¿Y si el enemigo en Europa somos nosotros mismos?

Opinión

¿Y si el enemigo en Europa somos nosotros mismos?
Sergio Molina García
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha cambiado las prioridades políticas de las instituciones europeas y de sus países miembros. Los debates políticos y públicos giran entorno a la seguridad y al aumento de gasto en defensa. Hace tan solo unos días, la propia presidenta de la Comisión Europa, Ursula Von der Leyen, afirmó que “Europa debe prepararse para la guerra”. Y en esa línea se han pronunciado gran parte de los líderes europeos en las cumbres organizadas en Bruselas, Paris y Londres. De esta manera, se ha construido una narrativa en la que los enemigos y las amenazas parecen ser externas. Pero, ¿y si el enemigo, como indicó Margaret Thatcher en la década de los ochenta, no fuese externo sino interno?

European Commission President Ursula von der Leyen receives Ukrainian Prime Minister Denys Shmyhal (not pictured), in Brussels, Belgium April 10, 2025. REUTERS/Yves Herman

Ursula von der Leyen el pasado 10 de abril 

Yves Herman / Reuters

Sobredimensionar los problemas externos y otorgar demasiada relevancia a los temas de seguridad tiene el riesgo de distorsionar la realidad y de alimentar todavía más a los populismos. Hasta ahora, la extrema derecha ha sabido capitalizar el descontento social sobre sus instituciones nacionales y generar nuevos enemigos internos, como por ejemplo los propios Estados. Y todo ello a través de discursos sentimentales y simplistas basados en medias verdades o en fake new. Gran parte de los analistas sobre el contexto actual han demostrado que el auge de autocracias y los peligros de la democracia se deben, sobre todo, al incremento del descontento de sus sociedades y al impacto de las redes sociales. Los perdedores de la globalización ya no confían en las administraciones públicas porque consideran que han sido incapaces de generar puestos de trabajo en zonas de desindustrialización. Al mismo tiempo, otros sectores de la población ven amenazados sus privilegios como ciudadanos nacionales frente a la llegada de emigrantes y apoyan medidas racistas, a pesar de que existen datos objetivos que demuestran la inexistencia de tal problema. Además, todo ello es acompañado de críticas al funcionamiento de los servicios públicos, sobre todo en lo relacionado con la sanidad. Todos estos ciudadanos han abrazado los discursos de la extrema derecha europea, tal y como han mostrado Steven Forti, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt o Anne Applebaum, entre otros.

Los debates sobre la seguridad europea y el gasto en defensa son necesarios por varios motivos. En primer lugar, porque existen amenazas reales en las fronteras del este de la Unión Europea, la cual está viendo peligrar el orden europeo organizado tras la caída del muro de Berlín en 1989. En segundo lugar, porque, como muestra Andrea Rizzi en su reciente ensayo La era de la revancha, el poder occidental está siendo rebatido por nuevas (y no tan nuevas) potencias como Rusia, China, India. Y, en tercer lugar, porque el nuevo Gobierno de EEUU está rompiendo el orden liberal establecido tras la II Guerra Mundial, lo que está afectando negativamente al atlantismo EEUU-UE y a la propia configuración de la OTAN. Por primera vez, un miembro de la OTAN, amenaza a otro miembro de la misma organización.

Reconocer la complejidad y los retos internacionales no implica sobredimensionarlos y dejar de lado las políticas internas. Disponer de una unidad de mando militar en la UE o unificar las compras de material es esencial. Pero no hay que olvidar que los estados y la UE tienen grandes desafíos internos a los que hacer frente. Contar con mayor presencia militar en las calles puede disuadir al enemigo externo, pero no va a conseguir revertir el descontento de los perdedores de la globalización ni del ciudadano o ciudadana que debe esperar largas listas de espera para ser atendido en la seguridad social. El concepto de seguridad ciudadana no solo debe aludir a temas militares y de fronteras, sino también puede estar relacionado con su confianza en el sistema democrático y la protección de las instituciones. Como mostró J. M. Coetzee en su novela Esperando a los bárbaros, por mucho que se construyan enemigos externos, también se debe prestar atención a nuestra propia organización interna. Quizás, nosotros somos nuestro peor enemigo. 

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