“Todas las guerras comienzan con cursillos”

Baúl de bulos

La cita es de Ernst Jünger, un lúcido y culto guerrero alemán que luchó en casi todas las guerras de la primera mitad del siglo XX y que murió en 1998

Baúl de bulos

Baúl de bulos

Martin Tognola

La cita es de Ernst Jünger, un lúcido y culto guerrero alemán que luchó en casi todas las guerras de la primera mitad del siglo XX y que murió en 1998, a los 103 años, al ser nombrado capitán de la reserva e incorporado al ejército, en el mes de septiembre de 1939. Sus libros de memorias, novelas y ensayos sobre su participación en tantas contiendas son una fuente fascinante sobre las causas y el desarrollo de las repetidas explosiones de destrucción que marcaron el devenir de Europa bajo regímenes totalitarios, aunque, por muy excelsa que sea su prosa, hay que andar con mucho ojo a la hora de dar por buena su interpretación de los hechos o de su participación en los mismos, como ocurre, también, con las hechiceras y escalofriantes memorias de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, entre otras barbaridades.

Pues todo indica que esta Europa del siglo XXI, ensimismada, desorientada, más dividida que unida, fofa, egoísta, quejica y aún no liberada de sus fantasmas del pasado, sino todo lo contrario, ha vuelto a convocar a sus ciudadanos a participar en cursillos. Extremo que no presagia nada bueno.

Resulta que, ahora, en los países nórdicos, célebres hasta hace cuatro días por su pertinaz neutralidad, pero recién ingresados, ya todos, acojonados antes el empuje de Rusia, en la OTAN, van repartiendo entre la población folletos con recomendaciones prácticas para, en el caso de que se produjera alguna desgracia, afrontar las posibles crisis que se avecinan, que van de guerras, catástrofes naturales o ciberataques. Por el bien, se entiende, tanto a nivel individual de los ciudadanos, como por el nacional, que no necesariamente el de la Unión Europea. Noruega ni siquiera es país miembro del club.

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El folleto que se reparte en Suecia, de 32 páginas, informa sobre la ubicación de refugios antinucleares, el selectivo acopio a seguir de víveres, agua y medicamentos, amén de recomendar las únicas fuentes fiables de información, que a estas alturas de la película suena a un brindis al sol. Se diría que los cursillos en toda Europa están a la vuelta de la esquina. Y en esta Europa igualitaria, cabe la duda de que si, en caso de emergencia, ¿también serían llamadas a filas las mujeres?

Al otro lado del Atlántico, Pete Hegseth, el hombre que Donald Trump pretende poner al frente del Pentágono a partir del 20 de enero, afirma tajante que el ejército es cosa de hombres blancos, que es la única manera de salvarlo antes de que “lesbianas negras lo controlan todo.”

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Baul de bulos

En las postrimerías de la Alemania nazi, cuando todo parecía perdido, fueron millones las mujeres que se ofrecían a luchar codo con codo con los agotados soldados de la Wehmacht. Pero además de rechazar su patriótica oferta, que podía haber cambiado el rumbo de la guerra, Hitler les prohibió hasta la permanente. Churchill, en cambio, incluía en las bolsitas de supervivencia de las británicas, una barra de carmín y que las peluquerías funcionaran a todo rendimiento.

Dentro de poco, la señora Ursula von der Leyen presentará un “libro blanco sobre el futuro de la defensa europea”. Parece mentira que a nadie se le ocurriera hacerlo antes, máxime con dos guerras en curso y Trump haciendo gárgaras entre bastidores, a punto de salir de nuevo al escenario con la chistera llena de conejos, culebras y halcones.

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Aun así, se tratará, en todo caso, del “futuro” de nuestra defensa y, por desgracia nuestra, no del presente, que es donde nos hallamos, sintiéndonos cada vez más desorientados e indefensos.

Si se tiene en cuenta que Rusia dedica a estos menesteres nada menos que el 9% de su PIB o que la media europea apenas si alcanza un risible 1,9%, amén del terremoto que nos espera a partir del 20 de enero, empieza a estar escalofriadamente claro que lo único que nos pueda esperar en caso de tener que afrontar “crisis de guerras, catástrofes naturales o ciberataques”, es que nos cojan confesados.

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