Donald Trump, hijo de un padre despótico según los que lo trataron en vida, encontró en el reality show The apprentice una manera de sacar partido como entretenimiento a ese legado autoritario con la marca registrada de su popular lema “estás despedido”.
El problema reside en que en la Casa Blanca, al frente de Estados Unidos, Trump se comporta como si todavía presentara un programa de telerrealidad creado a su gusto y manera personalizada. Trump ha cruzado todas las líneas rojas de la política democrática, coinciden numerosos analistas.
Al despido se suma la reescritura del Rusiagate, el castigo a enemigos o el pacto con la socia de Epstein
Pero no es lo mismo expulsar a un concursante, cosa que forma parte del espectáculo, que echar de malas maneras a la comisionada de la oficina de Estadísticas Laborales, Erika McEntarfer, acusándola sin pruebas de manipular a la baja los resultados del mercado laboral para perjudicarle.
En lugar de plantearse que tal vez las contrataciones cayeron en julio y en los dos meses previos porque hay algo que falla en su política económica de guerra comercial y ataque a los inmigrantes, resulta mucho más fácil dar con un chivo expiatorio que cargue con el muerto ante la infalibilidad del líder y el beneplácito inmutable de sus adoradores.
Su nueva versión del “estás despedido” fue comunicada a través del que es ya su órgano oficial, su red social. Llegó poco después de que lanzara un nuevo ataque contra Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed), al que no para de acosar –no le despide porque sus asesores temen una debacle en la bolsa y porque los estatutos del banco no lo permiten–, al negarse a cumplir su orden de bajar los tipos de interés.
Esta vez le llamó “idiota testarudo” e instó a un golpe de Estado en la Fed. “La junta de gobierno debe asumir el control”, sostuvo. Y envío a Powell “a pastar”.
El pasado mes de mayo, en un ensayo publicado en The New York Times , los profesores de ciencias políticas Steven Levitsky, Daniel Ziblatt (Harvard) y Lucan Wan (Universidad de Toronto) plantearon: “¿Cómo sabrán los estadounidenses que hemos perdido nuestra democracia?”.
“Hoy día, el autoritarismo es más difícil de reconocer. La mayoría de los autócratas del siglo XXI son elegidos. En lugar de reprimir violentamente a la oposición como Castro o Pinochet, los autócratas de hoy convierten las instituciones públicas en armas políticas, utilizando las agencias policiales, fiscales y reguladoras para castigar a los oponentes e intimidar a los medios y a la sociedad civil para que se queden al margen”, respondieron a la pregunta que se formularon.
Lo denominaron “autoritarismo competitivo”, en el que los partidos acuden a las urnas, pero el poder hace un abuso sistemático de las instituciones que perjudica a la oposición.
La cuestión planteada por ese trío de profesores cosechó este viernes una respuesta unánime. El despido inmediato de McEntarfer supuso una demostración al más puro estilo putinesco de lo que habían escrito Levistsky, Ziblatt y Wan... “Así gobiernan los autócratas contemporáneos en Hungría, India, Serbia y Turquía, y es como Hugo Chávez gobernó Venezuela”, contaban.
El cese de McEntarfer ha hecho sonar todas las alertas. Ha sido una semana en la que Trump ha purgado a disidentes, reescrito la historia sobre la interferencia electoral rusa, criminalizado a la oposición (“Obama a la cárcel”, ha sugerido) y reclamado total lealtad institucional. Incluso ha negociado un mejor trato carcelario con Ghislaine Maxwell, la asociada del pervertido Jeffrey Epstein, a pesar de estar condenada por delitos tan horribles como trata sexual de menores. Cada día crece más la sospecha de que Trump persigue que su nombre desaparezca de los documentos de su viejo amigo.
McEntarfer llevaba veinte años en la administración y trabajó en diferentes agencias. Fue Joe Biden, como recordó Trump para cimentar su conspiración, quien la nominó para supervisar las estadísticas laborales (los datos son fruto de la cooperación de un amplio grupo de expertos). En la votación del Senado, en el 2024, su nominación obtuvo un voto muy amplio bipartidista (86 a 8). Entre los que votaron a su favor estaban los senadores J.D. Vance, actual vicepresidente, y Marco Rubio, el secretario de Estado.
“Necesitamos gente en la que confiar”, declaró Trump a los periodistas, frase que despertó las suspicacias sobre cómo se elaborarán los datos a partir de ahora. Matar al mensajero para evitar las malas noticias fue una de las reacciones más escuchadas. “El despido es totalmente infundado”, recalcó William Beach, antecesor de McEntarfer, al que nombró Trump. En la bolsa cundió el pánico. Las estadísticas eran hasta hoy algo fiable para los inversores. Trump las ha convertido en otra herramienta sospechosa.