”, en el MAN hasta el 25 de enero de 2026
En virtud del inusual número de tumbas, más de seiscientas, Furgús asoció la Ladera de San Antón con una necrópolis, sin vislumbrar que, en realidad, había constituido toda una aldea, o poblado –las tumbas se hallaban debajo de las viviendas–, situado a 2 km al norte de Orihuela, en la primera estribación de la montaña de La Muela, y a 60 al sureste de Alicante. De acuerdo con los distintos rituales de enterramiento, el sacerdote distinguió entre cremación e inhumación, y dentro de esta habló de cromlechs, túmulos, fosas, urnas y losas, las tres últimas descritas ya por los hermanos Siret.
Bajo la bóveda de piedra
Resulta muy significativo que el jesuita dedicara nada menos que tres páginas de su separata a la tumba de la que hoy conocemos como la princesa de los Cárpatos, que debió de vivir en un intervalo comprendido entre los años 1900 y 1650 a. C. Furgús caracterizó su enterramiento como un túmulo, aunque ese término, para Enrique Siret, se prestaba a cierta confusión, ya que no tenía mucho que ver con los monumentos tumulares centroeuropeos de la Edad del Bronce.
De tamaño mediano, presentaba una cámara interna más o menos ovalada y delimitada por piedras. Otras piedras, de gran tamaño, se apoyaban sobre las paredes de la cámara y servían como tapa de la tumba, creando el efecto de una bóveda. En su interior, comparecía el esqueleto de una mujer, recostado y flexionado sobre su lado derecho, con los huesos del brazo y el antebrazo teñidos de rojo y negro, y el del cráneo, que un trabajador hizo pedazos por su “torpeza”, orientado hacia el oeste y embadurnado de negro.
Acuarela que recrea a la Princesa de los Cárpatos del yacimiento de San Antón, Oriuela
La tesis de Furgús, ampliada en la versión castellana de ese trabajo fundacional, era que el cuerpo había sido quemado en una pira funeraria y, más tarde, envuelto en un lienzo, adornado y pintado antes de su sepultura “conforme a la costumbre de aquellas remotas edades”.
A falta de esqueleto –¡qué no haría hoy con él la arqueometría!–, los científicos han revisado la fotografía de un fragmento del cráneo y de parte de la mandíbula, y con ese soporte tan precario han concluido que su edad debió de rondar entre los quince y los diecisiete años. Junto con la descripción de los restos, el sacerdote pormenorizó las piezas de su ajuar, objeto de la exposición que la Sala de Novedades Arqueológicas del Museo Arqueológico Nacional acoge hasta el 25 de enero de 2026 con el título “La princesa de los Cárpatos. Oro argárico de San Antón. Orihuela, Alicante”.
Conos y otras piezas
Dos espirales de plata, una a cada lado del cráneo; un cuchillo de cobre de 14 cm, a la altura de la cintura y envuelto en un paño de lino; un punzón de metal insertado en su mango y otro de hueso, este último de baja calidad; una vasija de cerámica hecha a mano, de gran tamaño y bastante tosca, hallada frente a su cabeza; tres conchas marinas perforadas; dos pequeños discos de marfil; una docena y media de guijarros redondos del tamaño de una nuez y un conjunto de 73 diminutos conos de oro perforados, de 3 milímetros de grosor, entre las vértebras del cuello.
Todo ese material inventarió Julio Furgús en esa cista –término más apropiado que túmulo–, si bien, durante años, solo su palabra sirviera para certificarlo, ya que buena parte de las piezas permanecieron extraviadas, a excepción de unos cuantos conos de oro y las dos espirales de plata. Por suerte, otras fueron apareciendo en distintos fondos museísticos –el trasiego de la colección Furgús daría para una novela–, y por lo menos hoy disponemos de 42 de los 73 conos. Teniendo en cuenta que nadie sabe cuántos se perdieron durante la misma excavación y que el Colegio de Santo Domingo de Orihuela no salió indemne de la Guerra Civil, cabe sentirse afortunados.
Ajuar del yacimiento de la Ladera de San Antón, Orihuela (Alicante)
Al fin y al cabo, ese conjunto de minúsculos conos es lo más relevante de la tumba, ya que el resto del ajuar está “conformado por objetos habituales en el registro funerario argárico”, tal como explican J. A. López Padilla, F. J. Jover Maestre, R. E. Basso Rial y M. P. Quiles en su artículo “Una excepcional sepultura argárica de San Antón (Orihuela, Alicante)”. Pero ¿qué la hace tan excepcional?
