Tony Blair es la prueba fehaciente de que no te decepciona quien quiere sino quien puede, y que sólo te traicionan aquellos a quienes has querido. El ex primer ministro llegó en 1997 a Downing Street como una bocanada de aire fresco después de una eternidad de mandato conservador (la era Thatcher-Major), un padre de familia joven dispuesto a hacer las cosas de otra manera, símbolo de la Cool Britannia de David Beckham y las Spice Girls. Millones de compatriotas se ilusionaron de verdad.
Esos mismos millones, y algunos más de propina, se llevaron un chasco monumental con los posteriores escándalos de corrupción, su posicionamiento del lado del dinero y las grandes corporaciones (“No tenemos nada contra quienes son asquerosamente ricos”, proclamó su ministro Peter Mandelson, ahora embajador del Reino Unido en Washington), el despliegue de los tanques en las calles como respuesta al terrorismo y, sobre todo, su papel de escudero de George W. Bush en la invasión de Irak con el pretexto de encontrar unas armas de destrucción masiva que nunca existieron, ignorando las masivas manifestaciones contra la guerra.
Dice que quiere “una Gaza mejor para los gazatíes, que no esté gobernada ni por Israel ni por Hamas”
El mismo Tony Blair que hace veintiocho años orquestó los acuerdos del Viernes Santo para llevar la paz al Ulster, y dio la autonomía a Escocia y Gales, es hoy, a los 72 años, un asesor extraoficial de Donald Trump para el Oriente Medio, que trabaja con Jared Kushner (yerno del presidente norteamericano, casado con su hija Ivanka) y Steve Winkoff, el consejero de la Casa Blanca que hace poco dijo que si Starmer hubiera sido el líder en la II Guerra Mundial en lugar de Churchill, Hitler habría ganado.
A los británicos no les ha sorprendido la noticia, difundida ayer, de que Blair ha participado en una reunión con Trump y Kushner, entre otros personajes, para preparar el futuro de Gaza (se sobrentiende que una vez que el ejército israelí haya acabado de arrasar con todo, y los palestinos que no hayan muerto de hambre o por las bombas y disparos, se encuentren desplazados).
No ha trascendido nada de lo que se habló, ni de las recomendaciones y consejos de unos y otros, aunque hace unos meses Trump expresó su interés en convertir la franja en un resort turístico, con playas, casinos y toda la pesca, y su imagen apareció en un video indecente en el que promocionaba “la Riviera del Oriente Medio” y proponía el traslado de la actual población a países de la zona.
¿Está de acuerdo Blair con ese futuro de Gaza como centro vacacional y de comercio que Kushner y Trump propugnan abiertamente? ¿Qué le parece lo que está haciendo Israel? (tema sobre el que no se ha pronunciado públicamente). Lo único que ha dicho a través del think tank que lleva su nombre es que favorece “una Gaza mejor para los gazatíes”, que nunca ha patrocinado su reubicación, y que ni Hamas ni Israel deben gobernar el territorio, sino que una autoridad neutral debería hacerse cargo en el marco de un acuerdo de paz.
Tras abandonar Downing Street en el 2007, Blair ejerció como enviado especial del Cuarteto (EE.UU, la UE, Rusia y la ONU) para Oriente Medio, y se le criticó una supuesta falta de neutralidad e inclinación hacia el lado israelí, aunque favorecía la solución de los dos estados. Su participación en la reunión con Trump en la Casa Blanca se ha producido en el marco de la horripilante crisis humanitaria en Gaza, la declaración oficial de una hambruna, el doble ataque a un hospital, los asesinatos de periodistas y las crecientes acusaciones de genocidio contra el gobierno de Netanyahu.
La salida del poder ha sentado bien al bolsillo de Blair, pero no a su reputación. Asesora a bancos y gobiernos, da charlas y se le estima una fortuna de decenas de millones de euros, con una cartera inmobiliaria de diez casas y 27 apartamentos, a través de un entramado inescrutable de empresas subsidiarias. Del Tony Blair de 1997 no queda nada. O muy poco.