La insólita cumbre en la Casa Blanca de hace una semana causó perplejidad por las formas y dejó un regusto amargo en los europeos. Bastaba ver el semblante muy serio de Emmanuel Macron y Friedrich Merz. No fue la grosera emboscada que había sufrido Volodímir Zelenski el 28 de febrero. Donald Trump ejerció esta vez de anfitrión cordial, hasta simpático, pero en el fondo se trató de otra nueva emboscada, aunque dulce. La UE constató su debilidad e imploró que su voz fuera escuchada en una coyuntura geopolítica cuyo desenlace puede decidir el futuro del Viejo Continente durante decenios.
Si bien la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, estuvo presente en el encuentro, quedaron patentes las limitaciones y la pérdida de influencia de la UE como entidad supranacional cuando se trata de cuestiones trascendentales de guerra o paz. En estas circunstancias vuelven con fuerza los estados, los únicos que disponen de ejércitos.
Pese al Brexit –y esa es una de las pocas buenas noticias de la situación–, el Reino Unido, gracias a Keir Starmer, parece estar plenamente alineado con la posición de sus exsocios y es una pieza clave, junto a Francia (las dos únicas potencias nucleares europeas y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU), si finalmente hubiera un despliegue de soldados europeos para garantizar un acuerdo de alto el fuego entre Rusia y Ucrania. Los otros países van a remolque de París y Londres. Algunos están más presentes, como Finlandia o Italia. Otros se conforman con estar muy relegados de la toma de decisiones, como España.
Trump aplica un 10% de recargo a las armas que Europa compra y da a Kyiv para pagar la futura protección aérea
La incomodidad europea con la escena de Washington del 18 de agosto quedó reforzada por otra noticia del día siguiente que, sorprendentemente, tuvo poca repercusión. En una entrevista con Fox News, al secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, le preguntaron por el coste de una eventual protección aérea norteamericana de las tropas de garantía europeas. Bessent quiso tranquilizar enseguida a la entrevistadora, a la audiencia y a los votantes de Trump: esta operación no supondrá un costo para los contribuyentes estadounidenses. “Estamos vendiendo armas a los europeos, que a su vez las están vendiendo a los ucranianos (en realidad se las regalan) y el presidente Trump aplica un recargo del 10% sobre las armas –explicó Bessent, sin pestañear–. Así que quizás este 10% cubrirá el coste de la protección aérea”.
El cándido reconocimiento del recargo sobre el precio de las armas destinadas a Ucrania, que sufragan los contribuyentes europeos, es un ejemplo más de la conducta abusiva -o de mero chantaje financiero– de la Administración Trump para con sus aliados europeos. Ese sobreprecio se añade al muy ventajoso acuerdo sobre los aranceles que Trump arrancó a Von der Leyen a finales de julio en Escocia y al compromiso europeo de invertir centenares de miles de millones de euros en Estados Unidos, comprarles armas y gas licuado.
En esta crisis, la UE pierde peso como entidad supranacional frente al protagonismo de los estados
La mayoría de analistas europeos se muestra descorazonada o es escéptica. “La América trumpista exige a los europeos ser más subordinados que aliados”, afirmó el editorial del diario económico Les Echos . También en Francia, el semanario Marianne calificó de “figurantes” a la delegación que cruzó el Atlántico para ver a Trump. El filósofo Jean-François Colosimo tiene claro que “el objetivo común de Trump y Putin es meter en cintura a Europa”. Colosimo constató ante Le Figaro que “la Europa de los 27 es impracticable ante los nuevos peligros”. El semanario satírico Le Canard enchaîné recurrió a la ironía para comentar lo ocurrido en la Casa Blanca: “Raramente el ridículo y la extravagancia tuvieron tanta relevancia diplomática”.
En Alemania, el impacto también fue duro. “Nadie que no quiera hacer el ridículo debería hablar, por ahora, de la soberanía europea o de una Europa como bloque de poder seguro de sí mismo en un mundo multipolar –escribió un columnista del Frankfurter Allgemeine Zeitung –. Europa debe primero volver a ganarse el respeto del mundo si quiere ser tomada en serio en el futuro.” En un tono parecido, un editorialista del rotativo económico Handelsblatt alertó de que Europa ha llegado “al momento de la verdad” y “debe decidir si de verdad considera o no la defensa de Ucrania como una cuestión existencial para ella misma”. Si la respuesta es afirmativa, ha de actuar en consecuencia, sobre todo para impulsar su industria bélica. “Si no lo hacen, nuestros líderes deben dejar de hablar de un apoyo ilimitado a Ucrania”, sentenció el analista alemán.
El semanario británico The Economist se congratuló de que la reunión de Washington no fuera un desastre, pero expresó su inquietud sobre la fiabilidad de Trump al ofrecer garantías de seguridad a Ucrania y a los europeos. “Es difícil imaginar algo más destructivo para la seguridad europea que una fuerza de pacificación que no sea defendida si es atacada –escribió la revista–. Eso sería la victoria más soñada por Putin”.
“Europa peligra como nunca desde 1945”, alerta el politólogo Bertrand Badie
Bertrand Badie, especialista en relaciones internacionales y profesor emérito en Sciences Po, confesó a La Vanguardia su alarma. “¡Europa está en peligro como nunca desde 1945! –advirtió–. Uno puede incluso preguntarse si después de Anchorage (Alaska) y del proceso iniciado no hay el deseo cómplice entre Putin y Trump de marginar a Europa en lugar de la voluntad de resolver el conflicto (de Ucrania). Además, Europa se ve casi en una trampa con las famosas garantías de seguridad que ella acepta, pues le permiten existir pero la amenazan con hacerla entrar en la guerra”.
Mucho menos pesimista se manifiesta Violeta Moskalu, una profesora universitaria franco-ucraniana que creó y preside la fundación Global Ukraine, que agrupa a profesionales de la diáspora ucraniana. Moskalu prefiere ver el vaso medio lleno. Piensa que la reunión de Washington, pese a todo, “ya marca un antes y un después”. “Junto al presidente Zelenski, los líderes europeos subrayaron un dato clave: en tres años, Rusia solo ha logrado avanzar sobre un 1 % del territorio ucraniano –unos 6.000 kilómetros cuadrados desde noviembre del 2022–. A ese ritmo, necesitaría más de cuatro años adicionales para ocupar únicamente las cuatro regiones que reclama en violación del derecho internacional –afirmó Moskalu a este diario–. Con este escenario, no hay motivo alguno para legitimar las demandas de Moscú”.
La fundadora de Global Ukraine ve esperanza: “La reunión de Washington fue una pesadilla para Putin”
Según la presidenta de Global Ukraine, la escena de la Casa Blanca supuso en realidad “una pesadilla” para el Kremlin, que ya veía el terreno abonado para un nuevo Yalta (un reparto de Europa, como en 1945). “La realidad apunta a lo contrario –concluye Moskalu–. Se vislumbra un punto de inflexión. La prudencia sigue siendo necesaria, pero la dinámica parece jugar ahora a favor de Ucrania y de la seguridad de Europa”.