En Tailandia vuelve a cambiar todo para que nada cambie. El magnate de las telecomunicaciones Thaksin Shinawatra voló el jueves por la noche en su jet rumbo a Dubái, donde ya pasó quince años de autoexilio. Lo hizo haciendo un requiebro -pues había informado de un vuelo a Singapur por motivos médicos- la víspera de que su hija Paetongtarn fuera formalmente reemplazada en la jefatura de gobierno.
La votación parlamentaria de este viernes ha salido adelante y, tal como se esperaba, otro político procedente del mundo empresarial -en este caso de la construcción- Anutin Charnvirakul, se ha convertido en el nuevo primer ministro de Tailandia. Para ello, su partido conservador, Bhumjaithai, había amarrado el miércoles el compromiso de la fuerza con más escaños, que concurrió como Avanzar, pero que, por imperativo judicial, tuvo que disolverse y renacer como Partido Popular. Una fuerza liberal que decía que su objetivo era diluir el delito de lesa majestad, pero que ha terminado entregándole el gobierno a una de las fuerzas más recalcitrantemente monárquicas, en comandita con los partidos ultranacionalistas más directamente relacionados con la cúpula militar.
El Partido Popular confía en que Anutin Charnvirakul cumpla su palabra y, dentro de cuatro meses, disuelva la cámara a fin de que se celebren nuevas elecciones en primavera. Según el mismo partido liberal, Anutin se habría comprometido a promover un referéndum que dé pie a una asamblea constituyente que sustituya la Constitución salida del golpe de estado de 2014. Pero eso son palabras mayores.
Hace dos años, el partido de Thaksin Shinawatra tuvo que tragarse el sapo de pactar con los partidos ultramonárquicos para volver a tocar poder. Una parte de su electorado -los antiguos “camisas rojas”- no se lo ha perdonado. Algo parecido podría pasarle, en su afán por tocar poder algún día, a los jóvenes reformistas del actual Partido Popular. Fuerza formalmente liderada por Natthaphong Ruengpanyawut -como antes por Pita Limjaroenrat- pero donde sigue mandando el fundador, Thanathorn Juangroongruangkit, delfín de otra dinastía industrial, muy vinculada a la automoción japonesa.
En Tailandia, una democracia intermitente, cuando la política no la hacen los militares, la hacen los oligarcas, casi siempre sino-tailandeses de tercera generación. La elevación del poder de Anutin, por tanto, no supone ruptura alguna. De hecho, ya su padre, fundador de la potente constructora Sino-Thai, ya fue primer ministros interino y ministro del interior. Anutin, por su parte, fue secretario de estado de Sanidad hace veinte años, cuando Thaksin Shinawatra y últimamente era ministro del Interior con la hija de este. Entre medio, tuvo prohibido hacer política durante cinco años, antes de integrarse en el partido conservador de su padre, Bhumjithai, que le llevó, en coalición, a ser ministro del Interior y viceprimer ministro con la hija de Thaksin, tras haber sido ministro de Sanidad -y también viceprimer ministro- con el general Prayut Chan-o-cha. Continuidad.
Esto levantó alguna suspicacia, puesto que, como ministro de Sanidad promovió la legalización de las drogas blandas, con el pretexto de ayudar a los agricultores del norte del país. Pero la proliferación de dispensarios se les fue de las manos y se ha demostrado que la mayor parte de sus suministros llegan de contrabando. Pero para ello, unque parte del cannabllega de contrabando, pro para entonces, ya era ministro del Interior.
Hay que entender que durante el largo reinado del anterior monarca, Rama IX, doce golpes de estado triunfaron y siete fracasaron. Como consecuencia de la infatigable actividad cuartelera, durante la guerra fría la izquierda tailandesa fue aplastada y nunca ha podido levantar cabeza. En los interludios más o menos democráticos, la pugna está entre magnates más o menos populistas.
Para la votación de este viernes, el partido Bhumjaithai, el tercero en número de escaños, escogío como candidato a su jefe de filas, Anutin Charnvirakul. Mientras que Pheu Thai nombró al último cartucho que le quedaba, el exfiscal general del Estado y exministro de Justicia, Chaikasem Nitisiri. Este diputado septuagenario ofrecía la disolución inmediata de la Cámara si salía elegido, pero ha ganado la opción de seguir calentando escaño hasta el año que viene.
Todos contra Pheu Thai
Los jóvenes reformistas se tragaron el sapo de votar junto a aquellos a quienes odian
Se da la circunstancia de que, a pesar de su historial de asonadas, Tailandia se ha dotado del mayor parlamento del mundo en superficie. Y su constructor fue precisamente Sino-Thai, la de la familia del nuevo primer ministro Anutin Charnvirakul. Esta también fue clave en la construcción del aeropuerto Suvarnabhumi de Bangkok y varias líneas de metro y de metro elevado. Las adjudicaciones son parte fundamental de su cuenta de resultados.
