El genocidio como herencia común europea

Diplomacia

Europa pide perdón por los crímenes del imperialismo y al hacerlo asume que el exterminio forma parte de su identidad. Aceptar la responsabilidad de esta herencia histórica permite a los gobiernos europeos afrontar con más garantías el difícil reto de integrar en una verdadera ciudadanía común a las personas llegadas de las antiguas colonias.

Bélgica, los Países Bajos, Francia, Italia y Alemania han dado este paso en los últimos años, y España parece que está dispuesta a seguir su ejemplo, empezando con México. El Reino Unido, sin embargo, guarda silencio. Gran parte de su opinión pública aún está orgullosa de su imperio, el más grande que ha existido.

Lo primero que exportó Europa fue su fuerza, y el exterminio de los guanches en las islas Canarias a finales del siglo XV abrió una larga lista de genocidios. Bélgica, por ejemplo, es responsable de entre diez y quince millones de muertos en el Congo. La conquista española de América causó un mínimo de ocho millones de muertos. La violencia, el hambre, la esclavitud y las enfermedades diezmaron a las poblaciones indígenas. Esta catástrofe demográfica, por ejemplo, redujo la población original americana en un 95%.

Estados Unidos es responsable del exterminio de las tribus indias de Norteamérica y ha reconocido el daño causado mediante una resolución del Congreso, que, sin embargo, los supervivientes de aquellos genocidios no consideran suficiente porque no ha habido reparación.

Puebla, tierra de profundas tradiciones y herencia cultural, llega a Madrid con motivo del Día de Muertos a través de la instalación del altar monumental La abuela de todos: una ofrenda a las Carmencitas. Un altar de muertos que podrá visitarse en la entrada principal de Casa de América del 29 de octubre al 8 de noviembre de 2025, como símbolo de la memoria poblana compartida con el mundo. EFE/Borja Sánchez-Trillo

Altar de muertos de Puebla expuesto en Madrid con motivo de Todos los Santos

Borja Sánchez-Trillo / EFE

Asumir el error, en todo caso, implica admitir que la expansión territorial por todo el globo, el sometimiento de los pueblos y la explotación de sus recursos naturales, se realizó desde la convicción de que las etnias europeas eran superiores.

El imperialismo necesitaba el racismo para justificarse. Los filósofos y los científicos, los políticos y los obispos desarrollaron la idea de que las razas inferiores debían ser sometidas y eliminadas para favorecer el progreso. Los hombres blancos y cristianos tenían el deber ético de matar a los salvajes, seres humanos oscuros e inferiores, más cerca de los primates que de los europeos.

El escritor sueco Sven Lindquist, estudioso del imperialismo y los genocidios que causó, consideraba que la idea de exterminio está tan cerca del humanismo europeo como Buchenwald de la casa de Goethe en Weimar.

Algo parecido pensaba Alexander Solzhenitsyn. El escritor y disidente soviético creía que todos llevamos dentro la posibilidad del bien y del mal. “La línea que separa el bien del mal –escribió en Archipiélago Gulag – no pasa entre los estados ni entre las clases sociales, ni tampoco entre los partidos políticos. Esta línea entre el bien y el mal atraviesa los corazones de todos los hombres y mujeres de la tierra”.

Como nadie está dispuesto a arrancarse la parte mala de su corazón, es inevitable convivir con nuestra capacidad de destruir todo lo que está vivo y construido.

Por eso creo que es tan importante asumir que el exterminio es una herencia común europea, y sobre todo ahora ante el auge del nacionalpopulismo y la idea de que la fuerza lo es todo.

La supremacía militar y de la raza blanca vuelven a ser hoy ideas de ‘progreso’

Hoy, como antes, cuando los imperios europeos se expandían por América, África y Asia, se asienta la convicción de que si no tienes armas no tienes derechos, de que los pueblos sin tierra, aquellos que nada producen, no tienen derecho a existir.

Israel, por ejemplo, suele contrastar su agricultura por regadío con la palestina de secano para enfatizar una superioridad tecnológica que , en muchos casos, implica una racial.

La superioridad de las armas ha permitido a las metrópolis europeas, así como a cualquier supremacista contemporáneo, tanto en Europa como en Estados Unidos, creer en su propia superioridad intelectual y biológica.

Las armas permitían ocupar las tierras y extraer las materias primas que impulsaban el crecimiento industrial. La línea de vida de las potencias coloniales se basaba en la fuerza, el ingenio y la violencia, y hoy no es muy diferente.

La riqueza es necesaria para tener un poderío militar notable y este poderío es necesario para preservar la riqueza.

La pugna entre China y Estados Unidos, por ejemplo, obedece a esta regla y no hay duda de que el racismo tiene un peso determinante en como los presidentes Xi y Trump ven la relación entre las naciones. China ha reducido a meras decoraciones folclóricas los pueblos que la componen, mientras que Trump trabaja para que en su America First los negros, los hispanos y los asiáticos no amenacen los privilegios de la menguante mayoría blanca.

Europa debe ser diferente y al reconocer las atrocidades del pasado se obliga a que el progreso no presuponga el genocidio, como así ha sido hasta hace muy poco. La Shoá es la culminación de los exterminios que Europa ha cometido a lo largo de los siglos.

El Holocausto es único en su dimensión, pero no en su concepción, que es europea

Hitler elevó las matanzas ancestrales de los judíos a un genocidio del que todos los europeos somos responsables porque junto a los que ejercen la violencia están los que la aprueban y los que están al corriente y no hacen nada para evitarla. El Holocausto es único en su dimensión, pero no en su concepción, que es europea.

Los exterminios facilitaron el progreso de Europa y hoy el progreso de Europa, en gran medida, está en manos de los descendientes de aquellos pueblos sometidos. Su inclusión en una nueva Europa depende de que la vieja Europa asuma su culpa y les pida perdón. No es fácil, pero solo así podremos dejar atrás la barbarie.

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