Un puñado de vagabundos tiene instalado su chiringuito en los soportales del antiguo estadio Apostolos Nikolaidis del Panathinaikos, en la avenida Leoforos Alexandros, a tiro de piedra del cuartel general de la policía de Ática, un importante hospital, la estación de metro de Ambelokipoi y un desvencijado edificio en forma rectangular que alberga a solicitantes de asilo y de cuyas ventanas cuelgan sábanas convertidas en pancartas. Es la otra cara de Atenas, la que no suelen ver los millones de visitantes de la Acrópolis y el Museo Arqueológico ni sale en las estadísticas macroeconómicas. Una realidad paralela.
Sobre el papel Grecia va viento en popa, casi tan bien como España, y así lo confirma el último análisis de la OCDE, con un pronóstico de crecimiento del 2,3% este año, el triple que la media de la Unión Europea. Hay trabajo en abundancia (de hecho, los empresarios se quejan de la falta de mano de obra cualificada), la inflación está controlada, fluye la inversión extranjera, la deuda como porcentaje del PIB baja cada año un poco más (aunque sigue siendo elevada), los bancos van a ser privatizados (signo de normalidad) y las agencias internacionales de rating le han devuelto el crédito. Todo ello, una década después de que la austeridad impuesta por Alemania y Países Bajos, y ejecutada por el Fondo Monetario Internacional, postrara al país y dejara a millones de griegos sin ahorros, empleos y pensiones.
El salario mínimo son 968 euros al mes y muchos griegos se quejan de “pagar precios ingleses con sueldos búlgaros”
Grecia ha salido del túnel oscuro en que estuvo metida, pero no todo el mundo ve la luz. Atenas es una ciudad moderna, la pobreza es invisible en el centro (eso no quiere decir que no la haya), y su principal problema –enorme paradoja– es que el estancamiento de sus antiguos verdugos de la zona euro y las economías industrializadas como Alemania actúa de freno e impide que crezca más.
En todas partes existe una discrepancia entre la macro y la microeconomía, que en los Estados Unidos le ha costado la presidencia a los demócratas. Las manifestaciones contra la austeridad en la céntrica plaza Sintagma han pasado a la historia y el barrio de Monastiriki rebosa de apartamentos turísticos y magníficos restaurantes con vistas al Partenón, pero hace un par de semanas los sindicatos convocaron una huelga que afectó al funcionamiento de los trenes, taxis, autobuses y ferris que llevan a las islas, y mostró el descontento latente, pero no logró el objetivo de paralizar el país.
“Es la historia de siempre, los ricos se han beneficiado enormemente de la normalización de la economía, la recuperación del crédito y la llegada de multinacionales con sus dólares constantes y sonantes, pero el salario mínimo son solo 968 euros, quienes perdieron sus casas y su dinero con la crisis no los han recuperado, y la subida de salarios no compensa el aumento de la gasolina, el gas, la electricidad y la cesta de la compra”, opina Yannis Manos en un café de Holargos, un barrio residencial de calles arboladas camino del aeropuerto, de clase media, agradable pero un poco destartalado. A él no le va mal, pero fue a la manifestación como gesto de solidaridad, es votante del Pasok, el Partido Socialista. “Hay aquí gente que ha de pagar precios británicos con sueldos búlgaros”.
“El primer ministro ha construido su hegemonía con una coalición de dos facciones, los oligarcas y apóstoles de la austeridad, y los trumpistas xenófobos de extrema derecha, que tienen amplia representación en el Parlamento y están subiendo en las encuestas”, advierte en un artículo en el periódico inglés The Guardian Yanis Varufakis, que fue ministro de Economía entre enero y julio del 2015 y negoció los términos del rescate financiero por el gobierno de izquierdas de Syriza (partido que luego abandonó).

El homenaje al estudiante Alexandros Grigoropoulos, de 15 años, muerto por la policía en el 2008, acabó en disturbios el pasado viernes en Atenas
“Más de la mitad de la inversión directa extranjera proviene de países como Alemania y Francia, que ahora tienen un crecimiento muy bajo, y ello es preocupante –señala el economista Antonis Fyssas–. Convendría una diversificación que diluya la dependencia del sector servicios y las exportaciones agrícolas”. Un problema adicional es la disminución del índice de natalidad y la cantidad de jóvenes que fueron a buscarse la vida al extranjero y no han regresado, y como consecuencia la falta de mano de obra. Mientras en otros países la tendencia es a reducir el número de horas que se trabaja, en Grecia hay una ley que permite a determinadas empresas industriales del sector privado, en circunstancias excepcionales (como el aumento de la demanda), imponer semanas laborales de seis o incluso siete días, con las horas extras pagadas entre un 40% y un 115% más. A pesar de la hostilidad a la inmigración por parte de la extrema derecha, se han relajado los criterios para conceder los permisos de residencia y de trabajo.
“Es una vergüenza, el regreso a condiciones laborales propias del siglo XIX”, dice Syriza, que denuncia que “los trabajadores sean tratados como esclavos en una democracia” y que uno de cada cinco personas corra el peligro de caer en la pobreza. Los griegos trabajan un promedio de 39,8 horas a la semana, la cifra más alta de toda la Unión Europa (donde el promedio es de 36,1 horas) y, a pesar de ello –y de las boyantes cifras macroeconómicas–, muchos sufren para llegar a fin de mes. Los nómadas digitales que huyen del invierno del norte de Europa (y se van en verano, cuando se pueden freír huevos en el asfalto de Atenas) han disparado los precios de los pisos, de compra y de alquiler.
“Nunca más volveremos a vivir el trauma de un país que se va a la bancarrota”, dice Mitsotakis, que salió reforzado de las elecciones de junio del año pasado con un 40,79% de los votos, por un 20,07% de Syriza y un 11,46% del Pasok. Ha subido el salario mínimo al tiempo que bajaba los impuestos y la burocracia para los empresarios, y va por delante de los plazos previstos en la devolución del dinero del rescate. La deuda pública es la más alta de la UE (un 166% del PIB), pero ha disminuido notablemente.
Esa es una realidad. La otra es la de quienes han de vivir con mil euros al mes de sueldo o de pensión. Grecia se ha curado de la austeridad, pero ha dejado cicatrices.