En 1970, cuando llegué a Beirut, la política libanesa tenía muy especiales características, en parte diversas de las de ahora, pero también de originalidad evidente. Sobre su confesionalismo –con la presidencia de la República para un cristiano maronita, la del Gobierno para un musulmán suní y la del Parlamento para un representante de la cada vez más numerosa comunidad chií– y junto a los partidos políticos locales, había belicosas organizaciones guerrilleras palestinas, como Al Fatah de Yasir Arafat, que ejercían una autoridad en ciertas regiones del país y, especialmente, sobre la población refugiada. Eran tiempos de los terroristas de Septiembre Negro, que trataron de zarandear la monarquía hachemí de Jordania y que tras ser derrotados se encaminaron hacia el vecino y débil Líbano.
En acuerdos nunca publicados, se le impusieron una serie de condiciones que permitían en algunos casos su autoridad o les concedían franjas territoriales en el sur para lanzar ataques a Israel. Fue la zona llamada de Al Fatah, que coincide con la que hasta ahora ocupaban los hombres de Hizbulah, desafiando la maltrecha autoridad gubernamental. Sus ataques contra el vecino justificaban la posesión de armas destinadas a la “resistencia”, que la han convertido en una fuerza militar quizá más poderosa que el propio ejército nacional, cuyos soldados cobran con menguadas libras libanesas, mientras que los del Partido de Dios son pagados con contantes y sonantes dólares.
Tras la derrota de los partidarios de Nasralah y su asesinato, el Gobierno libanés ya no ha aludido a la “resistencia”
El sur libanés fue zona de combate hasta 1982, año de la invasión israelí. En el fragor de aquellos encarnizados combates, surgió el primer conato guerrillero de Hizbulah. Sin la revolución jomeinista de 1979 y la invasión de 1982, no se hubiese organizado con tanto impulso. En pocas décadas se construyó junto a Beirut una tercera población denominada Dahiye, que no existía a mi llegada en 1970. Hubo, por lo tanto, un cambio militar fundamental porque a los derrotados palestinos sucedieron los guerrilleros de Hizbulah, una organización político-militar fundamentalmente libanesa, aunque infeudada a la República Islámica de Irán.
Tras la derrota de los partidarios de Nasralah y su asesinato, el Gobierno libanés ya no ha aludido a la “resistencia”. El tema es ahora quién será capaz de desarmar su fuerza militar. Antes de la victoria israelí (el Tsahal domina Gaza, Líbano y ha ganado en cierta forma también en Siria), el sur libanés escapaba al control de las tropas locales. El sur espera su normalización. Hizbulah, sin el pretexto de que combate la ocupación israelí, ya no tiene ningún pretexto para guardar sus armas que tanta fuerza también interior le han permitido ejercer. ¿Cómo podrá ser un Hizbulah desarmado?