Xi Jinping predica más integración a la Región Autónoma del Tíbet en su 60 aniversario

China

Es su segundo desplazamiento al Techo del Mundo desde que alcanzó la presidencia en 2012

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Mujeres ataviadas con atuendo tibetano agasajan al presidente Xi Jinping tras su aterrizaje este miércoles en el aeropuerto de Lhasa, capital de la región autónoma china de Tíbet. Foto difundida hoy. 

XINHUA / EFE

Xi Jinping se ha dignado a visitar Tíbet entre el miércoles y el jueves, para unirse a la celebración de su 60 aniversario como región autónoma, la quinta y última dentro de China. Es la primera vez que un presidente chino en ejercicio pisa el Techo del Mundo con motivo de esta efeméride. 

No hay que olvidar que esta región, de menos de 4 millones de habitantes (88% tibetanos), representa apenas el 0,25% de la población china. En las provincias limítrofes vive un número parecido de tibetanos, muchos de los cuales encuadrados en una docena de prefecturas autónomas tibetanas. 

En su visita de poco más de un día, Xi ha llamado a mantener la estabilidad política, el orden social, la solidaridad entre etnias y y la armonía religiosa. Todo ello en aras del desarrollo económico del Tíbet, empeño en el que puede aportar pruebas  tangibles. En sus menos de trece años de mandato, se ha duplicado la red viaria de esta gigantesca región -dos veces mayor que la península Ibérica- ha entrado en funcionamiento el tren de velocidad alta entre Lhasa y Nyingchi (cerca de la frontera india) y se ha reducido a la mitad el tiempo de viaje entre la capital tibetana y Shigatse, la segunda ciudad. 

Xi también ha llamado a popularizar el mandarín “como lengua común”. Lo cierto es que los caracteres chinos no han desterrado al alfabeto tibetano en las calles de Lhasa, pero ocupan un espacio preeminente. Asimismo, el presidente ha llamado a “sinicizar el budismo tibetano”, en una adaptación o supeditación al marco chino que también se le exige al islam o al catolicismo. No en vano, la injerencia extranjera es una fijación desde el “siglo de humillación” -según la narrativa oficial- que precedió a la proclamación de la República Popular.

La declaración de Xi coincide con la acumulación de pruebas de que se está relegando la lengua tibetana todavía más en la educación secundaria y universitaria, llegando a hacerla optativa. El argumento utilizado no sería político, sino de mercado, luego indiscutible: el chino abre las puertas de la mayor bolsa de trabajo del mundo. En descargo del Partido Comunista, debe recordarse que en tiempos de los lamas no había educación que no fuera de materia religiosa, ni más escuela que los monasterios -para una pequeña minoría- y que el 99% de las mujeres eran analfabetas. 

Esta es la segunda visita de Xi a la región autónoma, después de la que hizo en 2021, con la que cerró un lapsus de más de treinta años sin visitas presidenciales (la de Jiang Zemin se remonta a 1990). 

Eso no significa que Pekín haya descuidado en ningún momento la que fuera su región más pobre y atrasada. Todo lo contrario. El predecesor de Xi, Hu Jintao, no necesitó volver a Tíbet porque lo conocía de memoria: Había sido el secretario  del Partido Comunista en la región autónoma durante un lustro. 

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Retrato de Xi Jinping en la simbólica plaza de Potala (palacio de invierno de los dalái lamas) en Lhasa, en marzo. Hoy ha acogido coros y danzas para honrar su visita. 

Go Nakamura / Reuters

Asimismo, el padre de Xi Jinping, Xi Zhongxun, fue un alto dirigente en Qinghai, la provincia china (de población mixta) donde nació el actual Dalái Lama. En los años cincuenta, el trato entre ambos fue cordial, hasta el punto que el Dalái Lama le regaló un Rolex. Su relación fue aún más estrecha con el X Panchen Lama, a lo largo de cuarenta años. Algo que pudo influir en su purga durante la Revolución Cultural. Pero Xi Zhongxun volvió a la palestra en los ochenta, negociando con el hermano mayor del Dalái Lama un regreso que nunca habría de producirse.

A día de hoy, el Dalái Lama, nonagenario, ya no representa para Pekín la amenaza que supuso en el pasado, por mucho que la India siga brindándole refugio y Estados Unidos financiación y apoyo político. Pero toda precaución es poca y, la semana pasada, el gobierno chino rompió cualquier contacto con el presidente de Chequia, Petr Pavel (un general retirado que presidió el Comité Militar de la OTAN) al trascender su encuentro con el Dalái Lama.

