Los libros de autoayuda están llenos de consejos sobre cómo confrontar los miedos de cada uno, y lo importante que es plantarles cara en vez de huir de ellos.Ya decía Franklin Delano Roosvelt a los norteamericanos durante la Gran Depresión que a lo único que hay que temer es al miedo mismo. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, y si no que se lo digan al primer ministro británico, Keir Starmer, y a sus diputados.
Hundido en los sondeos con tan sólo entre un 16% y un 18% de apoyo dieciséis meses después de haber obtenido una mayoría absoluta, por detrás de la ultraderecha (Reforma, el partido de Farage), los liberales demócratas e incluso los Verdes, y eso antes de presentar un presupuesto que romperá el manifiesto laborista con una subida histórica de impuestos, Starmer ve fantasmas por todas partes y teme un intento de defenestración en cualquier momento.
En un ataque preventivo para intentar impedirlo, su equipo de confianza ha acusado al ministro de Sanidad, Wes Streeting, de estar planeando un golpe de Estado, y ha proclamado que luchará con todas sus fuerzas por conservar el liderazgo del Labour y la residencia en el 10 de Downing Street. Para poner más énfasis, sus asesores han filtrado a la prensa que una maniobra de ese tipo sería mal recibida por los mercados financieros, haría caer la libra esterlina y subiría la prima de riesgo de la deuda pública del país. El mensaje es que no sería “patriótica”.
Keir Starmer tiene miedo, pero la cuestión es hasta qué punto está justificado o es pura imaginación. Hace unas semanas sus hombres acusaron al alcalde de Manchester, Andy Burnham, de montar una campaña para arrebatarle al liderazgo; ahora el acusado es Streeting, y hay quienes también señalan con el dedo a la ministra de Interior, Shabana Mahmood; al de Medio Ambiente, Ed Miliband; la extitular de Transporte Louise Haigh; la ex viceprimer ministra Angela Rayner; la vice líder laborista Lucy Powell; la responsable de Igualdad, Bridget Phillipson...
Al acusar al ministro de Sanidad, Wes Streeting, de aspirar a su cargo, Starmer se ha mostrado muy débil
El miedo es un estímulo muy poderoso, y no sólo lo tiene Starmer sino también los 405 diputados que componen el grupo parlamentario laborista, elegidos muchos de ellos por primera vez en julio del año pasado, que dejaron trabajos bien remunerados en el sector privado para formar parte de un proyecto ilusionante, leen las encuestas, escuchan a sus votantes y tienen pavor a perder sus escaños y quedarse en la calle en cuanto haya elecciones (previstas para el 2029, si no se anticipan). Estaban seguros de que habría un ciclo laborista de al menos una década, como cuando ganó Tony Blair en 1997, y ahora ven las orejas a un lobo llamado Nigel Farage).
Cargarse a un primer ministro con mayoría absoluta menos de un año y medio después de haber conquistado el poder parece absurdo, pero vivimos tiempos absurdos. Y si un número suficiente de diputados laboristas considera que Starner no tiene remedio, y que la única posibilidad de salvar el pellejo es un cambio de líder, entonces cualquier cosa es posible por increíble que resulte en teoría. Es lo que hicieron los conservadores cambiando a Theresa May por Boris Johnson, a Johnson por Liz Truss, a Truss por Rishi Sunak... Total, para nada.
Los tories son conocidos por sus tendencias regicidas (véase el caso de Margaret Thatcher), pero nunca un líder del Labour ha sido defenestrado ocupando el poder. El procedimiento no es fácil, siendo necesario que un 20% del grupo parlamentario (actualmente 80 diputados) se pongan de acuerdo en un candidato alternativo. Los consejeros de Starmer creen que Streeting cuenta ya con medio centenar de seguidores dispuestos a un motín.
El ataque preventivo se ha vuelto contra Starmer. Ya fueran ciertos o no sus temores, ha dado muestras de debilidad. Y si no estaba fraguándose nada, lo único que ha conseguido es sembrar la idea de un cambio de liderazgo en quienes no se la habían planteado, dando credibilidad a posibles alternativas y haciendo que la prensa hable de conspiraciones y complot. Una vez más, ha demostrado ser nulo estratega y un pésimo comunicador.
Los diputados del Labour tienen pánico a perder sus escaños en cuanto se celebren elecciones generales
Ahora, más que nunca, la prensa de derechas y los analistas políticos van a especular con su futuro si el presupuesto del 26 de noviembre, con la subida de impuestos, es tan impopular como se presagia (un aumento de la carga fiscal nunca es bienvenida, pero menos aún si el manifiesto con que el partido ganó las elecciones la descartaba categóricamente). Un momento aún más peligroso para Starmer serán las elecciones autonómicas y municipales de mayo, en las que los pronósticos apuntan a una debacle del Labour. Entonces sí que cundiría el pánico, en todos los frentes.
