Con sus dispares puestas en escena, Donald Trump ha exhibido en los últimos diez días dos estilos diplomáticos contrapuestos que han demostrado su admiración por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su desprecio por Europa. Si al primero lo recibió el viernes pasado en Anchorage (Alaska) con una alfombra roja, un vuelo de exhibición de sus bombarderos B-2 y un paseo en ‘la Bestia’, su coche presidencial blindado, el lunes ni siquiera saludó a los líderes europeos en su llegada a la histórica cumbre en la Casa Blanca: fue Monica Crowley, su jefa de protocolo, quien salió a dar la mano, uno a uno, a los mandatarios de Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y Finlandia, así como a la presidenta de la Comisión Europea y al secretario general de la OTAN.
El objetivo declarado de su reunión con Putin era pedirle que aceptase un alto el fuego en Ucrania, pero al término del encuentro Trump dijo que ya no era necesario, que lo que tocaba ahora era buscar directamente un acuerdo de paz. El objetivo de la cumbre con los europeos –que arroparon al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, tras su bilateral con Trump, a la que esta vez acudió en traje– fue transmitirles la necesidad de aceptar las condiciones del país que amenaza la integridad de Europa: la entrega de territorios ucranianos, el abandono del alto el fuego, la firma de un acuerdo de paz precipitado y la prohibición de que Kyiv entre en un futuro en la OTAN.
A cambio, Trump ofreció un compromiso vacío con Ucrania, unas vagas “garantías de seguridad” que todavía no ha concretado, más allá del posible apoyo aéreo y la venta masiva de armamento, valorado en 90.000 millones de dólares, que sería financiado por Europa. Los líderes europeos respondieron con gratitud y alabanzas al presidente de Estados Unidos, que les había dicho lo que querían oír, hasta que al día siguiente enfrió su optimismo sobre la posibilidad de alcanzar la paz y dijo que en ningún caso los soldados estadounidenses pisarán suelo ucraniano como garantía de seguridad tras la guerra.
En su frente unido con Ucrania y en sus palabras de aprecio hacia Trump, los representantes de Europa parecieron haber entendido la aproximación del presidente a la diplomacia: como en su trayectoria empresarial, entiende en gran parte la negociación desde el punto de vista de las relaciones personales. Pero la escenificación de la cumbre no dejó la imagen de dos partes iguales, sino la de nueve europeos sentados en sillas desordenadas en el despacho oval, escuchando las instrucciones del jefe Trump sentado en su butaca.
El Kremlin afirma que la bilateral entre Putin y Zelenski está lejos de producirse, pese al optimismo de Trump
En la diplomacia de Trump, también cobra importancia su enfoque transaccional, y quizás ese sea el factor que mejor explique el trato dispar a Europa y Rusia en sus recientes encuentros. El presidente entiende que los europeos no tienen nada que ofrecerle, pues, como ha dicho insistentemente, la Unión Europea fue creada para “fastidiar” a EE.UU., se ha estado aprovechando económicamente del país con su superávit comercial y ha vivido bajo el paraguas militar estadounidense sin necesidad de pagar por su defensa.
En cambio, sabe que Rusia tiene mucho que ofrecerle, más allá del acceso a recursos minerales y el establecimiento de rutas comerciales en el Ártico: está en sus manos terminar la guerra que empezó hace tres años con su invasión a gran escala de Ucrania. Un conflicto que Trump quiere terminar lo antes posible para cimentar su imagen como mediador por la paz y poder centrarse en sus batallas domésticas y culturales.
Por eso, en la cumbre con Europa, exhibió en el despacho oval un mapa de Ucrania con las regiones invadidas en rojo, una cuarta parte del país. “Supongo que todos habéis visto el mapa”, dijo después en Fox News: “Un gran trozo del territorio ha sido tomado, y ese territorio ya está tomado”, añadió, asumiendo que Kyiv deberá aceptar esa realidad y renunciar a una parte en la hipotética negociación con Rusia. El presidente comenzó “los preparativos” de ese encuentro en la misma cumbre, cuando se levantó al final de la reunión con los europeos para llamar a Putin. No lo hizo delante de sus homólogos porque “hubiera sido irrespetuoso” hacia el líder ruso, dijo, en otro gesto de desprecio hacia Europa, el aliado tradicional de EE.UU.
Sin embargo, el Kremlin se ha encargado de desmontar el entusiasmo declarado de Trump sobre una bilateral entre Zelenski y Putin, previa a la pretendida reunión trilateral que lo incluya a él, en la que en su visión debe firmarse la paz. “No se ha planeado ningún encuentro”, dijo el viernes el ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov. “Putin se reunirá con Zelenski cuando la agenda esté lista para una cumbre, pero no lo está para nada”. Después de estas declaraciones, Trump volvió a amenazar al Kremlin con más sanciones, unas sanciones residuales porque EE.UU. y Rusia no mantienen apenas relación comercial desde el inicio de la invasión.
Trump exhibió su admiración por Putin y su desprecio por Europa en sus recientes encuentros
Con sus puestas en escena en los últimos diez días, Trump ha logrado enviar el mensaje de que la paz está más cerca que nunca, a pesar de que no haya salido de sus reuniones ningún avance concreto. En su diplomacia, la imagen suele ser más poderosa que el resultado de sus encuentros. Y ese es el motivo por el que los líderes extranjeros acuden al despacho oval con obsequios y un discurso cargado de alabanzas y peloteo al presidente más poderoso del mundo.
Por eso el primer ministro británico, Keir Starmer, le entregó en febrero una carta firmada por el rey Carlos III invitándolo a una segunda visita de Estado, algo “sin precedentes”. O Beniamin Netanyahu le regaló en su primera reunión un busca dorado –como los que detonó de manera simultánea en un ataque a miembros de Hizbullah el año pasado en Líbano y Siria– y en la segunda, tras el bombardeo de Irán, una carta proponiéndole como premio Nobel de la paz.