Los resultados de las elecciones generales portuguesas presentan muchos matices y no pocas lecciones para la política española. En primer lugar, la importancia, en el debate político actual, de estar violentamente en el candelero, aunque uno se vea rodeado de llamaradas. La vehemente polémica sobre los negocios de Montenegro ha terminado siendo el trono en el que se ha sentado este líder del centro derecha, vencedor de estos comicios. Aviso a quienes en España están sitiando a Pedro Sánchez: puede que, sin darse cuenta, lo que estén haciendo sea perpetuarlo en su castillo de la Moncloa.

Luís Montenegro, cocinando una paella durante la campaña
Por otra parte, el partido de Montenegro, el PSD, y la coalición que encabeza, AD, de centroderecha, demuestran el valor que tienen hoy en Europa formaciones equivalentes, que funcionan como cortafuegos de la extrema derecha. Como en Alemania, ellas asumen el papel que los partidos socialistas desempeñaron en los tiempos de un comunismo global expansivo, que irradiaba de la URSS y de China. Montenegro está haciendo hoy con Chega (Basta), la derecha radical lusa de André Ventura, lo mismo que el socialista Mário Soares realizó con el férreo Partido Comunista Portugués, de Álvaro Cunhal: mantenerlos a raya. En España, mientras tanto, el PP funciona más bien como un coladero del radicalismo conservador, y quizá sea esta la razón por la que permanece estancado o bajando en los sondeos.
El voto de la extrema derecha es una realidad estructural en Occidente, nacida de la penumbra económica y social en la que todos nos encontramos. Ese electorado es, en el caso luso, una paella en la que hay de todo: jóvenes sin futuro a la vista, sectores desarbolados de la clase media, votantes comunistas que han decidido cabrearse por la otra banda, la inquietud generada por la inmigración y un tradicionalismo nacionalista que no morirá nunca. Es una buena noticia que, en muchos países, la digestión de esa paella se esté haciendo democráticamente.
No hay alzamientos, intentonas o grupos terroristas, y la considerable participación en los comicios lusos, casi del 65%, significa que la gente opta por el más correcto sistema de golpe de estado: el voto enfurecido de protesta. Será, sin duda, una larga digestión, la de esta paella; hay que tener paciencia, firmeza y capacidad de entender qué pide la gente. La extrema derecha no tiene por qué ser fatalmente el fin de una democracia, sino, más bien, una dimensión del funcionamiento del sistema democrático, frente a la cual hay que tener agallas, algo que no le falta a Montenegro.
En el país de los claveles rojos, da la impresión de que la izquierda se muere. El gran derrotado, el socialista Pedro Nuno Santos, se equivocó al lanzarse en unos comicios con el principal argumento de la falta de idoneidad ética de su rival. En un país con un Estado aplastante, son muy habituales las triquiñuelas, sentidas como un comprensible desahogo. “No era para tanto”, han dicho los electores a Nuno Santos.
Pero la realidad es que con Rusia y China transformadas en nacionalismos imperiales resulta cada vez más difícil plantear soluciones de izquierdas que no parezcan algo anacrónicas. Y este es un aviso muy serio para la izquierda española: la principal razón por la que están en el poder no es su ideología, sino el hecho de que planteen de momento la mejor solución para el problema de las nacionalidades hispánicas. A Portugal le espera ahora un nuevo gobierno de Montenegro. Los socialistas tienen que reinventarse: deberán elegir a otro líder, y es probable que sea alguien de perfil más moderado, lo que podrá darle al país bastante estabilidad.