La soledad de Europa

La soledad de Europa
Francesc-Marc Álvaro

Edgar Morin avistó con premonitoria lucidez lo que ahora nos toca vivir. En 1987, dos años antes de la caída del muro de Berlín, escribió lo siguiente en el ensayo Pensar Europa : “Podemos tener la tentación de aferrarnos a dos tablas de salvación que, de hecho, completarían nuestro despojo. Por una parte, la salvación atlántica en la satelización de los países europeos por parte de los Estados Unidos y la renuncia a cualquier posibilidad de defensa propiamente europea, con lo cual, en primera y última instancias, se depositaría nuestro destino en manos de la Casa Blanca y el Pentágono. Por otra parte, la salvación de la paz a cualquier precio, lo que garantizaría la supervivencia biológica de Europa. Una y otra actitud expresan una conciencia aguda del peligro. Pero en una nos sometemos al protector y en la otra nos sometemos al protectorado”. El sabio no podía saber que, hoy en día, Europa enfrentaría el desafío de resistir frente al imperialismo agresor de Putin y el autoritarismo disruptivo de Trump, mientras China consolida su papel de superpotencia de capitalismo de Estado.

Vivimos el nerviosismo de una Unión Europea obligada a tomar decisiones de gran calado a contra reloj, sobre todo en políticas de defensa y seguridad. El paradigma que surgió en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial ha sido barrido de la noche a la mañana y los europeos nos hemos dado de bruces con la evidencia: Europa está sola y puede que lo esté más todavía en el futuro. Esa Europa amable de los cafés que ha glosado George Steiner se ha convertido en un lugar atrapado trágicamente por la aceleración de la historia y los giros de guion. En el fondo, el debate sobre una paz justa en Ucrania, el aumento del gasto militar y la autonomía estratégica de la UE no se puede desconectar del reto más importante que enfrenta ahora el Viejo Continente: caminar hacia una mayor integración y cooperación políticas de los estados miembros o ser simplemente una suma improvisada de voluntades sometidas a los equilibrios, azares y circunstancias cambiantes de los gobiernos concernidos. Es desconcertante que los que se atrevieron con la unión económica y monetaria no sean capaces de hacer lo mismo en otros ámbitos, en los que los esfuerzos de cada Estado por separado únicamente ponen en evidencia la impotencia y desorientación de la UE.

Lo más sensato sería poner las bases de una Unión de Seguridad Europea

Lo más sensato en esta hora sería poner las bases de una Unión de Seguridad Europea que garantice la paz a partir de un concepto compartido de disuasión, extremo que algunas fuerzas políticas como ERC ven posible a partir de impulsar capacidades comunes y mancomunar los recursos de defensa de los estados miembros, eliminando duplicidades y gastando de manera más eficaz, a la vez que se apuesta por más inversión en tecnología y economía verde. Todo ello invita a la reindustrialización, baste recordar que la UE se encuentra en una posición vulnerable debido a su dependencia de países como China para componentes críticos, especialmente en la producción de semiconductores y chips.

Ciertamente, Europa está hoy más sola que ayer. Pero hay que aprovechar este nuevo escenario para crear consensos robustos que vayan en la dirección de dotar de auténtico liderazgo al proyecto político más importante surgido de las cenizas de Auschwitz, un liderazgo que debe sustentarse internamente en el refuerzo de las políticas sociales y el Estado de bienestar, algo que lo convierte en un modelo de éxito juntamente al imperio de las libertades y los derechos humanos. Si no sabemos hacerlo, caminaremos hacia la irrelevancia y seremos pasto de la ola reaccionaria.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...