Si EE.UU. entrara en guerra con China, podría salir malparada.
Lo reconocía el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, hace unos meses. Todos los simulacros bélicos realizados por el Pentágono en la última década acaban igual: con una derrota norteamericana. “Siempre perdemos”, dijo el republicano, quien alertó de que China “está creando un ejército diseñado específicamente para destruir a EE.UU.”.
El historiador Phillips O’Brian, especialista en conflictos bélicos, se mostraba igual de agorero en un artículo publicado el pasado martes en la revista The Atlantic: “EE.UU. va camino de perder la guerra con China”, escribía. ¿El motivo? El país va a la zaga de su rival en capacidades de producción armamentística. En una hipotética contienda, argumentaba O’Brian, el ejército estadounidense tendría serias dificultades “incluso para compensar una pequeña parte de las pérdidas en el campo de batalla”.
Pero Pekín no amenaza solo con aventajar a Washington en el ámbito militar. Pese a una cierta ralentización, su economía sigue en ascenso, y no se descarta que pueda superar a la estadounidense antes de mediados de siglo; mientras que su tecnología avanza a pasos agigantados gracias a la decidida apuesta estatal por áreas estratégicas como la inteligencia artificial y la robótica.
Ante este escenario, en Washington se está empezando a hablar de un cambio de postura. Si durante los últimos años – sobre todo, a partir del primer mandato de Donald Trump– la narrativa dominante ha sido la de la confrontación, con EE.UU. presentando a China como un enemigo a batir, ahora algunas voces de peso dibujan un enfoque distinto: el de la coexistencia.
Es el caso de la Rand Corporation, uno de los think tanks más influyentes del país, que a menudo asesora al Pentágono en materia militar y que acaba de publicar un informe en el que aboga por evitar el enfrentamiento directo con la potencia asiática.
Giro estratégico
El ‘think tank’ Rand, uno de los más influyentes de EE.UU., recomienda evitar la confrontación directa con Pekín
Titulado Estabilizando la rivalidad entre EE.UU. y China , el documento sostiene que la lógica estadounidense de “victoria total” frente a Pekín no solo es inalcanzable, sino también contraproducente, por lo que conviene establecer un nuevo marco de relaciones para evitar que la competencia escale hacia el conflicto. En ese sentido, el texto –que, cabe resaltar, no responde a un encargo de la Casa Blanca, sino que ha sido financiado por un particular, miembro de uno de los consejos asesores de Rand– recomienda varias medidas, como trazar reglas claras en torno a las áreas de disputa, construir canales de comunicación confiables, moderar el desarrollo de las capacidades ofensivas y reconocer la legitimidad política del otro.
Inevitablemente, este nuevo enfoque –que recuerda a la política de distensión que adoptó EE.UU. con la Unión Soviética en la década de los setenta, por iniciativa del todopoderoso secretario de Estado Henry Kissinger– debería llevar también a un cambio de postura en la espinosa cuestión de Taiwán. El informe de Rand aconseja que EE.UU. haga evidente su renuncia a fomentar la independencia de la isla, para evitar los roces con China. Es más, sugiere que Washington utilice su influencia para disuadir a Taipéi de tomar medidas que puedan incrementar la tensión con Pekín.
Ejercicios militares en Taiwán, el pasado 10 de julio
El cambio de orientación que defiende el documento elaborado por Rand podría tener su reflejo en la nueva Estrategia Nacional de Defensa estadounidense, que el Pentágono tiene que presentar en las próximas semanas. Fuentes conocedoras del plan han revelado al medio Politico que, en su nueva hoja de ruta, el departamento dirigido por Pete Hegseth propondrá priorizar la protección del territorio estadounidense y el hemisferio occidental, algo que supondría todo un giro respecto al mandato militar de los últimos años, centrado en la amenaza china.
Según The Washington Post, esta propuesta es vista con suspicacias por varios altos cargos militares –entre ellos el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Dan Caine–, que consideran que Pekín sigue representando el mayor desafío a la seguridad estadounidense.
A la espera de que el Pentágono haga público su plan, Donald Trump y Xi Jinping escenificaron el pasado jueves en Corea del Sur un acercamiento entre las dos superpotencias tras meses de fricciones por la guerra comercial. El presidente estadounidense exhibió un gran optimismo durante el encuentro y auguró una “relación fantástica durante mucho tiempo” con su homólogo chino. Eso sí, antes de la reunión, anunció que EE.UU. reanudaría de inmediato las pruebas con armamento nuclear para igualar a “otros países”, en una referencia velada a Rusia y, claro, China.
Una diplomacia de palo y zanahoria que casa mal con la estrategia de contención sugerida por los expertos de Rand, y también con el sentir de la mayoría de estadounidenses: según un sondeo del Chicago Council on Global Affairs publicado esta semana, el 53% cree que EE.UU. debería tener una relación amistosa con China. El año pasado, solo el 40% pensaba eso.
