La afirmación que viene a continuación debe ir acompañada de tres asteriscos. El primero, que en los comicios municipales suele haber un voto de castigo al Gobierno y no son necesariamente un barómetro que pronostique bien el tiempo que se avecina; el segundo, que el sistema electoral mayoritario del Reino Unido puede provocar fuertes distorsiones (como por ejemplo la actual mayoría absoluta del Labour, consecuencia del voto táctico contra los conservadores); y el tercero, que faltan cuatro años para las elecciones generales, una eternidad en política, y más aún tal y como está el mundo.
Dicho todo esto, aquí viene la bomba: si se repitieran los resultados de ayer la próxima vez (en principio el 2029) que los británicos elijan gobierno, la ultraderecha (Reforma UK) obtendría el mayor porcentaje de votos y el mayor número de diputados, y Nigel Farage sería el primer ministro a no ser que conservadores y laboristas –algo impensable hasta ahora, y muy improbable- se unieran en una especie de gran coalición a la alemana para impedirlo. Es el mismo escenario que ya apuntó hace unos días una encuesta, que daba a Reforma UK 180 diputados en la Cámara de los Comunes, por 165 tanto del Labour como de los conservadores, generó muchos nervios y dio pie a análisis sobre el fin del bipartidismo, cuando los dos grandes partidos, después de la II Guerra Mundial, concentraban el 96% de los votos. Falta mucho trecho hasta las elecciones generales (sólo han pasado diez meses desde la victoria de Keir Starmer), pero el avance de la ultraderecha en un país que ha presumido de resistir el fascismo va muy en serio.
Si se repitieran los resultados la próxima vez que los británicos elijan gobierno, la ultraderecha obtendría el mayor porcentaje de votos
La pieza de caza mayor de la jornada electoral era el escaño vacante por Runcorn y Helsby, un bastión laborista de la llamada “muralla roja” (localidades de clase obrera del norte de Inglaterra), en juego porque su titular había tenido la pésima ocurrencia de agredir a un elector. En una remontada de dimensiones pantagruélicas, el partido de Farage se lo ha llevado –después de un recuento- por tan sólo seis votos de diferencia. Si eso no es un aviso, que venga Dios y lo vea.
Reforma ha conquistado también las alcaldías de Lincolnshire y Staffordshire (territorios abiertamente pro Brexit), y ha dado un susto al Labour en varios lugares más (Doncaster, North Yorkshire, West England…), amasando concejales y robándoselos tanto al partido del Gobierno como sobre todo a los conservadores, con hasta un 39% del voto. No cabe duda de que la ultraderecha (aunque Farage se define como centro derecha) fue la gran ganadora, y a nivel local ha sentado las bases para lo que se perfila como un ataque en toda regla tanto a la Cámara de los Comunes como a Downing Street en el 2029. Sí, el mundo dará muchas vueltas de aquí a entonces, pero a los políticos del sistema se les han puesto los pelos de punta.
La ultraderecha ha sentado las bases a nivel local para lo que se perfila como un ataque en toda regla tanto a la Cámara de los Comunes como a Downing Street
Si los tories pensaban que en las elecciones del pasado julio habían tocado fondo, resulta que todavía no han llegado al último de los infiernos de Dante. Eran quienes defendían un mayor número de concejales y municipios, y el tortazo ha sido monumental, haciendo cuestionar la posición de su lideresa Kemi Badenoch, alimentando la división de la derecha y planteando la conveniencia o no de una alianza entre los tories y Reforma (hay quienes dicen que será la única manera de derrocar al Labour, hay quienes sostienen que Farage se comería a los conservadores y acabaría con ellos). El partido institucional por excelencia, el de la monarquía, el ejército, el Imperio y la Iglesia Anglicana, difícilmente puede reciclarse en una formación rebelde y antisistema.
Badenoch parece más interesada en las guerras culturales que en ofrecer alternativas al programa social y económico del Gobierno, en buena parte porque no resulta fácil criticar el estado de la nación cuando su partido ha permanecido catorce años en el poder sin resolver los problemas que acucian al país, y siendo en gran medida responsable de muchos de ellos.
El Labour, mientras tanto, se ve atacado tanto por su flanco derecho (votantes de clase trabajadora seducidos por el nacionalismo inglés de Farage, y sus postulados anti inmigración, de ley y orden) como por el izquierdo (progresistas desencantados con el regreso a la austeridad y la renuncia a la distribución de la riqueza que se pasan a los liberales y a los Verdes). Sacar adelante el recorte de subsidios sociales a pensionistas, parados, familias pobres y discapacitados, así como la reducción de la ayuda exterior para gastar más en defensa, le pasa factura.
Morgan McSweeney, el estratega político de Starmer, está empujando al Gobierno hacia la derecha en inmigración (deportación de indocumentados, publicación de las nacionalidades de los delincuentes, más dificultades para que quienes están legalmente traigan a sus familiares…) con el fin de intentar frenar la fuga de votos de la antigua clase obrera del norte de Inglaterra y el País de Gales a Reforma. Pero el ala izquierda del Labour le advierte que imitar las políticas de la ultraderecha no suele dar resultado, porque los votantes prefieren el producto original, y que corre un riesgo muy grande al pensar que los progres, por mucho que protesten ahora, regresarán al redil dentro de cuatro años ante la amenaza de tener a Farage de primer ministro.
Por el momento Farage canaliza el voto de protesta, pero su programa no es objeto de escrutinio y su admiración por Trump y Putin le puede pasar factura
Un último asterisco: el líder de la ultraderecha ha hecho progresos en la profesionalización de Reforma y recaudado mucho dinero, pero carece del nivel de organización del Labour y los tories o de un programa económico coherente, combina políticas ultraconservadores con otras que aprobaría la izquierda radical (nacionalizaciones, por ejemplo), y su admiración por Trump y Putin no es en este momento la mejor carta de presentación. La mayoría de británicos no están de acuerdo con sus planes de renunciar a la energía verde para eliminar la huella de carbono, radicalizar aún más el Brexit y reducir la inmigración a cero. Si se perfila de verdad como un posible primer ministro, sus planteamientos serían mirados con lupa, mientras que ahora se limita a canalizar el voto de protesta.
Los conservadores todavía no han tocado fondo, y el sector progresista del Labour
advierte a Starmer que imitar las políticas de la ultraderecha es una receta para el fracaso
Los enemigos pueden resultar en política más beneficiosos que los amigos, como ha demostrado el canadiense Mark Carney con su desafío a Trump. Margaret Thatcher obtuvo su identidad por oposición a la Junta argentina, el sindicato de mineros, la Unión Soviética y el IRA. El problema de Keir Starmer es que los suyos son por ahora los pensionistas a los que ha quitado la ayuda para pagar la luz y el gas, los discapacitados a quienes ha recortado los subsidios y los parados que pretende que vuelvan a trabajar para que crezca la economía. Le vendría bien que la Casa Blanca amenazara con convertir a Gran Bretaña en el 51 estado de la Unión, pero por el momento no tiene esa suerte. Aunque todo es posible…