Casi un año después de la caída del muro de Berlín llegó la reunificación de Alemania –se produjo el 3 de octubre de 1990–, de la que esta semana se cumplen 35 años. Durante esa larga guerra fría, miles de alemanes del este huyeron o intentaron huir de la RDA comunista hacia la Alemania occidental. Una modalidad poco conocida de ese tránsito es la que salvó a Renate Werwigk-Schneider, cuya libertad fue comprada en 1968 por la RFA. Ella tenía 30 años, había intentado dos veces cruzar la frontera sin éxito, y se hallaba en prisión.
“Tengo la fecha grabada en la memoria; el 14 de julio de 1968 llegaron dos oficiales de la Stasi [la policía secreta de la RDA] y me dijeron que iba a salir”, cuenta Werwigk-Schneider, de 87 años, que acaba de publicar un libro autobiográfico, Ein bisschen Diktatur gibt es nicht (No existe tal cosa como una dictadura pequeña), en el que reconstruye su odisea y refuta los intentos de ciertas voces del este de relativizar el carácter dictatorial de la RDA. Conversamos junto a un trozo –ahora pintarrajeado– de la barrera que dividía Berlín en la Bernauerstrasse, cerca del Memorial Muro de Berlín.
“Intenté escapar dos veces del este, pero me apresaron”, dice Renate Werwigk-Schneider, que en 1968 fue liberada a cambio de divisas
Desde 1963 hasta el fin del régimen comunista, la República Federal compró la libertad de 33.755 presos de las cárceles de la RDA, al principio con dinero en metálico, luego ya con bienes (café, mantequilla, frutas tropicales), y al final incluso con materias primas (petróleo, cobre, plata, diamantes en bruto).
Según la investigación del historiador Jan Philipp Wölbern, el primer pago para liberar a ocho prisioneros fue de 200.000 marcos alemanes en efectivo. En cada negociación, el regateo del precio respecto a las características de la persona seleccionada llevaba mucho tiempo. Para la RDA era una fuente de divisas, y para la RFA significaba fomentar sus valores.
Portada del libro autobiográfico de Renate Werwigk-Schneider, con su foto de joven, que se titula “No existe tal cosa como una dictadura pequeña” (ed. Westend)
“Intenté escapar del este dos veces, pero me apresaron”, prosigue Werwigk-Schneider, que de soltera se apellidaba Grossmann. Su padre era pastor protestante y médico, y ella fue expulsada del instituto por sus actividades eclesiales. La RDA toleraba a las iglesias, pero solo hasta cierto punto. También fue expulsada de la universidad, donde estudiaba Medicina, por “desconocimiento del marxismo-leninismo”, pero la readmitieron ante la escasez de médicos. Luego se especializó en Pediatría.
A finales de 1961 –el Muro empezó a construirse en agosto de ese año–, su hermano Reinhard logró escapar a la RFA, y allí planificó con otros alemanes del oeste la fuga de su familia. “En 1963 lo intentamos mis padres y yo con otras personas; íbamos a cruzar a Berlín Oeste por un túnel subterráneo, pero nos descubrieron, nos juzgaron y nos encarcelaron por un tiempo”. Renate pasó dos años presa en una cárcel de la Stasi en Frankfurt del Oder.
“El segundo intento fue en 1967 sin mis padres a través de Bulgaria; había hablado con el famoso abogado Vogel, quien me sugirió que si me dejaba encerrar una segunda vez, tal vez se podría conseguir que la RFA comprara mi libertad”. Wolfgang Vogel era un abogado del este que se especializó en negociaciones con la RFA para pago de rescates de presos políticos.
La joven Renate fue recluida en la prisión de Hohenschönhausen, en Berlín Este, y luego en la cárcel femenina de Hoheneck, en Sajonia. “El Gobierno federal me compró con dinero de los contribuyentes. Costé 100.000 marcos de entonces y un espía de la RDA. Me enteré de lo del espía después, porque supimos que en una reunión del partido dijeron que la RFA había soltado al espía a cambio de una pediatra de Zossen, donde yo vivía; en Zossen había pocos pediatras, era evidente que era yo”.
Ya en Berlín Oeste, se casó y trabajó como pediatra hasta la jubilación. “Tras la reunificación, pude ver mis actas de la Stasi y hacer copias; había mil páginas, que leí y guardé en un armario durante años. Voy a escuelas a contar mi experiencia, creo que se lo debo a las nuevas generaciones, y les digo a los alumnos que lo peor es que si no van a votar, los extremistas obtendrán los votos”. Por su testimonio, Werwigk-Schneider recibió en febrero la Bundesverdienstkreuz (Cruz Federal al Mérito), la más alta condecoración civil de Alemania.


