El mariscal Ferdinand Foch tenía más moral que el Alcoyano, que dice la leyenda que perdía un partido por estrepitosa goleada y sus jugadores se quejaron al árbitro de que pitara el final por misericordia un minuto antes de tiempo, privándoles de la posibilidad de una remontada. “El centro se está viniendo abajo, la derecha está en retirada... Por lo demás la situación es excelente. ¡Atacamos!”, dijo el general francés (que llegó a ser comandante supremo de las fuerzas aliadas) durante la batalla del Marne en la I Guerra Mundial.
“La economía no crece, la inflación persiste, el empleo ha disminuido, una de cada diez personas en edad de trabajar cobra ayudas, la productividad es baja, los impuestos son los más altos en tres cuartos de siglo, la inmigración está descontrolada, falta vivienda accesible, la deuda pública se haya a niveles récord, el deterioro de los servicios y las infraestructuras es palpable... Por lo demás todo va bien. ¡Seguimos adelante”. Ese habría sido el mensaje del primer ministro Keir Starmer a los británicos en el congreso laborista que concluyó ayer en Liverpool de haber estado en la piel del mariscal.
El premier impone condiciones muy severas para que los extranjeros obtengan el permiso de residencia
Starmer, por supuesto, no lo formuló exactamente así. Necesitado de insuflar moral a la tropa tras quince meses desastrosos, de escándalo en escándalo y de retirada en retirada, utilizó su discurso para plantar cara a la ultraderecha (Nigel Farage) y trazar en el suelo con tiza una línea moral. “Nos hayamos ante una encrucijada, una batalla por el alma de nuestra nación”, proclamó.
Calificó de racista la promesa de Farage de expulsar a cientos de miles de inmigrantes (algunos de los cuales llevan décadas en el país), pero al mismo tiempo hizo suyas algunas de las ideas de la ultraderecha, como hacer más larga y difícil la obtención de la residencia permanente (de cinco a diez años), y condicionarla a que un extranjero tenga empleo, pague la seguridad social y los impuestos, no perciba ayudas, hable fluidamente inglés, carezca de antecedentes penales, se integre y trabaje gratis para la comunidad.
Criticado por su falta de visión, Starmer se ha definido en oposición a Farage, al que acusó de “no hacer otra cosa que quejarse, fomentar la división y hablar de declive, que mintió sobre el Brexit y no quiere a Gran Bretaña, un país tolerante, pragmático y decente por naturaleza, que no está roto ni mucho menos”.
Tras meses de parálisis que han dado a Reforma UK (ultraderecha nacionalista) diez puntos de ventaja en los sondeos, un Starmer magullado, lleno de moretones y esparadrapos, ha contratacado y se ha puesto a intercambiar golpes con Farage en el centro del cuadrilátero. Es lo que le pedía su partido. Ya se verá quién gana. El lema de la conferencia del Labour ha sido la “renovación patriótica” (lo que sea que ello significa), y los organizadores repartieron entre los delegados miles de banderitas inglesas, escocesas, galesas y de la Union Jack, en respuesta a las que adornan puentes, rotondas y carreteras de todo el país. Pero un eslogan más adecuado habría sido “más vale tarde que nunca”.
En una época en que los votantes esperan resultados como quien espera una entrega de Glovo o de Amazon, Starmer tiene que darse prisa. El mariscal Foch, con su optimismo, fue premiado con una gran avenida que sale del Arco de Triunfo de París. El primer ministro británico se conformaría con una pequeña calle.
