El alcalde musulmán de Londres, Sadiq Khan, esperó veinticuatro horas a ver si el primer ministro Keir Starmer (o alguien del Gobierno en su nombre) salía a defenderlo de los ataques de Donald Trump en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero, como era de prever, el titular de Downing Street prefirió callarse, por miedo a ofender al hombre más poderoso de la Tierra, con el que quiere estar a buenas. como sea.
De manera que a Khan, el político con un mayor mandato personal en la historia del Reino Unido (más de 1.300.000 votos en las últimas elecciones), sólo le quedaron dos opciones: o permanecer callado o revolverse, y mostrar a Starmer (y al mundo) cómo se planta cara a Trump.
El síndico londinense, un delfín de Tony Blair que representa a la izquierda moderada, ha calificado al titular de la Casa Blanca de “racista, sexista, misógino e islamófobo”, y ha dicho que en una relación especial, como se supone que es la de Gran Bretaña con los Estados Unidos, uno ha de decirle a su amigo las verdades aunque duelan, por su propio bien.
La manía de Trump a Khan se remonta a su primer mandato, en parte azuzado por Nigel Farage (otro racista e islamófobo, que promete deportar a millones de inmigrantes no sólo indocumentados sino también legales), y en parte por las burlas y protestas de que fue objeto durante su visita de Estado al país en el 2018. Ya entonces proclamó que los islamistas se habían apoderado de la capital inglesa.
Trump presionó a los responsables de protocolo del Gobierno y de la Casa Real para que Khan no figurase entre los casi doscientos invitados a la cena de gala de hace unos días en el castillo de Windsor (algunos que sí lo fueron, como el líder liberal demócrata Ed Davey, se excusaron para no competir ágape con un personaje que consideran repugnante). Pero la cosa no quedó ahí. No satisfecho con ello, el presidente no pudo resistir la tentación de utilizar su discurso en la ONU para lanzar otra andanada contra el alcalde, en el marco de su teoría de que la inmigración musulmana está destruyendo Europa. E incluso una burrada tan obviamente falsa como que la ley islámica va camino de imperar en Londres.
“Terrible, terrible”, dijo refiriéndose a Khan, que ahora le ha devuelto los piropos ante la desesperación de Starmer, que ha adoptado la táctica de enjabonar todo lo posible al dirigente estadounidense para que en vez de castigar con saña al Reino Unido, le dé un trato de relativo favor en comparación con la UE, Japón, China o Brasil. Con énfasis en el adjetivo “relativo”, porque el peloteo más descarado no ha impedido unos aranceles del 15% a las importaciones británicas, y los llamamientos a su compasión no han servido para levantar las tarifas al whisky escocés, el acero y los coches.
A lo único que se atrevió Starmer, a través de sus portavoces, es a defender Londres como una “ciudad global y diversa”. Ha sido Khan quien ha tenido que decir lo que representa Trump.