La ceremonia de ayer en Notre Dame, el símbolo por excelencia del culto cristiano en París desde hace más de ocho siglos, registró una llamativa anomalía: estaba Donald Trump, pero faltaba el papa Francisco. Las piedras de la catedral han resistido catástrofes como el incendio del 2019 y también revoluciones, cambios de régimen y manipulaciones del poder político. Desde la Edad Media hasta hoy.
Vinculada estrechamente a la historia de Francia –aunque sus reyes eran coronados en la catedral de Reims y enterrados en la basílica de Saint-Denis–, Notre Dame fue fruto del auge económico y cultural de París, la antigua Lutecia romana, al hecho de ser un punto de paso para franquear el Sena, durante las cruzadas, camino de Jerusalén, y para los peregrinos que iban a Santiago de Compostela.
La novela de Victor Hugo ayudó a sensibilizar para la gran restauración del siglo XIX
La consagración de su altar tuvo lugar el 19 de mayo de 1182, pero las obras se prolongarían todavía durante dos siglos. El edificio sufrió diversas ampliaciones y cambios, además de una restauración integral en el siglo XIX, bajo la dirección del arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, después de que la célebre novela de Victor Hugo provocara un debate público sobre el fuerte deterioro del templo.
Uno de los hitos para los creyentes parisinos fue la llegada de las reliquias de la pasión de Cristo –la corona de espinas, un pedazo de la cruz y un clavo de nueve centímetros de longitud–, que trajo san Luis desde Constantinopla en 1239. Se conservaron en la Santa Capilla hasta la Revolución Francesa, y desde 1806 forman parte del tesoro de Notre Dame.
La catedral ha sido escenario de coronaciones y funerales de Estado, testigo de múltiples avatares de la historia europea. En 1431, por ejemplo, el rey de Inglaterra, Enrique VI, fue coronado rey de Francia cuando tenía diez años, pero nunca sería reconocido y abandonó el país. En agosto de 1572, seis días antes de la conocida como masacre de san Bartolomé, se casaron Margarita de Valois y Enrique de Navarra. En aquel trágico episodio de las guerras de religión, miles de protestantes de la capital murieron a manos de los católicos, una persecución que se extendería durante semanas en otras regiones.
El 10 de marzo de 1687, la catedral albergó el funeral con más pompa del reinado de Luis XIV, el Rey Sol . Fue para honrar a su primo Luis de Borbón, Gran Condé , fallecido tres meses antes. Las exequias, dignas de la época esplendorosa de Versalles, superaron todo lo que se había visto hasta entonces.
Durante la Revolución Francesa, Notre Dame, como otros bienes de la Iglesia, fue puesta a disposición del Estado y sufrió los estragos del vandalismo, con numerosos destrozos. Víctima de la descristianización, fue reconvertida, a modo de parodia revolucionaria, en un efímero “templo de la diosa Razón”, y después hasta sirvió como almacén de vino. Sin embargo, como ejemplo de las contradicciones de esa época turbulenta, el propio Robespierre, líder en el periodo del Terror, antes de ser guillotinado, gritó: “¡Viva Jesucristo!”.
Una de las imágenes más icónicas de Notre Dame en su vínculo con el poder político es el conocido cuadro de Jacques-Louis David sobre la escena de Napoleón I, el 2 de diciembre de 1804, coronando a su esposa Josefina después de haberse coronado a sí mismo como emperador. Pío VII, que vino expresamente desde Roma, fue humillado con un papel secundario, de simple unción y bendición de los flamantes emperadores.
Las palabras de Claire Élisabeth de Vergennes, condesa de Rémusat, en sus memorias hablan de un malestar papal que se podrían interpretar como un eco lejano de la negativa de Francisco a participar en una ceremonia de excesivo lucimiento político. La condesa escribió: “El Papa, durante toda aquella ceremonia, mostró siempre un cierto aire de víctima resignada, pero resignada noblemente”.