Veinte años atrás no queríamos ser malpensados y creer todas las revoluciones de colores (así acabaron llamándose) en el espacio postsoviético y de Europa del Este estaban orquestadas y pagadas por un financiero especulador que, con la excusa de la democracia y la libertad de expresión, pretendía torpedear regímenes autoritarios y cleptocráticos para entregar una serie de países al capitalismo neoliberal. No, las revueltas populares tenían en sí mismas razón de ser. Pero sí, George Soros estaba allí.
Fueron cuatro. La revolución Bulldozer, en Serbia (2000), la de las Rosas, en Georgia (2003), la revolución Naranja en Ucrania (2004) y la de los Tulipanes en Kirguistán (2005). Todas tenían en cabeza grupos de jóvenes motivados, sobre todo estudiantes. Eran los serbios Otpor (Resistencia), los georgianos Kmara (Basta), los ucranianos Pora! (¡Es hora!) y los kirguises Kelkel (Renacimiento y brillo de Dios). En Bielorrusia existió Zubr (Bisonte), que no pudo salir adelante, y en Albania, lejos de aquella esfera, un grupo de jóvenes recibió unos céntimos del exterior para concienciar a la gente ante unas elecciones.

Activistas de Pora! en la Maidán durante la revolución Naranja ucraniana del 2004
La estrategia común parecía inspirada en las enseñanzas de Gene Sharp ( De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la liberación ), del Albert Einstein Institute de Boston. Nombres, símbolos, campañas, consignas y hasta el merchandising de banderines, pulseras y bolígrafos, todo se parecía. Eso hizo pensar a más de uno quién pagaba todo esto. Pues un poco todo el mundo: EE.UU., la UE, y el Open Society Institute de George Soros, desde luego. Pero no es menos cierto que estos jóvenes activistas, todos ellos con una mirada occidental, construyeron ellos mismos una red, viajaban de un país a otro, compartían experiencias... ¿Había agentes extranjeros infiltrados? Muy probablemente. Y parece claro que Soros puso fondos en la campaña de Mijail Saakashvili, primer beneficiado de la revolución de las Rosas como candidato de EE.UU. para presidir Georgia.
Sin embargo, y al margen de cómo acabaran las cosas en cada caso, aquellos movimientos promovían un cambio cultural, que las fundaciones de Soros siguieron impulsando. Vladímir Putin, que lógicamente ha abominado de las revoluciones de colores (lo que tiene mucho que ver con su posterior represión de las oenegés financiadas desde el exterior), acusa a Soros de todo esto, de interferir en elecciones y de estar detrás de los papeles de Panamá, que precisamente afectan al presidente ruso.
Ahora Trump le está haciendo un regalo.