Uno de los mirlos blancos del turismo podría responder a esta descripción: un pueblo remoto, pequeño, que conservara su pureza medieval, ubicado en un istmo franqueado por aguas azul turquesa y parte de un país bello en su leyenda e imbatible en su gastronomía. Digamos que en Italia.
Sirmione, en las orillas del lago Garda, que hace de frontera entre el Veneto y la Lombardía, suma todas las piezas de ese puzzle para convertirlo en la definición de rincón con encanto. Durante muchos años fue un pequeño secreto al sur de los Alpes para el turismo local. Pero la globalización, los viajes low-cost y el instagrameo (contracción entre Instagram y el neologismo postureo) han roto el encanto del secreto y puesto al pequeño pueblo en la agenda del turismo.
Y ahora, Sirmione apenas puede respirar. La belleza románica y, además, sus aguas termales, llevaron al crecimiento de su núcleo urbano. Extramuros del casco antiguo empezaron a proliferar apartamentos y casas, y el pueblo, de apenas 1.500 habitantes a mediados de la década de 1950, pasó a los más de 8.000 que tiene en la actualidad.
Dos puentes de entrada a Sirmione. A la izquierda, el pasado sábado.
El problema de los 'turistas de un día'
Por si tuviera pocas virtudes, es una población que está además muy bien comunicado. Más de 5,4 millones de personas visitaron la vecina Verona en 2023, según Confcomercio —un trasunto de las Cámaras de Comercio españolas— y Sirmione está a menos de 40 minutos en coche y apenas una hora en tren de la ciudad de Romeo y Julieta, una de las ciudades más turísticas de Italia. Darse un salto para visitar en 24 horas el pueblo es algo más que una tentación.
Pero para la pequeña joya italiana, ese turismo es más un problema que una suerte. El pasado sábado 3 de mayo, dentro de un puente nacional y también de muchos países de su entorno, el pueblo —de 1.500 habitantes en 1950, recordamos— recibió a 75.000 turistas en un solo día. Las imágenes compartidas en la redes sociales eran de queja y escándalo. Incluso de los propios turistas (Curiosamente, cuando uno es el turista en algún punto del mundo, el turista que sobra siempre es otro).
“Si este es el modelo de gestión del ayuntamiento, el riesgo no es solo un perjuicio para los residentes, sino un daño real y duradero para el turismo y la imagen de Sirmione”, se quejan desde la asociación local Siamo Sirmione, citada por The Times. “Los residentes estamos al límite. Para ir a trabajar tenemos que salir dos horas antes. El Ayuntamiento debería respetarnos, pero les da igual... No lo aguantamos más”, se queja Elena, vecina del pueblo, en La Repubblica.
La respuesta municipal ha sido un bando de propuestas de la mano del concejal de Seguridad Massimo Padovan, que incluyen una reserva previa para visitar el centro histórico, sumado a una entrada de pago para acceder a la parte monumental del municipio. Y encontrar un número mágico que esté en paz con la necesidad turística del comercio local y la capacidad de los vecinos para tolerarlo.
“¡Sirmione! Isla entre las islas y penínsulas que Neptuno posee, ya sea en lagos cristalinos o en el vasto mar, ¡con cuánta alegría y felicidad te vuelvo a ver!”, escribía Cátulo en el siglo I aC. Más de 2000 años después, los poetas con móvil se piden permiso para hacer un reel en el pueblo que inspiró a Joyce y en el que María Callas pasaba los veranos. Una situación que invita a reflexionar sobre el impacto del turismo.