Únicos en España
La respuesta más simple es que en ninguno de los yacimientos argáricos se ha encontrado nada parecido en el contexto de la Edad del Bronce peninsular. Para dotarles de una genealogía, habría que saltar hasta la cuenca de los Cárpatos, como adivinó el arqueólogo Dirk Brandherm en 1996, cuando los vinculó con el tesoro de Kápolnahalom, en el noreste de Hungría. Ahí, en la Europa oriental, entre ese país, Eslovaquia y el sur de Alemania, a más de dos mil kilómetros de distancia, esas piezas, hechas de oro o bronce siguiendo la técnica del embutido –la lámina se introducía en el molde con un golpe, y luego era pulida y perforada–, se cosían sobre las ropas de gala, y así se hizo entre el Calcolítico y el Bronce Final, o incluso el principio de la Edad del Hierro.
¿Fue así como viajaron, cosidas a un vestido que se envió como un obsequio exótico? ¿O tal vez las llevara en sus ropas la joven inhumada en la sepultura? También es posible, aunque bastante dudoso, que un orfebre de los Cárpatos se desplazara a la península para fabricar esos adornos. Entre marzo y octubre de 2024, la exposición “Dinastías”, en el MARQ, que custodia este tesoro y ha colaborado con el Museo Arqueológico Nacional en la organización de la muestra, brindó algunas claves sobre los lazos que El Argar estableció con otras civilizaciones de la Edad del Bronce europeas.
Aquel montaje reveló que las culturas de El Argar, Aunjetitz/Únětice (Bohemia) y Otomani Füzesaboni, en la cuenca carpática, habían impulsado su industria metalúrgica y de materiales preciosos mediante el intercambio con pueblos distantes varios miles de kilómetros. Hay que precisar que en la sociedad argárica abundaban las joyas y otros objetos de plata, pero escaseaba el oro, lo que, en su caso, pudo justificar esos acercamientos. “Tenemos previsto avanzar con un proyecto de investigación sobre las propias joyas de oro y determinar su origen para poder seguir acumulando evidencias”, comenta Juan Antonio López, comisario de la muestra.
Conos de oro del yacimiento de la Ladera de San Antón de Orihuela (Alicante)
La necesidad de fortalecer esos primeros “reinos” de la Europa prehistórica alentó que los esponsales entre las élites se concertaran por “razones de Estado”, con el fin de forjar alianzas comerciales duraderas que empoderaran, aún más, a esa aristocracia. Por supuesto, no sabemos si los restos de la mujer enterrada en San Antón se corresponden con los de una princesa, pero lo que está claro es que los estudios de ADN avalan la exogamia de la sociedad argárica –es decir, la costumbre de contraer matrimonio con un cónyuge de otra tribu u otra región–, a la que se suma otro concepto antropológico: la patrilocalidad, según la cual la pareja casada vive bajo el mismo techo que los padres del marido, o cerca de ellos.
Si fue así –esto es, si los conos de oro fueron algo más que una ofrenda de carácter comercial y los llevó consigo una noble de más allá de los Pirineos–, ¿cómo pudo cruzar el continente? La autopista debió de llamarse mar Mediterráneo. Ya en 1973, el arqueólogo alemán Hermanfrid Schubart publicó en la revista Madrider Mitteilungen, editada por el Instituto Arqueológico Alemán, un esclarecedor trabajo, “Relaciones mediterráneas de la cultura de El Argar”, en el que argumentaba que “junto a los ritos funerarios hay costumbres referentes a las ofrendas y determinadas formas de las mismas que en la cultura de El Argar demuestran intensas relaciones mediterráneas”.
Detalle de la exposición “La princesa de los Cárpatos. Oro argárico de San Antón. Orihuela, Alicante”, en el MAN
Los contactos existían, pues –y más aún en San Antón, estratégicamente situado en el valle del río Segura, corredor entre la costa y el interior–, de modo que la hipótesis de una princesa de los Cárpatos enviada por sus padres para emparentar con una familia de similar estatus en El Argar ya no resulta tan descabellada.