Nadie fue al funeral de Lee Harvey Oswald, salvo policías y periodistas.
Convertido en la encarnación del mal tras ser detenido como presunto autor de la muerte del presidente John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, ningún doliente acudió al entierro de Oswald, fallecido a los dos días del magnicidio por los tiros de Jack Ruby, dueño de un cabaret y tipo vinculado a la mafia.
Los papeles evidencian la tensa relación que existía entre la CIA y su trampas y el presidente Kennedy
Ante la falta de porteadores para llevar el féretro, los uniformados rogaron a los reporteos que cubrían el caso, como recordaron en una cena en Dallas al medio siglo de la tragedia, que cargaran con el muerto. Así lo hicieron, pensando en el artículo que escribirían sobre el último momento del hombre que mató al presidente Kennedy.
Más de seis décadas después, Oswald sigue siendo el único autor de los disparos. Ni uno solo de los 77.000 folios desvelados esta semana por el gobierno Trump, a partir de los que se ha revisado hasta ahora, ofrece información alguna que cuestione la narrativa histórica.
Esta circunstancia no significa, ni de lejos, que se acabe con la sospechas de que se continúan ocultando cosas.
Al contrario, y para deleite de los conspiradores, en casi cada uno de los archivos que sale a la luz se destapa un nuevo indicio sobre el papel que jugó la CIA por activa o por pasiva.
Entre estos archivos figura la confesión de un ex alto cargo de la Unión Soviética en el que asegura que Oswald, que entró y salió de la URSS por el matrimonio con una mujer rusa, tenía mala puntería. Pero hizo diana desde una sexta planta aquel día en Dallas (Texas).
La relación entre al agencia de inteligencia y el futuro pistolero es recurrente, y dos días antes del crimen lo tuvieron bajo control en Ciudad de México.
Uno de los papeles recoge el desmentido que realizó en 1964 el entonces director de la CIA, John McCone, respecto a “la declaración falsa de un empleado”, que afirmó que el propio McCone había dicho que pagaron 6.500 dólares por el asesinato de Kennedy. “Esa historia se ha demostrado ficticia”, se afirma en el redactado.
De ese cruce entre la CIA y Oswald, los detractores de la versión oficial deducen que estos archivos no hacen más que potenciar dudas y proporcionan el origen de la desconfianza entre Kennedy y sus espías.
Los documentos que han salido a la luz están muy centrados en los intentos por derrocar el gobierno revolucionario de Fidel Castro en Cuba.
Las tensiones con la CIA arrancaron supuestamente con el fiasco de la invasión de bahía de Cochinos (o playa Girón), cuando EE.UU. y exiliados realizaron un desembarco en abril de 1961 para hacerse con la isla. Sin embargo, contuvo su apoyo a esa operación en la que fallecieron más de 100 exiliados.
Tras este desastre, en los papeles figura sin tachaduras el informe de quince folios que Arthur Schlesinger Jr., asistente especial de Kennedy, remitió en junio de 1961 al presidente sobre las trampas de la CIA y como abordarlas.
Schelsinger lamentó que los espías se habían apoderado del Departamento de Estados, por lo que propuso dividir la CIA y que fuera ese departamento el que controlara “todas las actividades clandestinas”.
Ese plan nunca se aplicó y Kennedy dio luz verde a la operación Mangosta ( Moongose ), heredada de Eisenhower, para desestabilizar el régimen cubano e incluso matar a Castro. El documento especifica diversas tácticas subversivas y de desprestigio como la contaminación de un cargamento de azúcar de Cuba para la URSS, su principal socio.
“Cuando el cargamento de azúcar sea refinado en la Unión Soviética, las bolsas contaminadas propagarán la contaminación por todo el buque, haciendo que el azúcar no sea consumible de ninguna forma por personas o animales”, se dice.
Los documentos sin redacciones (tachaduras) ponen nombre a los espías –no pocos hijos han descubierto secretos bien guardados–, los activos, los informantes, los operativos o los colaboradores. Se identifican lugares, países, técnicas de espionaje y actividades clandestinas que no se conocían, con interferencias en elecciones, sabotajes económicos o planes para derrocar gobiernos.
Otra conexión que se plantea es que estos papeles se identifica a varios de los ladrones del Watergate que derivo en el escándalo que llevo al presidente Richard Nixon a renunciar. Eran cubanos de Miami que podían tener cuentas pendientes con el ejecutivo demócrata.
Que a la CIA se la considere las cloacas del Estado no carece de sentido.
