Judíos huyendo del Tercer Reich, los primeros militares alemanes oficialmente muertos en guerra con Hitler en el poder y el correo de Trump tratando del hambre en Gaza. Todo en la misma isla

Paris Hilton haciendo de dj en Eivissa
“La tierra no le niega nada. En Eivissa no puede haber pobres. Sólo puede haber salvajes”, escribió Irene Polo en 1935.
Ni el primer ministro de Qatar ni el enviado especial de Trump para misiones de paz son pobres. Uno es jeque y el otro es un frenético inmobiliario. Salvajes, quizá un puntito. El puntito perverso que da vivir entre molduras excesivamente doradas.
Steve Witkoff y Mohamed bin Abdul Rahman al Thani se reunieron discretamente el pasado sábado para ver qué hacen con Gaza después de una tremenda conversación telefónica entre Trump y Netanyahu. El presidente de Estados Unidos interrumpió al primer ministro israelí y le “empezó a gritar” porque “no quería escuchar que la hambruna era falsa”. Tenía pruebas de que “los niños allí se mueren de hambre”.
El escenario de la cita entre el jeque y el emisario inmobiliario de paz sorprendió: Eivissa, Eivissa en pleno agosto, y no en una insípida base militar de Alaska.

Un palestino protegiéndose de un bombardeo israelí en Gaza
“Un día nos encontraremos que, para entrar en Eivissa, tendremos que comprar un billete en una taquilla que habrá puesto un alemán en la puerta de la isla”, advirtió hace 90 años la periodista Irene Polo en su reportaje para el diario L’Instant , la mejor descripción de cómo la locura penetraba en este paraíso.
“Los de Mallorca apedreaban a George Sand porque iba con pantalones de montar –escribía–. Los de Eivissa, por los pueblecitos que aún conservan el estilo y el aroma de los mercaderes de los faraones, han visto pasear a los turistas más audaces, vestidos de las maneras más descomunales; las señoras más complicadas, con toilettes de playa inconcebibles... Y el ibicenco pasa por su lado y no les dice más que un cortés: Bon dia ! ”.
“Mezclada con esta gente, tan pura, encontráis a la gente más deshecha del mundo: chiflados, viciosos, enfermos... Personajes de vidas turbias, venidos de todos los rincones de la tierra, que se esconden aquí para soñar, olvidar, conspirar y, según dicen, espiar”.
Eivissa “viene a ser una especie de re fugium peccatorum ”, confesaba un millonario barcelonés a la periodista en un tea-room abierto por un alemán en la carretera de Sant Antoni... ¡1935!
“Las noches queman. Y como no hay nada más, la gente va a los bares –escribía la reportera–. Las terrazas y las azoteas se llenan de forasteros: pijamas suntuosos, bellezas para todos los gustos, perfumes extraños... Una gramola toca rumbas bochornosas y fox trepidantes. Y el viento de África pasa por debajo de las estrellas”.
Era una fauna que se avanzaba al vendaval y a las hierbas que vendrían medio siglo después. Cosmopolitas de “perfumes extraños” que hoy gozarían danzando en las pistas de Amnesia.
Entre ellos, vanguardistas de todo tipo y deseo: arquitectos, amantes, fotógrafos, ménage à trois , filósofos o milagros como Hans Jakob Noeggerath, un estudiante berlinés de Filología Catalana que se ganó el corazón a los ibicencos al vestirse de payés para profundizar en las rondalles.
El estallido de la Guerra Civil, en julio de 1936, pilló al re fugium peccatorum en bañador de El Dique Flotante. O casi desnudos, atrapados por una isla. Julià Guillamon lo describe en un recién e imprescindible libro, El jove Palau i Fabre. Una família de l’Eixample de Barcelona, el somni d’Eivissa i la Guerra Civil .
Cosmopolitas caídos de golpe en la centrifugadora, incluido el ilustrador catalán Eveli Torent y sus fiestas vestido de califa domando lagartijas: la isla quedó en el bando sublevado, fue brevemente recuperada por los republicanos y cayó definitivamente en el lado franquista. En esos zarandeos, unos y otros bombardearon Eivissa desde el cielo, asesinaron con granadas, fusilaron y represaliaron.
Una isla con costas en Berlín y en Moscú. El mismísimo Hitler agradeció por carta al alcalde de Eivissa la ayuda prestada cuando, en 1937, aviones rusos bombardearon en la isla al acorazado alemán Deutschland . Murieron 30 marinos, los primeros militares alemanes caídos en guerra desde que el Führer llegó al poder, excitando el tablero internacional a nivel Pacha tres de la madrugada.
La esvástica, antes de que todo estallara, ya se había asomado por este tubo de escape europeo. “En las blancas paredes de la ciudad de Eivissa he visto, pintada con carbón, la esvástica del Führer –escribía Irene Polo–; en Sant Antoni hay un caballero de nombre teutón, viajero inquieto y enigmático, propietario de una casa magnífica frente al mar, que cuando llega a una reunió de alemanes saluda con esa mano muerta de Hitler; aquí hay muchos judíos alemanes, y se dice que los alemanes nazis tienen la misión de vigilarlos”.
“Pero los otros [los judíos] van haciendo sin que os deis cuenta: abren tiendas, ponen bares y hoteles”, escribe la reportera. Mejor Eivissa que Palestina.
Y lo primero que hicieron los golpistas en 1936 fue entregar a un buque nazi a los alemanes más antinazis de la isla, relató a La Vanguardia el veraneante madrileño Finki Araquistáin después de escapar.
Empezaba una guerra que no era solo española, en la que árabes y judíos llegados de Palestina lucharían en la misma trinchera. Hoy parece imposible. Pero fue real, en las Brigadas Internacionales.
Tan real como ese “Bon dia! ” que los payeses ibicencos deseaban al desconocido que parecía caído de Saturno.