Solo la fuerza

Tribuna

Fiel a su habitual retórica adanista, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha descrito el ataque contra Irán como una operación que nadie salvo el ejército de su país podría haber llevado a cabo. Por su parte, el primer ministro israelí, Beniamin Netanayahu, ha recurrido, cómo no, al adjetivo “histórico” para valorar la implicación directa de Estados Unidos en una guerra que, por su parte, ha venido intentando desencadenar sin éxito desde hace dos décadas. Que se trate de un ataque histórico no garantiza, sin embargo, que la dinámica que amenaza con desencadenar consolide la paz y la seguridad mundiales. También podría, por el contrario, provocar una inestabilidad que precipite el mundo en un conflicto generalizado. El mismo Trump que ha adoptado la decisión “histórica” de atacar Irán fue quien rompió unilateralmente el acuerdo nuclear con Teherán, también histórico, alcanzado en 2015 por su predecesor, Barack Obama.

Días atrás, la Agencia Internacional de la Energía Atómica publicó un informe sobre el programa nuclear iraní que, según la administración estadounidense, sería justificación suficiente para un ataque. Para que lo fuera, debería hacerse absoluta abstracción del contexto en el que se ha llevado a cabo, avalando el adanismo de la Casa Blanca. Una vez más, Trump, el mismo Trump que rompió el acuerdo alcanzado por Obama anuncia, primero, que abriría negociaciones con Irán y, a continuación, que está orgulloso de haberlas roto sin esperar siquiera a que expirase el plazo de dos semanas que él mismo, siempre él mismo, había establecido para adoptar una decisión. ¿Por qué este cambio de opinión? ¿Por presión de Netanyahu? ¿Por el deseo de su administración de cortocircuitar cualquier salida que concediera algún protagonismo a los europeos, según buscaba el gobierno de Teherán con sus últimos movimientos? ¿Por incompetencia?

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El presidente de EE.UU., Donald Trump, con J.D. Vance, Marco Rubio y Pete Hegseth, en su comparecencia del sábado por el ataque contra Irán

CARLOS BARRIA / AFP

Las razones habrán sido las que sean, pero lo cierto es que, más allá del coste en vidas humanas –un coste que ha dejado de importar a nadie, salvo que se trate de vidas israelíes–, el ataque ha asestado un nuevo golpe al orden internacional, ahora al Tratado de No Proliferación (TNP). El principal problema al que se enfrentó el TNP desde su entrada en vigor fue la existencia de potencias que, disponiendo del arma atómica, rechazaban ratificarlo. Además, el intento de facilitar una desescalada que concluyera en la desaparición de estas armas cayó pronto en el olvido. Aun así, un precario equilibrio consiguió abrirse paso durante su medio siglo de vigencia, integrando con pragmatismo y resignación las diferentes situaciones de hecho. Potencias como India y Pakistán sólo consideraban el recurso al arma atómica en el marco del conflicto que las enfrenta, lo que limita el riesgo. Con potencias como Corea del Norte ha venido ocurriendo otro tanto, por su aislamiento internacional: mantener un contencioso con el mundo entero es, a estos efectos, como no mantener ninguno.

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El caso de Israel es diferente, porque su ambición nunca ha sido alcanzar un equilibrio militar en Oriente Próximo, sino la superioridad, asegurándose el monopolio en la posesión del arma atómica sin ratificar el TNP. Sintiéndose amenazadas, algunas potencias de la región, que sí son firmantes, como Irán, han buscado dotarse de la tecnología para enriquecer uranio, que es la misma para usos civiles y militares. Desde la lógica de la superioridad, Israel destruyó en 1981 la planta Osirak donde Saddam Hussein desarrollaba su programa y Estados Unidos acabó después con su régimen. Esta es la estrategia que Netanyahu pretende seguir con Irán, y de ahí que, tras los bombardeos, haga llamamientos en favor de la insurrección de los iraníes. Estados Unidos también alentó la de los iraquíes antes de tener que enviar tropas terrestres. ¿Es esto lo que pretende Netanyahu, que Estados Unidos envíe tropas, aunque el coste para Estados Unidos pudiera ser una nueva derrota? Porque, para Netanyahu, sumir Irán en el caos, igual que está sumido Irak, sería un objetivo suficiente.

Salvo sorpresas, sin embargo, los bombardeos no bastarán para provocar un cambio en Teherán, como no han bastado en ningún sitio. Y por lo que respecta al programa nuclear, solo supondrán, si acaso, un retraso en la capacidad iraní para enriquecer uranio, abriendo un compás de espera en el que las reglas importarán cada vez menos. Trump, el mismo Trump que cree inaugurar el mundo con cada decisión, podría haber caído en la trampa, esta sí histórica, de implicarse en una guerra que no debía librar al precio de cebar otras en las que no podrá invocar el derecho. Solo la fuerza.

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