Compromiso de gastar un 5% del PIB en defensa. Clink (sonido de caja registradora de las de antes). Acuerdo comercial con tarifas de un 15% por parte de Washington. Clink . Promesa de comprar más armamento e importar más de EE.UU. Clink . Fuera la amenaza de una tasa digital a los gigantes del Valle de la Silicona. Clink ...
Si pensaban que Trump se iba a dar por satisfecho con todo lo que ya les ha sacado (una “sumisión”, en palabras del primer ministro francés François Bayroux, el equivalente de la claudicación francobritánica de Suez en el siglo XIX que abrió las puertas a la hegemonía global norteamericana), los europeos no podían estar más equivocados. Si esperaban que el inquilino de la Casa Blanca adoptaría un tono más consensual, se han topado enseguida con la dura realidad. Dicen que el carácter no se cambia a partir de los tres años, así que menos el de un tipo de 79 que tiene el botón nuclear y se comporta como si el mundo fuera su cortijo, o como un rey medieval exigiendo el derecho de pernada.
Starmer, Macron, Merz, Meloni, Tusk, Stubb y la UE lo advierten a Trump en un comunicado conjunto
La perspectiva de una cumbre Trump-Putin en Alaska el viernes para “buscar la paz” en Ucrania ha hecho saltar todas las alarmas en Europa. El temor es que si el líder ruso se come territorio ucraniano como si fuera una pizza margherita (y su agresión es, por tanto, premiada), después querrá zamparse una quattro stagioni (los países bálticos y Finlandia), y más tarde una con patata (Polonia). O por lo menos algún que otro trozo. Y ya no se puede contar con los Estados Unidos para impedirlo.
De modo que, a cinco días del encuentro de los dos matones globales en el Ártico, Europa (desde su posición de debilidad) ha dado a Trump las gracias por sus “esfuerzos por la paz”, pero dejando claro que las conversaciones deben incluir a Zelenski, e idealmente también a ellos, aunque dan por descontado que probablemente serán ignorados.
Un frenesí diplomático en el último par de días ha reunido (presencialmente en unos casos, por videoconferencia en otros) a políticos de ambos lados del Atlántico, para que los norteamericanos expliquen a los europeos cuál es la posición de partida de Putin en las conversaciones de Alaska, y qué concesiones le parecen bien a Washington (aunque lo que les digan va con un aviso de creérselo “a su propio riesgo”, como el de nadar en las piscinas y las playas).
El centro de toda la actividad es la mansión de Chevening, en el condado inglés de Kent, donde el secretario del Foreign Office británico, David Lammy, tiene de huésped estos días al vicepresidente norteamericano JD Vance. Los representantes europeos han reiterado su apoyo a las posiciones ucranianas, insistiendo en que un alto el fuego ha de preceder cualquier negociación sobre cesiones territoriales, que Kyiv no renunciará a ninguna parte del país que no esté ya ocupada por los rusos, que las puertas a su ingreso en la OTAN deben permanecer abiertas, y que un eventual pacto debe ir acompañado de garantías firmes de seguridad por parte de Estados Unidos (Trump. cómo no, quiere que sea Europa, a su propio coste, la que asuma la responsabilidad de que se cumplan los eventuales compromisos sobre el terreno, y eso que presume de estar ganando billones con los aranceles que ha impuesto).
Pero para hacerse una idea del género con el que han de tratar los europeos, uno de los participantes en la cumbre diplomática de Chevening ha sido el enviado especial de Trump Steve Witkoff, quien, enfadado por el anuncio del próximo reconocimiento del Estado palestino por parte del Reino Unido, ha dicho que “si Starmer hubiera sido el primer ministro durante la II Guerra Mundial, Hitler habría ganado”. ¡Guau! Con amigos así, para qué quiere uno enemigos....
