Durante casi 30 años, el Jesucristo encarnado de Siberia prohibió a sus seguidores fumar, beber alcohol y utilizar el dinero, que convenientemente terminaba en los bolsillos de los líderes de la secta. Serguéi Tórop, que se hacía llamar Hijo de Dios “Cristo” bajo el nombre de Vissarión, ordenó a sus acólitos mantener una economía de subsistencia, renunciar a comer carne, a beber café o té, o a usar azúcar y productos derivados del trigo. No les prohibió sin embargo la poligamia, fenómeno que en el lenguaje interno del grupo recibía el nombre de “triángulo” (al estar compuesto por un hombre y sus dos mujeres).
Tórop, que ahora tiene 64 años, creó su idílico paraíso en la región siberiana de Krasnoyarsk en 1991, el mismo año en que se disolvió la URSS. Su grupo, que llegó a reunir entre 3.000 y 5.000 adeptos, se formó con gente de esa región, pero también de rusos llegados de otras zonas que en la siguiente década de pobreza e incertidumbre creyeron en él, lo vendieron todo y se instalaron en un lugar que el nuevo “maestro” llamó la Ciudad del Sol o Refugio del Amanecer.
Creada el año que cayó la URSS, en tres décadas la “Comunidad de Vissarión” captó a entre 3.000 y 5.000 adeptos
Allí nació una nueva religión, la secta Iglesia del Último Testamento, también conocida como la Comunidad de Vissarión. Pero el Apocalipsis, que formaba parte de sus enseñanzas, le llegó en el 2020, cuando las fuerzas especiales del FSB (heredero del KGB) llegaron en helicóptero, efectuaron una redada y se llevaron detenido a este nuevo mesías de barba y largos cabellos. Poco después, las autoridades rusas declararon ilegal el grupo a petición de la Fiscalía.
La investigación estableció que los organizadores de la secta se apropiaron de dinero de sus seguidores y les infligieron violencia psicológica con el fin de sacar provecho de sus actividades religiosas.
Serguéi Tórop, que en el pasado trabajó como policía de tráfico y carpintero, dirigiendo un servicio religioso en un pueblo al sur de la ciudad siberiana de Krasnoyarsk, el 18 de agosto del 2010
Y ahora, para ser exactos el pasado lunes, 30 de junio, un tribunal de Novosibirsk condenó a Tórop a 12 años de prisión en una colonia penal de máxima seguridad. Su secretario de prensa, Vadim Redkin, recibió una pena de 11 años, mientras que otro de los líderes del credo, Vladímir Vedérnikov, recibió la misma condena que el fundador.
Los tres estaban acusados de dirigir una asociación religiosa que llevaba a cabo sus actividades usando la violencia. Además, a Tórop y a Redkin se les juzgó por infligir daños a la salud, mientras que Vedérnikov tuvo que hacer frente a la acusación de fraude. Según la investigación del FSB, como resultado de la actividad del grupo, 16 miembros de la comunidad sufrieron daños morales; y siete, daños a la salud.
El tribunal llegó a la conclusión de que los principales objetivos de los acusados eran la gestión de personas para obtener beneficios mediante la atracción de dinero de los adeptos y su trabajo gratuito.
Antes de crear en 1991 la Iglesia del Último Testamento, declarada herética por la Iglesia Ortodoxa Rusa en 1994, Tórop había trabajado como policía de tráfico y carpintero. Su reencarnación y la expansión de su pequeña religión fue uno más de los fenómenos sectarios que se dieron en los difíciles años 90 en Rusia, aunque el suyo se mantuvo activo durante casi tres décadas, en parte debido a lo aislado que se encontraba.
Sus creencias están recogidas en “el Último Testamento”, que es un extenso registro de sus actividades. En él se recoge la cosmogonía de Vissarión, una mezcla de enseñanzas esotéricas orientales, con temas como la reencarnación o la preparación para un inminente Apocalipsis.
Los vissarionianos utilizaron su propio calendario, que empieza a contar el tiempo a partir del nacimiento de Tórop, el 14 de enero de 1961, momento en el que según ellos comienza “la Era del Amanecer”.
Según señala la agencia Ría Nóvosti, tras las detenciones del 2020 y la posterior liquidación del grupo, cientos de sus seguidores han seguido viviendo en aldeas remotas del krai de Krasnoyarsk.
La secta no impedía a los seguidores desilusionados que se fueran. Pero, según antiguos miembros, no podían abandonar la Ciudad del Sol, pues habían vendido sus antiguas viviendas, abandonado sus trabajos y perdido sus antiguos lazos sociales para unirse al Jesucristo de Siberia.