Catorce años de guerra civil dejaron una Siria devastada y dividida en zonas de autogestión, feudos con sus propias milicias, que el nuevo régimen intenta ahora controlar. El gobierno, bajo la presidencia del ex yihadista Ahmed al Shara, genera mucha desconfianza, sobre todo entre los drusos, los alauíes y los kurdos, las tres principales minorías religiosas y étnicas del país.
Al Shara ha conseguido el apoyo de EE.UU. y la UE, pero Israel no se fía. No quiere que el ejército sirio recupere el control de Sueida, la región de mayoría drusa en el sur del país. Preferiría que Sueida y la vecina Deraa fueran regiones desmilitarizadas o, lo que es lo mismo, bajo control de las milicias locales. Estos grupos armados sintonizan mejor con Israel que con las nuevas autoridades sirias, a las que siguen viendo, básicamente, como yihadistas.
Violencia étnica
Los drusos y los alauíes son víctimas de ataques de odio que no van a cesar”
Los enfrentamientos de las fuerzas militares del régimen con los alauíes y los drusos han dejado cientos de muertos en los últimos meses. Los kurdos, de momento, observan esta violencia desde la barrera. Están mejor armados que los drusos y los alauíes, y cuentan con la protección de Estados Unidos.
La situación en el norte de Siria es más compleja que en el sur. No solo por la presencia de la minoría kurda, sino también del ejército turco, que controla buena parte del territorio. EE.UU. mantiene tres bases militares. Tropas francesas y británicas también están allí estacionadas.

Kamal Sarvast, como la mayoría de los kurdos, es un detractor de Turquía y un aliado de Israel
Ante este panorama, Kamal Sarvast, veterano del Frente Popular del Kurdistán y expresidente del Comité para la Defensa del Pueblo Kurdo, considera que “es muy difícil que el nuevo régimen sirio pueda aguantar”.
Su pesimismo es rotundo.
Al Shara no podrá controlar el territorio. Turquía no se retirará de las zonas que ocupa. Israel, tampoco. Los drusos y los alauíes son víctimas de ataques de odio que no van a cesar. El Estado no los protege. Los deja a merced de los yihadistas, de organizaciones terroristas que irán afianzando su poder. A los países del Golfo, como a EE.UU., solo les interesa el dinero. No son fuerzas de paz.
¿Hay salida?
Solo una, un pacto con las minorías, que deberían mantener gran parte del poder territorial que han conseguido durante los años de lucha contra la dictadura de Asad. Siria fracasará si no pacta con las minorías. Si el régimen trata de imponer el centralismo, como es común en las naciones árabes, se hundirá.
¿El yihadismo continúa?
Está bien asentado en Siria. Irán y Turquía lo aprovechan para extender su influencia.
Los kurdos son su enemigo.
El pueblo kurdo, como buen aliado de Occidente, ha luchado contra el terrorismo del Estado Islámico y también contra Ahrar al Sham, organización a la que pertenece el actual presidente Ahmed al Shara. No hay que olvidar que era socio de Al Qaeda y que sus miembros eran considerados terroristas y reclamados por la Corte Penal Internacional.
Las guerras de Israel contra Hamas, Irán, Hizbulah han cambiado el mapa de la región.
Y han reavivado la aspiración de los kurdos de tener un estado en el norte de Irak y Siria.
Los kurdos tienen una buena relación con Israel.
Es estratégica. También para ellos. Si tuviéramos un estado aún sería mejor. No estaríamos a merced de los intereses de Turquía ni a las incongruencias de EE.UU. Trump nos ha traicionado al establecer una relación con Al Shara.
¿Qué le parece el desarme del PKK?
Es una trampa. Fuera de la lucha armada no hay ninguna posibilidad para el pueblo kurdo. La vía política ya se ha intentado y Turquía siempre la ha frenado. Es un estado fascista. El desarme deja un espacio vacío, sobre todo en la cordillera de Qandil, entre Irak e Irán. Turquía lo aprovechará para instalar grupos fundamentalistas y terroristas.