No hay precedentes de una recepción tan entusiasta por parte del mercado de valores a un presidente electo que la dispensada por la bolsa norteamericana a Donald Trump, incluso antes de que éste tome posesión efectiva por segunda vez del cargo el próximo 20 de enero. En el intervalo transcurrido desde las elecciones, las compañías estadounidenses cotizadas han visto aumentado su valor en más de 4 billones de dólares (billones españoles, millón de millones), una cantidad que supera la capitalización de toda la bolsa de Londres.
Paralelamente, el dólar se ha venido revalorizando, en torno a un 8%, frente una cesta de las principales divisas desde principios del pasado mes de octubre, lo que constituye un inquietante síntoma cara a la balanza comercial estadounidense. Como indicaba el Financial Times la semana pasada, muchos gestores de fondos se muestran escépticos acerca de las posibilidades reales de la administración Trump para debilitar significativamente la cotización del billete verde.
La amenaza de deportar a millones de migrantes tendría efectos sobre los salarios y la inflación
Ante esta situación, ¿optará el nuevo gobierno por un enfoque conservador tradicional que, sin renunciar a la prometida rebaja impositiva y a la desregulación orientada desde ese nuevo organismo encabezado por el multimillonario Elon Musk, permanezca atenta a la corrección de los desequilibrios macroeconómicos básicos, como el déficit federal o la deuda pública? O, por el contrario, ¿darán las Trumponomics rienda suelta a las propuestas más populistas del emperador de Mar-a-Lago, agravando seriamente los citados desequilibrios?
Aunque la dirección de la política económica en Estados Unidos está muy repartida, con la política fiscal en manos del Congreso y la política monetaria a cargo de la Reserva Federal (banco central), la influencia del poder ejecutivo no es menor, por lo que resulta importante la figura del secretario del Tesoro designado por Trump, Scott Bessent. Ex socio del Soros Fund Management, este licenciado por Yale fundó su propio hedge fund , el Key Square Group, y es un firme convencido de las bondades y la eficacia de la libertad de mercado.

Nunca un presidente había sido tan bien recibido por Wall Street
Pero la cabra tira al monte y, por el momento, el presidente electo no da señal de abjurar de sus promesas más populistas. En vano le advierten una pléyade de prestigiosos economistas de que la anunciada elevación indiscriminada de aranceles a Canadá, México y China acarreará inevitablemente un alza de la inflación, paradójicamente una de las razones en las que se basó su éxito electoral. También insiste en su objetivo de que su país alcance el dominio energético a través de la perforación indiscriminada –“drill, drill, drill”– para obtener más petróleo y gas, obviando la evidencia de que son las compañías energéticas privadas las que en su caso decidirán qué nivel de producción persiguen.
Pero, de largo, la promesa más arriesgada y de peores consecuencias económicas potenciales, por no hablar de las sociopolíticas, es el objetivo de deportar a un número ingente de residentes que permanecen presuntamente de forma irregular en Estados Unidos, que en la reciente entrevista que concedió a la revista Time Trumpcifraba en 21 millones de personas, un dato que no se corresponde con ninguna estadística fiable.
Fuentes solventes cifran la factura de tal éxodo en no menos de 300.000 millones de dólares y, en términos de empleo, implica reducir en cerca de un 5% la fuerza laboral del país. De nuevo, las secuelas en términos salariales e inflacionarias podrían ser extremadamente onerosas.
En su primer mandato, Trump fue perro más ladrador que mordedor y su relación con la verdad podría calificarse de flexible. Pero si algo está fuera de toda duda es que los mercados aprecian la estabilidad sobre todas las cosas, al tiempo de que no perdonan los experimentos populistas. Pronto sabremos a qué atenernos, apenas falta un mes para que llegue ese primer día en el que Trump ha prometido aprobar de un plumazo tantas y tan diversas cosas.