Los húmedos encantos del monzón

UN VERANO EN BANGKOK

Un recorrido por la eterna y moderna capital de Tailandia 

Pasear por los canales del Chao Phraya en Bangkok, Tailandia

Imprescindible.Un paseo en barca –o en un pequeño crucero de lujo– por los canales del río Chao Phraya, el más importante de Tailandia, es tan obligado para el visitante como surcar el Bósforo en Estambul.

splendens / Getty Images/iStockphoto

A Bangkok, en agosto, es mejor venir con chubasquero. Pero eso no debe alterar los planes de nadie, como no trastorna los de aquellos que aquí viven, inmersos en un presente continuo en que los centros comerciales, a temperatura constante, anulan las estaciones.

Los aguaceros en Tailandia pueden ser intensos al atardecer y a veces le dejan a uno sin resuello –como su comida picante– pero no duran. De eso entiende Luis Garrido-Julve, autor de Tailandia en paños menores , tras 14 años: “Hay que ver la temporada baja como una oportunidad. En fin de semana recomiendo Koh Kret, la isla urbana de la música en directo y de la cerveza artesana”.

La cocina tailandesa, callejera o no, es siempre sana, barata, sabrosa y preparada al momento

Khao San tuvo una onda parecida y conserva su fama de meca mochilera, aunque hoy sea más fácil ver un cocodrilo a la brasa que una mochila. La zona fue ganando caché y confort, hasta que los efluvios de marihuana –por un experimento fallido de despenalización que ha durado tres años– volvieron a ahuyentar a cierta clientela.

Una calle con menos humos y que da más que hablar, desde hace meses, es Song Wat, que puede parecer el Born de hace tres décadas, en versión oriental. Quien tuvo ojo para verlo fue precisamente una barcelonesa, Myriam Rueda, que ha jugado un papel central en la rehabilitación del barrio, que a punto estuvo de caer bajo la piqueta. Hoy florece como escaparate de arte y copeo y ella ha puesto su grano de arena con la vermutería La Malifeta.

Para un cóctel aún más sofisticado puede recurrirse a The St Regis bar, planta 12 del hotel del mismo nombre, con vistas a un campo de golf en pleno centro y al metro elevado, BTS.

El citado Song Wat está a una esquina de la corriente del Chao Phraya. Si la avenida Sukhumvit –surcada por el BTS– es la columna vertebral del Bangkok del siglo XXI, el río es su origen, su alma y su centro permanente.

El Bangkok de hoy le da aún la espalda al Chao Phraya –como Barcelona se la dio a la playa– aunque allí estén algunos de sus hoteles más emblemáticos: The Mandarin Oriental cumple 150 años. Por lo menos su Author’s Lounge, por donde se pasea el fantasma de los novelistas Joseph Conrad o Graham Greene.

En la orilla opuesta al Shangri-La está IconSiam, el centro comercial más fulgurante, con una cascada en su interior obra de una empresa española. En el Capella, “el mejor hotel del mundo” según una lista reciente, todas sus habitaciones (101) tienen  vistas al Chao Phraya. Un paseo en barco por el río es aquí tan imprescindible como surcar el Bósforo en Estambul.

Y si Song Wat es “lo último”, lo primero fue Rattanakosin, sede del poder, convertida en isla por los canales. Allí están el Gran Palacio y los templos del Buda Esmeralda y del Buda Reclinado (Wat Pho).

Exterior del centro comercial de IconSiam en Bangkok

Exterior del centro comercial de IconSiam en Bangkok 

Kawee Wateesatogkij

El nombre oficial de Bangkok es el más largo del mundo, pero su historia es más breve. La capital del antiguo Siam, fundada en 1782, no tiene mucha pátina, aunque la suficiente para recrear el Hong Kong de principios de los sesenta. Véanse los exteriores de In the mood for love , filmados por Wong Kar Wai, que hoy (veinticinco años más tarde) sudaría por la despiadada especulación inmobiliaria.

Bangkok es un molde hipercapitalista de vidrio y acero sobre una superficie subtropical, donde no hay que presuponer que las calles tengan salida y mucho menos acera. Donde algún árbol en flor redime a los últimos canales navegables, tan malolientes como prácticos frente a los atascos vespertinos.

Junto al arcaico Lumphini Park, surcado por lagartos gigantes, está One Bangkok, el último centro comercial, de arquitectura contemporánea. Porque en esta ciudad, hasta los anticuarios están en centros comerciales, como River View, donde el verdadero regalo son las terrazas con vistas.

Más adelante, Rueda receta las madrugadas de Pak Khlong Talat (el mercado de flores) a los noctámbulos, después de ver la puesta de sol en Wat Saket, el templo dorado sobre la única colina –artificial– de Bangkok. “O el mercadillo de Or Tor Kor, de comida local, para quien pueda vivir sin aire acondicionado”. Junto al mercado aireado de Chatuchak, que sigue siendo una buena opción para ropa y recuerdos, aunque en Bangkok queden ya pocas gangas.

Horizontal

El monte de oro en el templo Wat Saket, en Bangkok, Tailandia 

Terceros

El arquitecto afincado Miguel Vélez recomienda Talad Noi (mercado pequeño), “un antiguo barrio chino cercano al palacio real, que mezcla historia viva, arte urbano y vida local. Un Bangkok íntimo y fascinante para explorar con calma”.

La modesta oferta cultural de la metrópolis no hace honor a su tamaño. Tampoco es una ciudad amable para sus niños y ancianos, excepto los más ricos. Con pocos parques, Bangkok dejó de ser una ciudad jardín hace ya décadas. Pero cuenta con un pulmón verde en Bang Krachao. Basta con tomar un transbordador en la otra orilla para encontrar puestos de alquiler de bicis y pedalear en paisajes rurales que uno se imaginaba a más de cien kilómetros. 

Garrido-Julve también elogia “la soi Nana del Barrio Chino”, que no debe confundirse con la de la tríada del turismo sexual (Nana Plaza, soi Cowboy, Patpong). “En esta pequeña soi Nana (‘soi’ es calle) hay restaurantes chinos elegantes, bares de jazz y comida callejera tailandesa”. En todas partes, la frescura y calidad de esta última justifica el viaje por sí misma, a precios imbatibles, acompañada de agua de coco y de frutos de otro mundo: durián, longán, mangostán, rambután... 

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