En la foto de familia de la cumbre por la paz en Gaza celebrada en Sharm el Sheij la semana pasada no estaban ni Israel ni Hamas, pero había otra ausencia notoria. La de la única potencia que amenaza con disputarle a EE.UU. la hegemonía mundial: China.
Pekín no envió a ningún representante a Egipto, aunque tampoco nadie lo esperaba. El Gobierno chino ha optado por mantener un perfil bajo durante el conflicto de Oriente Medio, limitando su acción a medidas más bien simbólicas, como votaciones en la ONU para pedir el alto el fuego o comunicados públicos a favor de la solución de los dos estados. Solo el año pasado mostró algo más de audacia, cuando medió entre las distintas facciones palestinas para que firmaran un acuerdo de unidad nacional –la llamada Declaración de Pekín–, pero después de aquello pareció esfumarse toda voluntad de intervención.
Esta actitud pasiva responde a un cálculo estratégico. China entiende que no tiene ninguna capacidad de influencia en la actual crisis, a diferencia de EE.UU., con quien Israel mantiene una relación de dependencia, así que no le veía ninguna ventaja en implicarse en una negociación de alto riesgo político. “En lugar de competir directamente con Washington, ha optado por preservar su imagen de actor global responsable que apoya la desescalada, la ayuda humanitaria y un marco de dos estados”, explica a La Vanguardia Gedaliah Afterman, responsable del programa de Asia del think tank israelí Abba Eban Institute.
En ese sentido, la ausencia de Pekín en Sharm el Sheij debe interpretarse como “un mensaje hacia el Sur Global”, dice Inés Arco, especialista en política china del centro de investigación barcelonés Cidob. “Unirse a la foto en un acuerdo de paz en la que no hay ningún tipo de implicación de que los palestinos puedan decidir su futuro sería ir completamente en contra de una narrativa que es histórica”, agrega esta analista.
Alergia al intervencionismo
China se presenta en la región como un aliado pragmático, centrado en los negocios
Más allá de estos cálculos concretos, la cautela de China ante el conflicto de Gaza entronca con el enfoque general de la política exterior del régimen de Xi Jinping, basada en la no injerencia y la priorización de las relaciones económicas. Esta visión ha guiado los pasos de Pekín en Oriente Medio, región en la que lleva una década reforzando su presencia y con la que hoy mantiene importantes vínculos, hasta el punto de que China se ha convertido en el principal socio comercial de la mayoría de países árabes.
La estrategia de Pekín en esta zona del mundo –clave para su economía, ya que de ahí obtiene cerca del 40% de sus importaciones de crudo– es la de presentarse como un aliado pragmático, que solo busca hacer negocios. Por eso es capaz de llevarse bien al mismo tiempo con gobiernos enemistados entre sí como los de Arabia Saudí e Irán –a los que incluso ayudó a pactar una reconciliación sorpresa en el 2023–.
“China quiere permitir que los países de Oriente Medio promuevan sus propias relaciones, sin que eso suponga involucrarse en conflictos”, resume desde Tel Aviv la experta en geopolítica Anat Hochberg-Marom. Y para los estados de la región, eso supone una buena noticia, ya que así pueden buscar alternativas a la alianza con EE.UU.: “Hay un interés de estos actores por jugar con los beneficios que les puedan llevar ambos países en diferentes sectores”, dice Arco, que destaca cómo China, más allá de sus tradicionales inversiones en puertos y carreteras, se está consolidando como un socio de peso en ámbitos punteros como las nuevas tecnologías y las energías renovables.
Esta tendencia parece que no va a verse frenada por el plan de paz de Donald Trump, diseñado para apuntalar la influencia de EE.UU. en Oriente Medio. “El renovado compromiso de Washington margina temporalmente el papel político de China, pero no su relevancia regional a largo plazo”, opina Afterman, quien augura que, tras este episodio, Pekín “se centrará en traducir su presencia económica en resiliencia estratégica, profundizando las alianzas con los países del Golfo y posicionándose para el próximo ciclo económico de la región”.
Una idea con la que coincide el investigador William Figueroa, de la Universidad de Groningen: “En todo caso, este episodio debería convencer a China de que debe mantener el rumbo, en lugar de intentar abarcar más de lo que puede manejar”, dice.