Del mismo modo que en los Estados Unidos de Donald Trump no ha dejado de haber Trump Towers, en Bangkok hay torres Charn Issara, por la familia Charnvirakul del primer ministro (además del rascacielos Sino-Thai, junto a Sukhumvit). Como todos los tailandeses, el nuevo primer ministro tiene un mote familiar, que en su caso es “nuu” (ratón).
Anutin no ve contradicción alguna entre su vocación de servicio público y su riqueza (que él reduce a unos 120 millones de euros, tras traspasar muchas de sus acciones a sus hijos). Su partido es, junto a Pheu Thai, el más firme defensor del proyecto de crear un moderno corredor de costa a costa, allí donde Tailandia se estrecha -del mar de Andamán al golfo de Tailandia- con dos nuevos puertos y una enorme inversión pública, para competir con el estrecho de Malaca.
Los jueces han intervenido por enésima vez en la política tailandesa, ahorrándole las críticas a la cúpula militar. Aunque el rumor de sables está lejos de apagarse en la frontera con Camboya, los uniformados tailandeses creen que aún no ha llegado su hora, apenas dos años después de devolver el poder a los civiles. Anutin es el cuarto primer ministro en menos de dos años y medio, después del general Prayut Chan-o-cha, del magnate de los condominios, Srettha Thavisin, y de la treintañera Paetongtarn Shinawatra .
Ostensiblemente, la caída en desgracia de esta se debe a la amistosa llamada que mantuvo con el “tío” Hun Sen, dictador de larga data en Camboya, grabada y filtrada por este último de forma interesada. La enésima defenestración de la familia Shinawatra, si todo sale a pedir de boca para Hun Sen, volverá a meter en un cajón su plan muy avanzado de autorización del juego y los casinos en Tailandia, en franca competencia con Camboya. En el peor de los casos, todo deberá ser renegociado y engrasado con el nuevo gobierno, con encarecimiento y retrasos.
El exprimer ministro, cuñado de exprimer ministro, hermano de exprimera ministra y padre de exprimera minitra, Thaksin Shinawatra, el 22 de agosto a a su llegada al Tribunal Penal de Bangkok, donde fue exonerado de las acusaciones de difamar a la monarquía. La semana que viene debería volver a comparecer por las irregularidades en su cumplimiento de un año de privación de libertad
Eso no significa automáticamente que el negocio de los casinos haya perdido su apuesta y el negocio de las drogas blandas la haya ganado (tras la marcha atrás en la legalización de Paetongtarn Shinawatra, hija al fin y al cabo del primer ministro que declaró una guerra de exterminio a los narcotraficantes, una década antes de que lo hiciera el presidente filipino Rodrigo Duterte).
Aunque el ejecutivo del primer ministro interino, Phumtham Wechayachai, retrasó la votación unas horas e intentó disolver el Parlamento a fin de convocar elecciones anticipadas -propuesta rechazada por el Consejo Privado del Rey-, el proceso se celebró entrada la tarde. En el recuento final, el líder de Bhumjaithai obtuvo 311 votos, superando así los 247 necesarios en una cámara compuesta por 492 miembros.
Anutin asume hoy el timón de la que sigue siendo la segunda economía del Sudeste Asiático, pese a la sensación de atonía. Tailandia está acusando la salida de cientos de miles de trabajadores camboyanos por las tensiones recientes; la llegada menguante de turistas y el descenso de habitantes, por sexto año consecutivo. A ello hay que sumar el impacto del arancel estadounidense del 19% a sus productos, que ya llevaban años viendo lastrada su competitividad por la fortaleza del baht. Hombro con hombro con Washington durante la guerra fría, muchos aquí no terminan de creerse que sea Vietnam, antes que Tailandia, quien se esté llevando la parte del león de lo que se deslocaliza de China. Cosas de la democracia intermitente.
Mientras tanto, Thaksin Shinawatra dice que el lunes volverá a Bangkok desde Dubái, para comparecer ante el Tribunal Supremo. Este investiga si fingió sus dolencias y recibió un trato de favor, cuando se le permitió pasar el tiempo de “reclusión” pactado tras su entrega - y luego reducido- desde agosto de 2023, en una suite del céntrico hospital de la cúpula policial, con vistas al campo de golf. Si no pisó la cárcel entonces, menos querrá hacerlo ahora. Algunos se preguntan si, esta vez sí, el pulso de dos décadas entre Thaksin y la cúpula militar escudada tras el rey ha terminado.
