Alguien dijo una vez que los actos culturales en Persépolis quitaban el aliento. No es para menos; las ruinas de lo que alguna vez fue la capital ceremonial del imperio persa se levantan sobre una gran base de piedra a las que se acceden a través de una explanada que exalta aún más su grandeza. La misma donde días atrás se alzó nuevamente un escenario para recibir a la Orquesta Filarmónica de Armenia.
“Es totalmente inspirador tener el honor de presentarnos en este lugar”, contaba Nina, una violinista armenia que practicaba mientras observaba desde la parte baja la belleza del templo iluminado, espectáculo que pocos iraníes han tenido el privilegio de ver en las últimas décadas. Y menos si esas luces se encienden para un concierto. “Es la segunda vez que veo algo así”, explicaba Maryam, que asistía junto con su marido. Son comerciantes de Shiraz, la capital de la provincia que se encuentra a una hora en coche. La ocasión anterior había sido en 2024 cuando, por primera vez desde la victoria de la Revolución Islámica, se autorizó un concierto en el lugar, honor que tuvo el cantante de música tradicional persa, Alireza Ghorbani, también con lleno completo. “Mis padres siempre me hablaron del festival cultural de Shiraz que se llevaba a cabo antes de la Revolución”, añade.
Maryam recordaba que sus padres le hablaban de los conciertos y de las obras de teatro que se hacían en este lugar conocido por los iraníes como Takhte Jamshid o el trono de Jamshid. “Pero los que crecimos durante la Revolución Islámica hemos tenido una experiencia diferente. Takhte Jamshid solo era un lugar para hacer turismo”, explicaba esta mujer que decía estar feliz.
En cualquier otro país, el concierto del pasado 6 de septiembre en Persépolis podría ser considerado un acto ordinario, más allá de que se lleve a cabo en un escenario considerado patrimonio histórico de la humanidad por la Unesco. En Irán, sin embargo, no solo es excepcional sino que tiene muchas lecturas. Tal vez la más importante es el cambio de actitud del “sistema” de la República Islámica –o al menos en apariencia– hacia este monumento construido por el emperador Darío el Grande en el año 518 a.C.
“¿De qué sirve el patrimonio si la gente no puede vivir con dignidad?”, lamenta una espectadora
Aquí llegaban pueblos de todo el imperio para rendir tributo en fastuosas ceremonias hasta que fue incendiado por Alejandro Magno en el año 330 a.C. La leyenda dice que estaba borracho. Con los siglos, las ruinas se convirtieron en símbolo de la grandeza perdida y el orgullo nacional persa, especialmente tras la reconstrucción que comenzó en 1931.
Desde lo alto del templo se observaba la gran explanada con lleno total. Muchos de los asistentes eran invitados de las autoridades locales o del gobierno armenio, especialmente representantes de la comunidad diplomática quienes antes del espectáculo recorrieron las ruinas, una de las mejor conservadas del mundo. Con ellos paseaba Sohr, administradora de una página de noticias locales. “Estoy muy feliz porque cuando un concierto se celebra en Takhte Jamshid el mundo puede apreciar su grandeza”, dijo la mujer que celebraba que las autoridades hubieran dado luz verde para la celebración del concierto.
Y es que Persepolis siempre ha sido un lugar incómodo para la República Islámica. No solo es el gran símbolo de la Persia preislámica sino que recordaba al sha Mohamed Reza Pahlevi, al que habían derrocado. La monarquía realizó aquí grandes fastos y el que más se recuerda en Irán fue el aniversario de los 2.500 años del Imperio en 1971, que terminaría por ser el comienzo de un malestar social que terminó por derrocarlos ocho años después.
Si bien el Estado ha invertido grandes sumas en su conservación en los últimos años, también ha buscado quitarle importancia en detrimento de espacios religiosos., sin aparente éxito. Persépolis sigue siendo el símbolo del nacionalismo iraní, el mismo que, irónicamente, las autoridades buscan exaltar desde la llamada guerra de los 12 días lanzada por Israel en junio pasado.
En estos últimos tres meses han recurrido a símbolos persas en un intento por mantener la unidad social que surgió durante la agresión. “Ellos saben que la gente defendió a Irán y no a la República Islámica y por eso intentan reconciliarse con la gente a través de permitir conciertos como el de Persépolis”, explicaría un día después Shima, una comerciante del bazar de Shiraz .
“Persépolis es un símbolo de nuestra civilización, yo personalmente me siento muy orgullosa de poder visitarlo con frecuencia, pero ¿de qué sirve el patrimonio si la gente no puede vivir con dignidad?”, agregó esta mujer que aprovechó la oportunidad para hablar de los problemas económicos agravados tras la guerra de junio. “La inflación es ya la peor de las guerras. ¿Qué otra guerra hay peor que no tener electricidad o agua?”, aseguró.
Para Ramin, quien administra una cafetería, este cambio de actitud de las autoridades es “maquillaje”. Recuerda que en 1999 el líder supremo fue crítico con quienes visitaban los monumentos que evocaban el nacionalismo iraní durante las vacaciones y animaba a viajar a los lugares de peregrinación religiosa.
El llamamiento ha terminado por tener el efecto contrario. En lo que va del año, la provincia de Fars, de la que Shiraz es capital, ha sido la más visitada por los iraníes. “Shiraz siempre ha tenido una relación distante con la República Islámica, su identidad está ligada al pasado cultural y nacionalista de Irán”, explica Ghasem, que vende objetos tradicionales en el bazar. Cada año intenta visitar Pasargada, la tumba de Ciro el Grande, el día de su aniversario pero la mayoría de veces es imposible. Las autoridades siempre dificultan el acceso de quienes buscan exaltar la figura del creador del imperio aqueménida, considerado el gran imperio persa. “Más de la mitad de los iraníes ya no creen. Muchos están hartos, incluso dispuestos a que algo malo ocurra, con tal de que este régimen ya no esté”, dice .
Inusual concierto ante las ruinas de Persépolis, símbolo de la grandeza persa que incomoda al régimen
Antes de que los músicos desfilen, un grupo de hombres y mujeres del coro local sube al escenario. Siguiendo las instrucciones del director, empiezan a entonar Ey Irán , canción que evoca la grandeza del país y que, si bien siempre ha sido un símbolo del nacionalismo, ha tomado más trascendencia después de la guerra. De inmediato, el público se pone de pie con sus móviles. Quieren registrar el momento en el que el himno popular de Irán resuena entre las ruinas de Persépolis. “Hermoso, hermoso”, repetía Maryam, la comerciante .