IA, la madre de todas las burbujas

UNA NOCHE EN LA TIERRA

IA, la madre de todas las burbujas
Redactor jefe de Internacional

La inteligencia artificial promete un mundo de superabundancia, pero las empresas que protagonizan esa “revolución” no saben todavía cómo ganar dinero y están en el centro de una enorme burbuja.

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La inteligencia artificial (por sus siglas en inglés), una burbuja enorme 

Wong Yu Liang / Getty

Llevaban los cuerpos recubiertos de metal, cabalgaban bestias enormes como ciervos y sus cerbatanas escupían fuego y trueno.

En los meses que pasaron entre el primer contacto de los indígenas con los españoles y la llegada de Hernán Cortés y su grupo al palacio de Tenochtitlan, los consejeros de Moctezuma II no pararon de pelearse. Era el año 1518 y para unos, los recién llegados de piel blanca y barbas largas bien podían ser enviados de los dioses cuando no la reencarnación misma de Quetzalcoátl. Para otros, eran una amenaza que había que cortar de raíz.

Moctezuma II, el señor mexica que había librado victoriosas campañas militares contra sus vecinos y había llevado al imperio azteca al punto álgido de su expansión, hizo lo que hacen muchas veces los hombres que gobiernan. Ganar tiempo y no hacer nada. Para cuando se hubo dado cuenta de su error, Hernán Cortes le había hecho prisionero y en solo unos meses iba a acabar con un imperio que había durado doscientos años.

El shock de civilizaciones entre conquistadores y aztecas le sirve a Giuliano da Empoli, ensayista y autor del libro La hora de los depredadores , como referencia para describir el choque entre la vieja clase política que ha gobernado el mundo liberal durante décadas y los mega millonarios propietarios de plataformas tecnológicas y redes sociales, portadores de promesas de solución para los grandes problemas de la humanidad, del cambio climático a la superabundancia.

Como le pasó a Moctezuma II, cuando la elite liberal se ha dado cuenta de quiénes son en realidad los recién llegados, una vez se ha percatado de la profunda desconfianza que sienten por ellos, sus gobiernos y sus reglas, ya es demasiado tarde. Los ingenieros de Silicon Valley a los que les gusta moverse rápido y romper cosas -filosofía que inspira su manera de hacer negocios- buscan ahora cómo sustituirlos por algoritmos y han poblado el futuro de la humanidad con sus sueños de dominación sin límites.

Esos sueños tienen un nombre, Inteligencia Artificial (IA). No existe hoy otro proyecto que galvanice tantas esperanzas y suscite tantas expectativas. Los chicos maravillosos de la IA han abducido a gobiernos. Han convencido a los inversores, grandes y pequeños, para que les entreguen su dinero, amparados en los beneficios de una bolsa estadounidense que ha tocado el cielo con sus promesas.

¿Y si la abundancia que promete la IA fuera solo un espejismo, el fruto de una ambición sin límites?

La exuberancia de todo lo que rodea la IA, esa fe en un mundo nuevo gobernado por datos, encaja con los síntomas de una burbuja económica. Una burbuja enorme. La inteligencia artificial podrá resolver muchos problemas (y también crear otros). Pero, de momento, las empresas que protagonizan esa revolución no han encontrado la manera de ganar dinero. Y pese a ello, según cálculos de Financial Times, el valor en bolsa de las diez primeras empresas del sector (entre las que están OpenAI, xAI o Anthropic) ha aumentado un billón de dólares en los últimos doce meses, un incremento sin precedentes.

Más síntomas: los dos fabricantes de chips para la inteligencia artificial, Nvidia y AMD, han invertido en OpenAI, su primer cliente. Es decir, le han prestado dinero para que les compre más chips. Se trata de operaciones cruzadas que hinchan el balance de esas empresas, pero son movimientos poco transparentes. Al mismo tiempo, unos y otros captan dinero para construir centros de datos, las fábricas que están detrás de la IA, inversión que tardarán años en rentabilizar.

En realidad, todos saben que la burbuja existe. Solo hace falta saber cuándo pinchará la bolsa (por subida de los tipos de interés, por crisis energética, por otras innovaciones...) y quiénes serán los damnificados. Este octubre, el FMI ha pedido a los gobiernos que estén alerta para evitar “correcciones desordenadas” en los mercados financieros. Y el Banco de Inglaterra ha prevenido también de una “profunda corrección del mercado”.

La tranquilidad de muchos inversores pese a la acumulación de indicios se ajusta al comportamiento habitual en las burbujas. Como las ranas en el cazo, se acostumbran al agua a a medida que la temperatura sube. Cuando el agua empieza a hervir, ya no les queda tiempo.

Sin embargo, no todos temen la burbuja. Jeff Bezos, fundador de Amazon y miembro del club de los ingenieros reconoció hace tres semanas la existencia de la burbuja. Dijo que era “buena” porque es industrial y no financiera. Puede pinchar, razonó, pero dejará como legado una infraestructura necesaria. Como los inversores del ferrocarril del siglo XIX, que perdieron su dinero, pero dejaron kilómetros de vías férreas. Lo que no dijo Bezos es si se quedará hasta el final o será de los primeros en vender sus acciones.

Quedan por saber dos cosas. La primera es el coste. Cuando una burbuja pincha, la pérdida de dinero en bolsa se contagia a toda la economía. ¿Cómo de grande será el pinchazo? El número de hogares que ha invertido en Wall Street es hoy más elevado que hace veinte años. También la inversión internacional atraída por las altas rentabilidades. ¿Cuánto dinero se volatilizará? Hay quien piensa que puede ser bastante más que en anteriores ocasiones.

Una subida de tipos o la aparición de otras innovaciones puede provocar el pinchazo fatal

Segunda duda. ¿Y si toda la abundancia que promete la IA fuera un espejismo?. Es decir, que mejore la productividad, pero que de ella no nazca un nuevo mundo... ¿Y si como en la historia de Moctezuma II, los ingenieros de hoy no son seres divinos sino simples humanos movidos por una ambición sin límites? Misterios.

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