Cualquier prevención que tuvo en su primer mandato dejó de existir para Donald Trump.
La nueva normalidad consiste en sacar provecho económico para él y su familia, desafiar el sistema judicial, chantajear a las empresas o acudir, como hizo este pasado sábado, a pronunciar en su condición de presidente de Estados Unidos el discurso de graduación de la academia militar de West Point (Nueva York), institución apolítica, tocado con la gorra de su movimiento MAGA (Hacer Estados Unidos grande de nuevo) como si fuera otro mitin. En sus palabras mezcló sus disertaciones sobre “mujeres trofeo”, sus agravios personales –“me imputaron más delitos que a Al Capone”– o el arrebato contra los shows de drag queens .
Ceremonia de graduación en la academia militar de West Point
Este asunto lo utilizó para remarcar que ha finiquitado cualquier política de diversidad, equidad e inclusión (DEI, en inglés), cosa que despreció como algo que le quita seriedad al ejército. “Hemos liberado nuestras tropas de un entrenamiento político divisivo y degradante”, afirmó como si estuviera en un pabellón deportivo de Oklahoma pidiendo el voto.
“No habrá más teoría crítica de la raza o transgénero para todos, impuesta a nuestros valientes hombres y mujeres uniformados”, insistió.
El discurso se produjo justo la víspera del quinto aniversario de la muerte del ciudadano negro George Floyd, a manos del política blanco Derek Chauvin.
Hace cinco también estuvo en la graduación de los cadetes de West Point, pero entonces, en medio de la movilización nacional contra el racismo y la brutalidad policial, Trump mostró un tono mucho más institucional, donde instó a no olvidar el legado de los soldados que les precedieron, incluidos los que “lucharon una guerra sangrienta para extinguir el mal de la esclavitud”. Todo esto forma de la teoría crítica prohibida. De todo aquello solo parece quedar su oposición a conceder el perdón a Chauvin como reclaman voceros de la extrema derecha.