Como es propio de un partido comunista, el gobierno de Pekín lo fía todo al desarrollo material. La renta per cápita en Tíbet se ha triplicado durante el mandato de Xi Jinping. Asimismo, su programa de eliminación de la pobreza extrema logró que la diferencia de renta entre el Tíbet urbano y el Tíbet rural, en lugar de aumentar, decreciera.

Todo esto, evidentemente, tiene un efecto entre la población de la región autónoma, que sigue siendo abrumadoramente tibetana, aunque lentamente aumente la proporción de vecinos de otras partes de China, sobre todo al hilo de obras públicas masivas, como la futura presa del Brahmaputra (llamado Tsangpo en el Tíbet), tres veces mayor que la descomunal presa de las Tres Gargantas.

Aun así, incluso en Lhasa, los tibetanos seguirían siendo el 70% de la población. Pero eso no impide que el Secretario General del Partido Comunista en Tíbet sea siempre de fuera y que un tibetano solo pueda aspirar a ocupar el número dos. Pekín sabe que Tíbet es su eslabón débil, como lo sabe Washington y como lo sabía Londres desde la época del Raj y ddel Gran Juego en Asia Central.

El aumento del nivel de vida en Tíbet ha tenido otro efecto. Ha reducido prácticamente a cero el número de exiliados en la estela del Dalái Lama y de su fantasmagórica “Administración Central Tibetana” en las estribaciones del Himalaya Indio. Nadie emigra a un país más pobre. 

Xi Zhongxun

El padre de Xi tuvo una relación de décadas con el Panchen Lama y también con el Dalái

Pero a pesar de la retórica de anteriores oleadas de exiliados y de sus descendientes, no ha habido un programa sistemático de sustitución étnica por parte de China. De hecho, durante los más de treinta años en que estuvo en vigor la restricción a la natalidad (política de hijo único, luego de dos hijos) a los matrimonios tibetanos siempre se les permitió tener un hijo más que a la etnia han, mayoritaria en China. 

Sin embargo, el discurso del 60 aniversario, pronunciado por la eminencia gris del gobierno chino -y número cuatro en el escalafón- Wang Huning, denota una escasa sensibilidad por la especificidad cultural tibetana, por parte de un estado que reconoce a otras cincuenta y cuatro minorías étnicas. Siete u ocho de las cuales mucho más nutridas, pero mucho menos socorridas en el mercado internacional de intrigas (con la excepción de los uigures, víctimas de “genocidio” y de “crímenes de guerra”, según los últimos informes anuales, respectivamente, del Departamento de Estado y del Comité Ejecutivo del Congreso sobre China, ambos de EE.UU..

La aproximación a las cuestiones nacionales de los comunistas chinos dista mucho de ser la de Lenin. Pero instrumentalización de estas por parte de potencias extranjeras ha enrocado a sus dirigentes. Así, los medios chinos en lenguas extranjeras empezaron a referirse a Tíbet con su nombre en chino, Xizang, hará unos cinco años, pero desde hace un par de años lo hacen de forma sistemática. En tibetano, por cierto, es Bod.

Es verdad que periodistas y diplomáticos extranjeros necesitan un permiso especial para visitar Tíbet. Algo que también sucede en India para visitar Cachemira o la mayor parte de los estados mongoloides del nordeste. Pero eso iguala al profesional o turista foráneo al chino de la calle, que también precisa de un permiso para viajar a Lhasa o Shigatse. 

“Debemos centrarnos inquebrantablemente en las cuatro tareas principales de garantizar la estabilidad, promover el desarrollo, proteger el entorno ecológico y reforzar la defensa de las fronteras”, se leía este jueves en una de las pancartas desplegadas por una disciplinada multitud. 

Xi Jinping se reunió ya el miércoles con funcionarios y militares allí destacados. Esta vez no hay pruebas de que visitara ningún templo budista, como hizo en 2021. Pero sí lo hizo hace un año en Qinghai, en el monasterio de Hongjue, que no por casualidad conserva impoluta la sala donde su padre se reunió hace décadas con el Panchen Lama. Allí el discurso de integración nacional de Xi fue muy parecido al de esta semana en Lhasa.

El hjjo de Xi Zhongxun ha optado por darle al Tíbet un aniversario folklórico. No han faltado atuendos, ni danzas regionales, mezcladas con admoniciones. Como si tuvieran que escoger entre ser y tener. Una  China más segura de sí misma tal vez habría aprovechado la ocasión para reconocer con valentía y generosidad la singularidad cultural, lingüística, religiosa y nacional tibetana. En cambio, con su ficción de uniformidad y su afán de asimilación, le ha regalado un auténtico balón de oxígeno al exilio tibetano, en sus horas más bajas. Cuando este temía que su misión histórica había terminado y que le esperaban, en breve, dos décadas de travesía del desierto, cuando no la extinción. 

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