Drones térmicos detectan quince supervivientes bajo el rascacielos desmoronado de Bangkok

Terremoto en Birmania y Tailandia

Se teme que un centenar de obreros hayan quedado sepultados bajo el edificio sino-tailandés en construcción

Drones térmicos detectan quince supervivientes bajo el rascacielos desmoronado de Bangkok
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Crónica desde Bangkok: Drones térmicos detectan quince supervivientes bajo el rascacielos desmoronado

Mientras en el puzle birmano se empieza a levantar la polvareda sobre los daños del terremoto en seis provincias -seguramente, muchas más víctimas mortales que el millar reconocido- en la vecina Tailandia queda claro que la muerte está peor repartida. A pesar de que el miedo -ahora de baja- era ayer viernes difuso, la tragedia se ha concentrado casi entera bajo los cascotes de un solo edificio en construcción. Treinta plantas que se desplomaron como un castillo de naipes en Chatuchak, Bangkok, a pesar de que el epicentro del seísmo se encontraba a más de mil kilómetros, cerca de Mandalay, la segunda ciudad birmana. 

Los pronósticos son funestos, frente a la montaña de escombros, pese a la gran concentración de expertos civiles y militares en operaciones de rescate. Ni siquiera la recuperación de cadáveres -una decena tras más de veinticuatro horas- se antoja fácil. El único rayo de esperanza para las familias del centenar de obreros sepultados lo han suministrado los drones térmicos. Estos habrían detectado señales de vida en una quincena de cuerpos, bajo los cascotes. 

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Los equipos de rescate transportan el cadáver recuperado de un obrero este sábado en Bangkok

RUNGROJ YONGRIT / EFE

Sede de la Auditoría de Tailandia

China Railway Construction (CRCC) era corresponsable del edificio siniestrado

Este sábado, un visitante apresurado a Bangkok tendría grandes dificultades para darse cuenta de que la ciudad fue declarada ayer zona catastrófica. Sus edificios -acaso un millón- aparecen intactos. Excepto este. Para más inri, se trata de la sede del Auditoría General del Estado, en construcción desde 2020 y cuya estructura estaba ya completa. Su adjudicación, en teoría, superó los baremos más exigentes de transparencia. 

Pero ayer el único edificio que se desplomó -pese a que hay miles más en construcción- fue este. Un varapalo para Tailandia, pero también para China. Porque la construcción corría a cargo de un consorcio formado al 49% por una filial de la estatal China Railway Construction Corporation (CRCC), una de las mayores del mundo. El 51% restante correspondería a Italian-Thai Development, empresa de ingeniería que, pese al nombre, sería ya una empresa de propiedad básicamente tailandesa (vinculada a un conglomerado familiar, de raíces sino-tailandesas, propietario de los hoteles Amari). 

Frente a este epicentro tailandés del dolor se han levantado un hospital de campaña, a la espera de heridos que, de haberlos, no acaban de ser desenterrados. El gobernador de Bangkok dice que treinta víctimas han sido localizadas -no aclara en qué estado- de un mínimo de 79 (114 e incluso 117, según otras fuentes). También ha prometido maquinaria pesada en las próximas horas y, por la noche, perros adiestrados y rayos X llegados de Israel.

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Habría 90 residentes atrapados en Sky Villa Condominium, uno de los 2.300 edificio de Mandalay, Birmania, tocados o hundidos por el terremoto. 

SAI AUNG MAIN / AFP

Este sábado vuelve a funcionar en Bangkok todo el transporte público que ayer fue suspendido. Lo que convirtió trayectos habituales de media hora en calvarios de tres horas. Las esperas de taxi en Grab (la alternativa a Uber en el sudeste asiático) alcanzaron las dos horas. En el centro de Bangkok era anoche  difícil, pero no imposible, encontrar una habitación de hotel, por el temor de unos y la prudencia de otros. También los parques públicos permanecieron abiertos para la pernoctación, en contra de la norma. 

Residentes como Jason, de treinta años, y su esposa, se fueron a un hotel: “No nos sentíamos seguros en casa, en la planta diecisiete. Aunque para encontrar algo a un precio razonable tuvimos que ir al otro lado del (río) Chao Praya”. Phebi, maestra en una escuela internacional, dice que todos sus colegas con segunda residencia “se fueron de Bangkok ayer mismo”. 

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Una nueva disciplina ha aparecido en Bangkok: descifrar la gravedad de las grietas  que han aparecido en varios edificios, no solo en el exterior (fot de Phloen Chit Tower) sino mucho más frecuentemente en las paredes

Andre Malerba / Bloomberg

Tailandia es una ciudad alejada de las fallas tectónicas y el temblor de ayer pilló por sorpresa a todo el mundo. Aquí el enemigo siempre fue el agua. En forma de inundación o, hace veinte años, de tsunami. Por eso ayer muchos no sabían cómo reaccionar y lo sistemas públicos de alerta no estuvieron a la altura. 

Bangkok es una ciudad que sus propios gobernantes han visto a menudo como poco más que un parque inmobiliario. El anterior primer ministro, Srettha Thavisin, era y es el propietario de una de las principales promotoras inmobiliarias. En su defensa hay que decir que sus condominios Sansiri parecen estar entre los que mejor han aguantado el temporal, según testigos. 

Otros están intentando descifrar la gravedad de las grietas que han aparecido en sus paredes, con urbanizaciones -muchas de ellas en Sathorn, cerca del río- que han tenido que vetar temporalmente la entrada a sus inquilinos o repartir turnos para recuperar las pertenencias. La evaluación de desperfectos y daños estructurales es ahora mismo una industria de futuro en Bangkok -se estima que 6.000 predios deberán ser examinados- aunque ya esté todo abierto y los centros comerciales vuelvan a ser el centro del mundo. 

Visto desde Birmania, Bangkok tiene problemas de ricos (con la excepción de las víctimas del edificio pulverizado de la Auditoría, con toda probabilidad, también inmigrantes birmanos en no pocos casos, lo que ayudaría a explicar en parte el baile de cifras). En Mandalay y alrededores, la devastación es infinitamente mayor. Hay monasterios en los que ningún monje se atreve a entrar. Varios edificios con gente atrapada, con medios de rescate escasos en las áreas gubernamentales y prácticamente inexistentes en las zonas bajo control de las narcoguerrillas y guerrillas étnicas.

Aunque Birmania es mayoritariamente budista -y en segundo lugar cristiana- hay también musulmanes, que ayer celebraban el último viernes de Ramadán. A la hora del rezo, algunos de los que no quisieron correr perdieron la vida en cuatro de las cinco mezquitas de Mandalay. 

La junta militar reconoce de momento 1.007 fallecidos y 2.389 heridos. Reconoce, sobre todo, que está desbordada y ha empezado a aceptar ayuda de países a los que considera de confianza: India, China, Rusia y Singapur. Su desconfianza hacia los países occidentales en general y anglosajones en particular es inamovible, como ya lo fue durante el ciclón Nargis de 2008, cuando temía una infiltración de guisa humanitaria. 

La puerta democrática que se entreabrió pocos años después, se volvió a cerrar hace cuatro años. La distinguida Aung San Suu Kyi, hija del padre de la patria, vuelve a estar privada de libertad. La junta militar, bajo presión de los demás países del sudeste asiático, había prometido hace unos días elecciones para diciembre. La calamidad podría brindarle una nueva oportunidad de aplazamiento. De momento, la cumbre de países ribereños del golfo de Bengala (BIMSTEC), la semana que viene en Bangkok, ya ha encontrado su foco y razón de ser. 

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