Alemania quiso conquistar Europa, pero no pudo; y cuando pudo, no quiso

Baúl de bulos

A la espera de un nuevo Bismarck, nada indica que el flamante canciller Merz sea el elegido para sacarles a los alemanes las castañas del fuego

Foto  Wilkinson

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Martín Tognola

Churchill definió a Rusia como un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, y razón de le faltaba, como seguimos comprobando a diario. Pero lo mismo podría haber dicho de Alemania, su archienemigo, que tampoco hay por donde cogerla. Y es así desde al menos los tiempos de Marco Aurelio.

La Alemania de hoy es incomprensible sin la imponente figura de Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro, que es quien orquestó y proclamó la unificación de Alemania, diez días antes de la rendición de Francia en la guerra franco-prusiana, allá por 1871.

Un decenio antes, en 1862, al ser nombrado premier de Prusia, soltó la siguiente frase: “Las grandes cuestiones de estos tiempos no serán determinadas por discursos o decisiones de la mayoría, sino por sangre y hierro”. Y así fue, así ha sido.

Ni siquiera Guillermo I, el emperador del nuevo Reich, pudo con él, pues siempre iba por libre. Alemania para los alemanes, siempre a su manera.

Diplomático astuto y experimentado, amén de protestante prusiano hasta las cachas, lanzó la Kulturkampf, es decir, la lucha contra cualquier disidencia que pudiera proceder de las filas de los católicos alemanes, gente sospechosa dentro del nuevo orden. Mas tras unos conflictivos años, su animadversión contra los católicos se desvió hacia los cada vez mejor organizados y peligrosos movimientos socialistas.

La 'Weltpolitik' del Reich

Para el caprichoso y ambicioso Guillermo II, el ya anciano Bismarck no era más que un estorbo en la mesa de juego entre imperios -británico, francés, austríaco, ruso, otomano...-, que ya se habían repartido entre ellos medio mundo. Pretendía apuntarse a la timba, ya no tan sólo en calidad de káiser de una enorme y poderosa Alemania unificada, a nivel europeo, sino en el tablero geopolítica sobre el que iba amontando fichas.

Mas Alemania llegaba tarde y tendría que contentarse con las migajas dejadas por los veteranos jugadores. Además, las conquistas conseguidas en ultramar resultaron ser más una losa inasumible que algo provechoso, extremo temido por Bismarck antes de caer en desgracia.

Aun así, Guillermo II, erre que erre, se empeñó en el desarrollo de la Weltpolitik del Reich, aunque sólo fuera a golpe de talonario, lo que leiba a meter en mil y un líos y a exponerse al oprobio y la feroz oposición de sus rivales imperiales. Como consecuencia de todo ello, el estallido de la I Guerra Mundial, del que saldrían esquilmados todos los jugadores imperiales, salvo el británico, pero de la mano de los emergentes Estados Unidos de América. Y el Reich fue severamente castigado y humillado por su atrevimiento.

Vergonzosa rendición incondicional; una inflación desbocada; y un vacío moral en la República de Weimar, del que saldría triunfante un energúmeno austríaco llamado Adolf Hitler, que no sólo quiso dominar Europa sino el mundo entero.

Volvieron a perder hasta la camisa los alemanes en la mesa de juego; volvieron a ser humillados. La Alemania unificada de 1871 se dividió en dos bloques. Se construyó el muro de Berlín. La URRS, por un lado, los Estados Unidos por el otro. La República Federal buscó amparo en la emergente Comunidad Europea. Cayó la URRS y también ese inmundo muro, la reunificación se hizo realidad.

Bajo la batuta de Helmut Schmidt, Helmut Kohl o Gerhard Schröder, la industria alemana no sólo parecía imparable, sino que a los alemanes les proporcionó, si no el dominio de la cada vez más próspera y exitosa Unión Europea, sí un puesto de privilegio y poderío, que resultó ser efímero, ya que no quiso asumir el liderazgo que le correspondía, con la venia del Reino Unido, claro.

Como ha quedado reflejado en las recientes elecciones, Alemania vuele a estar dividida, al menos políticamente, entre este y oeste. Cuando pudo dominar Europa democráticamente, no quiso. Y a la espera de que aparezca en escena un nuevo Bismarck, nada indica que el flamante canciller Merz sea el elegido para sacarles a los alemanes -todos- las castañas del fuego.

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Ante el alud de fake news que emite sin cesar Washington y Silicon Valley, tal vez haría bien el canciller Merz en encontrar un hueco para enfrascarse en las Meditaciones del emperador Marco Aurelio, obra que va camino de ocupar un alto puesto en las listas de los libros más vendidos.

¿Sangre y hierro o un estoicismo puesto al día? Esa es la cuestión. 

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