Cuando los jóvenes derriban castillos...

Diplomacia

Hoy parece que la guerra y el capital hayan sido siempre los ejes de la organización social. La política, bajo este prisma, no serviría de nada. Sometidos al peso del dinero y del militarismo, los políticos no serían más que actores en un drama que no han escrito.

Pensar así parece que ayuda a entender el autoritarismo y la decadencia democrática. La política, al fin y al cabo, es diálogo y consenso, y hoy nadie habla con nadie y, mucho menos, pacta con nadie. No hay encuentro en el bien común.

Muchos ciudadanos se alejan de la política porque consideran que el mundo es corrupto, cínico y explosivo. Abrazan el nihilismo y la desesperanza que propagan los movimientos alternativos para, en un acto instintivo, arrojarse en los brazos de los mismos nostradamus que predican el fin del mundo. Les confían su vida porque les prometen la salvación mediante la fuerza y el dinero.

Así es como a lo largo de los siglos las religiones han captado a los creyentes. Así es como las naciones van a la guerra, cómo se destruyen las ciudades y las civilizaciones, poniendo nuestra vida más allá de nuestra propia responsabilidad, entregados al salvador.

A protester wearing flak jacket and carrying a shield snatched from a policeman shouts slogans at the Singha Durbar, the seat of Nepal's government's various ministries and offices during a protest against social media ban and corruption in Kathmandu, Nepal, Tuesday, Sept. 9, 2025. (AP Photo/Niranjan Shrestha)

La juventud de Katmandú desarmó a la policía y asaltó el poder el pasado día 9 

Niranjan Shrestha / Ap-LaPresse

“¿Y quién es él?” , se preguntan los escépticos. “No dudes, obedece”, replican los creyentes. Y así se hace, y así pasan los años de la apatía, hasta que un día, sin que nadie sepa explicar muy bien por qué, pues los grandes movimientos sociales son espontáneos, surgidos de un vacío amorfo, es decir, falto de explicaciones lógicas , los castillos se desploman.

Varios castillos han caído en las últimas semanas, derribados por los mismos de siempre, aquellos a los que el poder no tiene en cuenta, jóvenes marginados por un sistema que creía haberlos sometido.

La generación Z demuestra que la violencia y el capital no se imponen a la política

La juventud de la generación Z, los nacidos entre 1997 y el 2012, ha derribado a los primeros ministros de Nepal y Bangladesh y ha puesto contra las cuerdas al presidente de Indonesia, que ha sobrevivido porque ha aceptado sus demandas. Los motivos de estas revueltas políticas también son los de siempre, la desigualdad, la corrupción y la ineptitud de los gobernantes.

“Los gobiernos pueden caer si la juventud se levanta”, afirma el músico nepalí Rajat Das Shrestha, uno de los líderes de la revuelta en Katmandú.

El muro de Berlín cayó en 1989 bajo el peso de los jóvenes de la Alemania comunista, en un movimiento que los estrategas occidentales no habían anticipado, como tampoco previeron la revolución democrática de ese mismo año en China, sofocada a sangre y fuego en la plaza de Tiananmen.

Las revueltas populares, siempre jóvenes, cargadas de idealismo e inocencia, fracasan tanto como triunfan.

No tuvo éxito la revolución de primavera en la Birmania del 2021, ni en la de ese mismo año en Bielorrusia . Y ¿qué podemos decir de las primaveras árabes del 2011? Los jóvenes derribaron las dictaduras de Túnez, Libia, Egipto y Yemen, pero dejaron que el islamismo y el sectarismo secuestraran sus revoluciones, y hoy están igual o peor que antes.

La tecnología digital permitió en el 2011 el alzamiento de la juventud castigada por la falta de dignidad y oportunidades. Las redes sociales permitieron entonces la autogestión sin líderes , como han vuelto a hacer ahora en Nepal, Indonesia y Blangladesh.

Hoy cuesta recordarlo, pero hubo un tiempo no muy lejano, entre el muro de Berlín y los atentados del 11-S, entre 1989 y el 2001, que la política fue tan preeminente en Occidente como hoy lo es en muchos países del sur global.

Durante aquellos años creímos que no habría vuelta atrás, que la democracia y la economía social de mercado habían demostrado su efectividad para sostener a la clase media, columna vertebral de las repúblicas. Nos inspiraba el héroe de Tiananmen, un hombre frente a una columna de carros blindados, su vida arriesgada por el intangible que es la libertad.

Vistos desde hoy, aquellos tiempos parecen demasiado sentimentales. La política lo es. Consiste en apelar a los sentimientos tanto como a la razón.

Al reprimir la crítica, Trump intenta acabar con el diálogo político del que surge el bien común

La tecnología, sin embargo, nos ha hecho más duros y más prácticos. También más cínicos, solitarios y propensos a la ansiedad. Creemos que el parlamentarismo es una pérdida de tiempo, que el autoritarismo, la violencia y el capital son las herramientas que mejor pueden gestionar el mundo, un mundo de intereses interconectados, un mundo en el que los pueblos sin interés , como el palestino o el rohingya, están condenados a la sumisión y el exterminio.

Es posible dirigir un país sin política, solo con bancos, fútbol, dioses y fuerzas armadas. Pero un país así, como Israel o Estados Unidos, pierden su razón de ser. Hacer la guerra y hacer negocios implica dejar de lado el bien común. No hay bien común sin diálogo político y no hay diálogo sin libertad de expresión.

¿Entendemos lo que intenta Trump al silenciar la crítica televisiva y hacerse con el control de TikTok a través de su aliado Larry Ellison, dueño de Oracle, después de tener también a su lado X, la plataforma de Elon Musk?

Los jóvenes en Nepal, Indonesia y Bangladesh han demostrado que no hay autoritarismo que pueda vivir en paz. No viven en paz Israel, ni Rusia, ni EE.UU. La fuerza y la violencia, la mentira y el falso heroísmo, sostienen a sus líderes, pero quien vive así, más que vivir, muere.

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