Los drones rusos atormentan Jersón

Guerra en Europa

El martilleo de los ataques ha vaciado la ciudad del sur de Ucrania, donde los pocos habitantes que quedan evitan moverse si no es necesario

In this photo provided by the Kherson Regional Military Administration on Thursday, Feb. 20, 2025, a building is seen heavily damaged by a Russian strike in Kherson, Ukraine. (Kherson Regional Military Administration via AP)

Un edificio de Jersón destruido por un ataque ruso

Kherson Regional Military Administration / Ap-LaPresse

Es temprano. El cielo está despejado y, por el momento, silencioso. No hay drones, no hay alarmas. Los corredores del mercado están vacíos, y las vendedoras –sí, todas mujeres– organizan sus puestos. Unas con verduras, otras con frutas, otras con flores y otras con encurtidos, como Galina, de 72 años, que lleva un delantal de volantes sobre la chaqueta. Lo adorna con un sombrero de lana rosa. Es la única que sonríe, la única que acepta que una cámara capte instantáneas de su puesto.

“Aquí todas tenemos miedo”, trata de justificar a sus compañeras. “Tenemos miedo de las explosiones, tenemos miedo de los días tranquilos, del silencio”, describe Galina, que puntualiza que muchas también tienen miedo de que el mercado aparezca en televisión, quede señalado y lo ataquen de nuevo.

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Unas veces es con artillería, otras, con morteros, pero desde septiembre la peor pesadilla proviene de los drones, que, si bien alcanzan gran parte de la ciudad, han convertido en un infierno las áreas junto al río Dniéper, que han pasado a ser línea de frente. Galina también se queja de que la pensión y las ayudas humanitarias apenas le alcanzan para vivir. Por eso hace encurtidos pese al riesgo que representa salir a la calle.

“Aun así es mejor esta situación que la ocupación”, sentencia. Junto con su marido permaneció en Jersón durante los meses que las tropas de Moscú la ocuparon en el 2022. El miedo que sentían entonces provenía de que los militares rusos llamaran a sus puertas, de las desapariciones, del quedar desconectados de los suyos debido a que las redes móviles no funcionaban, tampoco los bancos. Fueron la única capital de provincia bajo ocupación. La peor pesadilla para muchos era no saber si algún día volverían a estar bajo el control de Ucrania.

Cambio de ánimo

En noviembre del 2022, la gente salió a la calle a celebrar la retirada rusa; hoy el júbilo ha dado paso al miedo

Galina recuerda el júbilo cuando los rusos abandonaron la ciudad y llegaron las fuerzas ucranianas, el 11 de noviembre del 2022. Miles de personas se tiraron a celebrar a la plaza, punto de encuentro de los ciudadanos que durante meses se habían encerrado en sus barrios. Ese júbilo ha dado paso al miedo, y las multitudes se desvanecieron. Muchos se han ido desde entonces por miedo a los ataques. Los que se quedan evitan moverse si no es necesario.

A los drones se suma el peligro de las minas, e intentan resguardarse antes de que caiga la noche, temida por todos. Son pocos los días en los que no sucede nada.

La plaza central está sola. Para decirlo con más precisión: desértica. “Ese pequeño hueco que ve en la pared es obra de un FPV [dron de visión de primera persona, más conocido como kamikaze ]”, cuenta el portavoz de la policía, que nos hace un recorrido rápido frente al edificio de la gobernación. En el otro lado del edificio hay un gran hueco ocasionado por la artillería rusa. Muchos otros edificios alrededor también han sido atacados.

El problema para las autoridades no es solo proteger a la población de los drones, sino garantizar los servicios básicos bajo esas circunstancias. Los técnicos que reparan los servicios de energía, agua o calefacción generalmente no pueden llegar al lugar del daño. Lo mismo pasa con quienes llevan ayuda humanitaria.

“Puedes morir por un dron o morir de frío porque nadie puede venir a reparar los servicios”, dice Iván, un joven que hace pocos meses residía en Antonivka, la zona frente al puente del mismo nombre que separa ambos lados del río. Es sin duda el área más peligrosa para vivir por los drones, la artillería, los misiles, las minas...

Él mismo fue víctima. Varias esquirlas lo hirieron en la oreja, el cuello y la pierna. Aun así decidió quedarse, aunque no por mucho tiempo. Un mes después, otro dron cayó cerca de su madre y la esquirla le rompió la pierna. “Decidimos movernos a un área más segura de Jersón porque es imposible vivir con una pierna rota y con problemas de agua y luz”, confiesa este chico, que espera volver pronto a su casa.

Lo mismo opina Valentina, la madre de un niño de 12 años que asiste a uno de los centros educativos de Unicef en la ciudad. Están habilitados en sótanos, por protección pero también para evitar que se oigan las explosiones. Tienen la finalidad de que los niños puedan salir de casa, encontrarse con otros niños y realizar actividades que los saquen de la rutina. Como bailar, como hacen esta mañana. “Toda la responsabilidad de los niños ahora está en los padres, y por eso intentamos ser un apoyo para ellos”, dice una de las maestras y terapeutas del centro, que asegura que no solo son los niños los que están traumatizados, sino también los padres.

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