Es probable que Lee Harvey Oswald fuera efectivamente el asesino de Kennedy y no una mano oscura del establishment de Washington, que la princesa Diana muriera en un accidente y no víctima de un complot de la Casa Real con la connivencia de los servicios de seguridad franceses, que el sida fuera resultado de un virus nacido naturalmente en África y no una creación de la CIA para diezmar a la población homosexual y afroamericana, y que el hombre llegara a la luna en el Apollo 11 en vez de en un estudio de televisión. Pero cada vez es más difícil de refutar la teoría de una gran conspiración, de la que el trumpismo sería un ariete, para reemplazar las democracias tradicionales por regímenes autoritarios sin control judicial, escépticos del calentamiento global, dispuestos a sacar al ejército a la calle y utilizar la fuerza para combatir la disidencia, expulsar a los inmigrantes y restringir las libertades de expresión y manifestación.
Esas son algunas de las cosas por las que aboga Nigel Farage, el líder de la ultraderecha británica, que ayer dio otro paso hacia Downing Street con la dimisión de la número dos del Gobierno, Angela Rayner, por no haber pagado la totalidad de los impuestos correspondientes a la compra de un piso. Mientras en Londres Keir Starmer recibía un puñetazo de K.O. y remodelaba con carácter de urgencia su gabinete, en Birmingham, a 190 kilómetros de distancia, el político neofascista subía al podio del congreso de su Partido (Reforma U.K) con música de rock y fuegos artificiales, como el boxeador que salta al ring para la disputa de un título mundial.
¿Cómo es posible que un Gobierno con amplia mayoría absoluta, como es el caso del Labour, esté contra las cuerdas, con un índice de popularidad (20%) propio de un régimen en el ocaso? ¿Cómo concebir que, con la oposición tradicional (los conservadores) prácticamente muerta, vaya dando tumbos, de error en error y de escándalo en escándalo?
Un nuevo cráter se abrió ayer en ese paisaje cada vez más lunar con la caída de Rayner, una cabellera cortada por la prensa de derechas ( Daily Telegraph, Daily Mail, Daily Express, The Sun ...) que la tenía desde hace tiempo en el punto de mira porque representaba al ala izquierda del Labour (desde su punto de vista pecado imperdonable), y también porque ella había mismo ha sido inmisericorde con cualquier indiscreción de los tories en temas fiscales. Quien a hierro mata, a hierro muere.
La crisis es muy nociva para Starmer, un líder escaso de carisma y que lo que vende es una moral de “boy socut”
En el caso de Rayner, se ha quedado de una tacada sin tres cargos, los de viceprimera ministra, vice líder del Labour y ministra de Vivienda encargada de la construcción de un millón y medio de habitáculos a precios accesibles (uno de los grandes objetivos de la Administración). Pero su desplome ha provocado un efecto en cadena con numerosos daños colaterales, víctimas de la ira de un Starmer desesperado por mantener el control de la nave en medio de las turbulencias. Su sustituto como número dos es el secretario del Foreign Office, David Lammy; Yvette Cooper deja Interior para encargarse de Exteriores, y su lugar lo ocupa Shabana Mahmood, hasta ahora la titular de Justicia.
Quien se mantiene en el cargo es la ministra de Economía, Rachel Reeves, a pesar de que su autoridad ha ido en declive desde que se la vio llorando hace unos meses en la Cámara de los Comunes. La reestructuración esta semana del equipo de Downing Street, robándole a dos asesores suyos (uno de ellos Darren Jones, elevado ayer a ministro) ha sido interpretada como una señal de que Starmer quiere controlar más de cerca lo que hace el Tesoro. A Reeves se le critican la eliminación de las ayudas a los pensionistas para pagar el gas y el intento de recortar los subsidios por discapacidad, que han costado al Gobierno un considerable capital político y sugieren una falta de olfato. Pero era intocable por miedo a la reacción de los todopoderosos mercados, con los intereses de los bonos británicos ya por las nubes (véase lo que le pasó a Liz Truss), y porque ya se sabe que no hay dos sin tres. Tras las cabezas de Rayner y Reeves, la siguiente en caer bien habría podido ser la del premier. En su aparición triunfal ayer en el congreso de Reforma UK (adelantada en tres horas para que tuviera un mayor protagonismo), Farage se presentó como un futuro habitante de Downing Street, en la sala de espera del poder, dijo que “Gran Bretaña está rota, víctima de un Gobierno que no da la talla”, y que no le sorprenderían unas elecciones anticipadas en el 2027. Uno de cada tres votantes están de acuerdo con él.
Dar la sensación de corrupción e incompetencia siempre es grave, pero más aún para Starmer, que carece de carisma y labia, con una narrativa más propia de un cuento de El Coyote (historietas del Oeste populares en los años sesenta) que de una novela de Vargas Llosa, y que lo que había vendido al país era una probidad de boy scout y una calma tecnocrática después de la convulsión de los últimos gobiernos conservadores. Pero el premier también pierde a una de las pocas figuras del gabinete que proyectaba autenticidad y conectaba con los votantes por su historia de mujer hecha a sí misma, que dio a luz a los 16 años y fue abuela a los 37, divorciada, con un hijo discapacitado y cuidando de una madre bipolar. Y que a pesar de todo ello había llegado casi a lo más alto, y se hablaba de ella como posible heredera del trono. Más dura será la caída.
Angela Rayner ofrecía autenticidad a los votantes y conectaba con ellos de un modo que Starmer no puede
Starmer se queda además sin su conexión con el ala izquierda del Labour, que está haciendo aguas, con un primer ministro obsesionado por no perder votos por la derecha (los nacionalistas ingleses de clase trabajadora que apoyaron a Boris Johnson y ahora están siendo seducidos por Farage, notas de cuyo discurso anti inmigración son imitadas por el Gobierno). Los Verdes y el nuevo partido de Jeremy Corbyn aspiran a ocupar el espacio vacante.
Un país que sólo vivido dos revoluciones a lo largo de toda su historia, y ambas en el siglo XVII, se asoma al precipicio de una tercera. Porque eso sería la llegada del neofascista Farage al poder. No segura, ni mucho menos, pero cada vez más factible.