Oriente Medio y el plan Trump

TRIBUNA

Samuele C. Abrami
Investigador principal del Cidob

El llamado “plan de paz” de Donald Trump y la cumbre de Sharm el Sheij del 13 de octubre se presentan como un punto de inflexión para Oriente Medio. Pero más que un giro hacia la paz, parecen anunciar nuevas dinámicas de poder e intereses en la región. La pregunta ya no es si el plan beneficiará a los palestinos, sino qué papel buscan jugar los países musulmanes en el equilibrio impulsado por Washington.

La iniciativa ha sido recibida y exhibida como una última oportunidad para poner fin a la devastación en Gaza. Sin embargo, tras el aparente éxito de la liberación de veinte rehenes israelíes y de dos mil prisioneros palestinos, persisten las dudas sobre las fases posteriores del plan y las intenciones de sus promotores.

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El presidente de EE.UU., Donald Trump, en la cumbre de Sharm el Sheij del pasado 13 de octubre

YOAN VALAT / Reuters

La puesta en escena del mar Rojo reflejó ese doble juego. Si el entusiasmo occidental era previsible, resultó más sorprendente el intercambio de elogios entre Trump y los líderes de Oriente Medio. ¿Qué explica ese repentino paso al compromiso entre los actores fundamentales del conflicto?

Aunque, leyendo entre líneas, las palabras de Trump suenan más a una propuesta empresarial que a un tratado de paz, su grandilocuencia al afirmar que “Oriente Medio entra en una nueva era de fe y prosperidad” ya apunta hacia el relanzamiento de los acuerdos de Abraham del 2020. La normalización con Israel se convierte en moneda de cambio para la seguridad y las inversiones en la región, en detrimento de los derechos y las reformas sociopolíticas.

Cada actor regional calcula sus beneficios en un nuevo orden todavía incierto

Quedan en el aire interrogantes cruciales: el desarme de Hamas, la gobernanza de Gaza y las garantías sobre la retirada israelí. Y, sin embargo, no sorprende que varios países vean en esta nueva etapa una oportunidad. Egipto busca recuperar su centralidad, la derrota de Hamas y el control de sus fronteras. Arabia Saudí y los Emiratos, al igual que Jared Kushner, yerno de Trump, ven la reconstrucción de Gaza como un negocio. Incluso Qatar y Turquía, a pesar de su cercanía a Hamas, se suman al coro para no quedar fuera de las futuras mesas de seguridad y reconstrucción. El “teatrillo” de Sharm el Sheij muestra, en definitiva, cómo cada actor regional calcula sus beneficios en un nuevo orden todavía incierto.

El escenario actual consolida la aceptación de un equilibrio imperfecto, en el que cada actor regional actúa en función de sus propios intereses. Tras años de fracasos de la diplomacia estadounidense en Oriente Medio, Trump logra proyectarse como artífice de una paz relativa. Los líderes musulmanes, por su parte, pueden presentar su apoyo al plan como un esfuerzo por contener una nueva escalada. Su cálculo –y esperanza– es que la determinación de Trump para la consecución de su propia agenda funcione como freno a las acciones unilaterales de Israel.

El riesgo sigue siendo, una vez más, que el futuro de los palestinos quede relegado al olvido. Pero esta vez el peligro es mayor: dos años de guerra han demostrado que la posibilidad de una nueva escalada sigue latente, con consecuencias que trascienden el conflicto armado y afectan a las dinámicas sociopolíticas. Tanto en un Oriente Medio que el plan no ha logrado estabilizar como en una Europa que permanece como espectadora.

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