El nuevo (des)orden mundial

visión periférica

Hay imágenes que lo dicen casi todo. Es el caso del polémico vídeo sobre el futuro imaginado por Donald Trump para la franja de Gaza –arrasada hoy por las bombas israelíes–, a la que desearía ver controlada por Estados Unidos, vaciada de sus habitantes palestinos y reconstruida como un gran centro turístico de lujo, una especie de Mar-a-Lago oriental. En el vídeo, que el propio Trump ha difundido en las redes sociales, aparece una gigantesca estatua dorada del presidente de EE.UU., convertido en objeto de culto cual si fuera un líder norcoreano. Así es como se ve Trump. Y así es como ve el mundo.

En las escasas siete semanas que lleva en la Casa Blanca, el nuevo presidente norteamericano ha empezado un sistemático trabajo de demolición del orden mundial impulsado a partir de 1945 por el propio EE.UU. –en el que Washington ha sustentado históricamente su papel de superpotencia hegemónica– y promovido el retorno a un nuevo-viejo orden basado en la ley de la selva en el que las grandes potencias se repartirían las respectivas esferas de influencia. Un mundo sin reglas, regido por un puñado de hombres fuertes cuyos acuerdos se impondrían a todos los demás y en el que EE.UU. renunciaría a su papel de gendarme mundial.

La forma en que está extorsionando a sus socios americanos –Canadá y México– y en que expresa sus apetitos territoriales –con el mismo Canadá, el canal de Panamá, Groenlandia...–, su desprecio hacia Europa –tan lejana ahora a sus valores– y su acercamiento a la Rusia de Vladímir Putin, con quien se muestra tan obsequioso como brutal fue con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en la Casa Blanca, responden a estos nuevos aires.

Formateado según la visión de EE.UU., el orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial se ha basado hasta ahora en un sistema de relaciones internacionales regulado por normas e instituciones multilaterales (la ONU y todas sus agencias, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio...) en el que Washington ejercía de impulsor y garante.

ESTATUA DE ORO DE DONALD TRUMP

Estatua virtual de Donald Trump en el vídeo sobre Gaza

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Los sectores más radicales del mundo MAGA incitan a Trump a abandonar la OTAN y la ONU

Todo este andamiaje político-institucional, construido a partir de la visión universalista que prevalecía en Washington, es el que Trump pretende destruir. Y ya ha empezado a hacerlo. “Mi Administración está rompiendo decisivamente con los valores de la política exterior de la Administración anterior y, francamente, con el pasado”. Lo ha dicho el propio Trump y, por una vez, no es ni exagerado ni falso.

En sus primeras semanas de gobierno Trump ha dado ya pasos claros en su camino hacia la unilateralidad. Ha abandonado el Acuerdo de París contra el cambio climático –cosa que ya hizo en su primer mandato–, ha salido de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, ha suspendido la financiación americana de la agencia para los refugiados UNRWA, cortado de cuajo la cooperación exterior a través de la USAid e ignorado olímpicamente las reglas de la OMC. Estados Unidos nunca ha formado parte de la Corte Penal Internacional, pero ahora además la persigue, aprobando sanciones contra sus jueces.

¿Hasta dónde llegará? Si se deja convencer por el sector más radical del mundo MAGA ( Make America great Again ), puede acabar por marcharse incluso de la OTAN y de la misma ONU. Puede sonar a aberración, pero es lo que han defendido ya públicamente figuras como el senador republicano Mike Lee y –más importante todavía– el megalómano multimillonario Elon Musk, su mano derecha.

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Hay quien busca las raíces de esta voluntad de desconexión en el aislacionismo de los años 30 del siglo pasado, cuando nació el discurso de America First (América primero), otros lo entroncan más bien con los movimientos anticomunistas y antiliberales de los años 50 y, más tarde, con las ideas a principios de siglo de Pat Buchanan, que en La muerte de Occidente oponía el capitalismo global al verdadero conservadurismo (Michael Kimmage, en Foreign Affairs ). Y hay quienes ven aquí una reedición de la doctrina Monroe, que centraba el interés internacional de EE.UU. en el continente americano o Western Hemisphere, cuyo dominio se reservaba para sí(David Lubin y Michael Klein, en Chatham House) y que en los mapas de Trump incluiría a Groenlandia.

Este proceso –lo estamos viendo– conlleva también un cuestionamiento de la histórica alianza geoestratégica con Europa, a la que EE.UU. ve ahora principalmente como un rival económico. El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation, convertido en la biblia de los ultraconservadores norteamericanos y que Trump usa como guía, ya planteaba “reorientar significativamente” la postura de EE.UU. en política exterior hacia amigos y adversarios y proponía realizar “evaluaciones mucho más honestas sobre quiénes son amigos y quiénes no”. “Esta reorientación –vaticinaba– podría representar el cambio más significativo en los principios básicos de política exterior y la acción correspondiente desde el final de la guerra fría”.

El escenario que se está configurando es, a juicio de algunos analistas, como Ian Bremmer (Eurasia Group), extremadamente inquietante, toda vez que el desmoronamiento de la arquitectura económica y de seguridad mundial traerá una inestabilidad geopolítica peligrosa. “El riesgo de una crisis mundial generacional, incluso de una guerra global, es mayor que en cualquier otro momento de nuestras vidas”, escribía el pasado diciembre anticipando el vuelco político en Washington. Antes, pues, de que Donald Trump entrara en la Casa Blanca como un elefante en una cacharrería...

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