Los mapas medievales no pretendieron romper con la geografía de la Antigüedad

Entre libros

La concepción del mundo medieval no se divorció del saber clásico, como demuestra el historiador del arte Kevin R. Wittmann en su nuevo libro, 'Orbe medieval'

Mapa del Liber chronicarum (siglo xv).

Mapa del 'Liber chronicarum' (siglo xv).

Aurimages

Asistimos a un incremento en la reivindicación de la Edad Media por parte de diversos autores que quieren desmontar la imagen de oscuridad que rodea a este período. Una corriente a la que ahora se suma Kevin R. Wittmann con Orbe medieval. Mapas y cultura en la Edad Media, libro breve y de agradable lectura que nos introduce en el fluir de los sistemas cartográficos desde la Antigüedad hasta el Medievo.

Su tesis fundamental es que la Edad Media no rompió con el conocimiento de Roma y Grecia, sino que se arrojó a las aguas del río de la historia de la cartografía para llevar estas destrezas a un nuevo nivel, hasta el punto de que todavía en mapas del siglo XVII podemos toparnos con descripciones de civilizaciones legendarias surgidas del imaginario clásico, gracias a que los eruditos medievales perpetuaron, junto con el conocimiento certero y objetivo, los mitos y las leyendas.

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En esta navegación fluvial a la que nos invita Wittmann por el universo de los mapas, conoceremos los aportes a la configuración de la geografía de grandes personajes. Como Ptolomeo, del que beberían con profusión tanto Mercator como Cristóbal Colón. O como los importantísimos Isidoro de Sevilla y Abraham Cresques, pasando por Plinio el Viejo y su categorización de las criaturas del mundo, o por iconos como Crates de Malos, creador del primer globo terráqueo.

El mundo representado

Y así llegamos a otra de las grandes reivindicaciones de Wittmann. Porque, frente a la tan extendida idea de que la Edad Media era terraplanista, este historiador del arte y especialista en representación del espacio geográfico nos ofrece una gran cantidad de ejemplos que desmontan el mito. Y lo hace defendiendo, además, la gran influencia medieval en los descubrimientos modernos y en la conformación de los mapas conocidos como portulanos, responsables de sentar las bases de las cartas de navegación, tan decisivas para los grandes imperios.

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Más allá de lo que podemos encontrar en sus páginas, conviene destacar que esta es una obra, pese a su temática poco generalista, amena, cargada de originalidad y repleta de un anecdotario que se disfruta como lector. Tiene, quizá, dos peros. Es un texto eurocentrista, así que los interesados en el mundo asiático no encontrarán mucho material al respecto. Además, aunque se agradecen los mapas e ilustraciones que acompañan las explicaciones del autor, se echa en falta que al menos algunos de ellos, como los extractos del Atlas de Cresques, aparezcan reproducidos en color. Dos aspectos que no empañan, sin embargo, esta creación tan recomendable.

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