Oriente Medio, el norte de África y, en menor medida, también los Balcanes Occidentales no progresan adecuadamente. No pueden. El peso de los conflictos geoestratégicos, así como la incapacidad de los gobiernos regionales para hacer las cosas mejor, es demasiado grande.
Los secretarios generales de la OCDE y la Unión por el Mediterráneo (UpM), reunidos ayer en Barcelona, se esforzaron por presentar el vaso medio lleno. Al fin y al cabo, tanto el egipcio Nasser Kamel, como el australiano Mathias Cormann son diplomáticos, es decir, optimistas ante la adversidad.
El informe que presentaron en el palacio de Pedralbes sobre la integración de la región euromediterránea no es bueno, pero tampoco puede ser mejor. La región que engloba a Europa, el norte de África y Oriente Medio, desde el Ártico al Sahel y desde el Atlántico al golfo Pérsico, está “por debajo de su potencial” porque hay “demasiadas barreras” que obstaculizan la integración. No solo las guerras, también la falta de inversiones y de infraestructuras, dificultan la estabilidad, la cooperación, la prosperidad y, en última instancia, la paz. Estas dificultades forman un nudo gordiano que nadie, desde el inicio del Proceso de Barcelona hace 30 años, ha podido desenredar.
Kamel apela a “una revolución de las mentalidades” para revivir ese espíritu que germinó en la Barcelona de 1995, la voluntad de crear un espacio común entre las dos orillas del Mediterráneo que incluyera a los europeos, a los árabes y a los israelíes. Israel sigue siendo miembro de la UpM, aunque su presencia es testimonial.
La carga que supone reducir las barreras recae en la UE. Los programas de ayuda, de cooperación y desarrollo, sin embargo, son modestos, demasiado pequeños para cambiar la dinámica social y económica de los Balcanes Occidentales y de la región MENA (Oriente Medio y Norte de África).
El último informe de la OCDE y la UpM está lleno de cifras que no son muy positivas, a pesar del funambulismo diplomático de sus responsables.
El liderazgo de la UE no es suficiente para revertir el declive que causan las guerras y la falta de inversiones
Es verdad que la zona euromediterránea tiene un gran potencial, como remarcó Cornmann. Aquí vive el 10% de la población del mundo y una de cada tres personas tiene menos de 15 años. De aquí salen también el 31% de las exportaciones mundiales y aquí se encuentra una quinta parte del PIB mundial. Es la UE, sin embargo, la que lleva el peso de estas cifras. El dato de la exportación, por ejemplo, es muy elocuente. El 94% de las exportaciones dentro de la zona euromediterránea se dan entre los países de la UE. Y si acumular el 31% de las exportaciones mundiales parece una buena noticia, no lo es tanto si se compara con el 40% que se daba en el año 2000.
La población de MENA y los Balcanes Occidentales no está contenta. Más del 40% de los habitantes de Argelia, Túnez, Albania y Bosnia-Herzegovina, por ejemplo, quiere emigrar. Y para estos y otros países de la cuenca mediterránea es importante que lo hagan, sobre todo a la UE. Viven más de las remesas que los inmigrantes envían a casa que de inversiones directas y las ayudas al desarrollo.
A estos países les cuesta mucho endeudarse en los mercados financieros. Han de pagar intereses desorbitados. Por eso la UE es la principal fuente de inversión.
El acceso al capital, en todo caso, es muy complicado, tanto para una empresa como para un ciudadano. El crédito interno en el sector privado de Egipto, por ejemplo, es equivalente al 30% del PIB cuando la media en la UE es del 80%. Por otra parte, menos del 50% de los adultos tiene una cuenta bancaria. La proporción aún es menor entre las mujeres.
Las inversiones necesitan estabilidad, una justicia que las proteja y un sistema administrativo transparente y eficaz. La mayoría de los países de la cuenca sur están lejos de estas condiciones.
En el mundo ideal, el norte de África sería la gran fábrica europea de energía. Las placas solares y los molinos de viento satisfarían la demanda de la UE. Pero en el mundo real, estos países ni siquiera pueden hacer frente a su propia demanda.
Kamel admite que el sur del Mediterráneo no avanza a la velocidad adecuada, pero, al menos, “lo hace en la dirección correcta”. Es un consuelo.