Putin ha explicado en varias ocasiones que quiere que cualquier acuerdo reconozca el control que Rusia ejerce sobre Crimea desde el 2014, y quedarse con toda la región del Donbas (donde ha ocupado la zona de Luhansk, pero no la de Donetsk, no estando claro cuáles son sus pretensiones sobre Jerson y Zaporizhia). Según fuentes del gobierno británico, el líder del Kremlin valora la importancia simbólica de un mano a mano con Trump (y sin Zelenski) de cara a la escenografía internacional y, aunque le gustaría que desaparecieran las sanciones, no se siente presionado como para hacer concesiones. Y Londres piensa que Washington cree que puede encontrar soluciones rápidas a problemas (también Gaza) muy complejos, como si se tratara de la disputa por la compra de un casino en Atlantic City.
Después de la II Guerra Mundial, en la conferencia de Yalta, los líderes estadounidenses y soviéticos de la época se repartieron Europa, y los actuales dirigentes de la UE y el Reino Unido no quieren que ello vuelva a ocurrir aunque sea a una escala inferior, en Ucrania. Una declaración conjunta firmada por el británico Starmer, el alemán Merz, el francés Macron, la italiana Meloni, el polaco Tusk, el finlandés Stubb y la UE señala, tras masajear a Trump y agradecerle sus gestiones, la convicción de que “toda solución debe proteger los intereses vitales de seguridad de Kyiv y del continente”, Zelensky debe sentarse a la mesa y el futuro no puede decidirse sin él”.
Aunque ese comunicado lleva también otras firmas, para que nadie se enfade, los “tres amigos” (Starmer, Merz y Macron) han hecho piña para asumir el liderazgo europeo en materia de defensa y seguridad, formando un club (el E3) que funciona de manera paralela a la OTAN y la UE. El trío tiene una buena sintonía personal y coincide en que, dorando la píldora a Trump todo lo que haga falta, hay que prepararse por si Washington se desentiende de la defensa del continente. Como los extintores de incendios que hay detrás de un vidrio “para romper sólo en caso de necesidad”.
En las últimas semanas Londres, París y Berlín han firmado tratados de cooperación militar, económica y de inmigración, sentando las bases de una alianza triangular post Brexit. Con la locomotora francoalemana parada sin batería en algún sitio de la cuenca del Ruhr, el RACC ha enviado para que la empuje otra de fabricación británica, pero que va muy justa de carbón. Sin crecimiento económico que tire del carro y endeudados hasta las cejas, no se va a ninguna parte. Trump seguirá haciendo clink, clink, clink todo lo que quiera.
JD Vance, un huésped poco agradecido
El vicepresidente norteamericano, JD Vance, que no tiene fama de trabajador pero sí de maleducado (ver cómo se comportó con Zelensky en el despacho oval), está de vacaciones en Inglaterra con su mujer Usha y sus cinco hijos, primero como huéspedes del ministro de Exteriores británico, David Lammy, en su residencia oficial de Chevening (siglo XVIII), luego en la pintoresca región de los Costwolds, y finalmente en Escocia, para no ser menos que su jefe. Con Lammy parece que se entiende bien, aunque están en polos políticamente opuestos, tal vez porque ambos son católicos y tuvieron una infancia difícil, uno en Ohio y el otro en Londres. Y porque han insultado a Trump antes de hacerle la pelota. Estos días han pescado juntos, cuando no han hablado de Gaza, Ucrania y las tarifas. El vicepresidente, que tiene un estilo un tanto chulesco, ha aprovechado para criticar el próximo reconocimiento condicionado del Estado palestino por el Reino Unido, y su “preocupante falta de libertad de expresión”. En esto último tiene algo de razón, pero no como él dice porque se bloqueen las opiniones de la ultraderecha y de quienes se oponen a las residencias para solicitantes de asilo, sino por la clasificación de Stop the Oil y Acción Palestina como grupos “terroristas” (medio millar de personas fueron detenidas el sábado por participar en sus actos). En los Costwolds, playground de famosos, millonarios y aristócratas, no quieren ver a Vance ni en pintura. Prefieren a Kamala Harris, que estuvo la semana pasada.