Si la fuerza lo es todo y solo importa el éxito, no la manera en cómo se consigue, vivimos en un mundo sin límites en el que todo vale y nada importa. La IA acelera la transición a una era en la que moral también será artificial.
Las noticias de esta semana nos demuestran que vivimos en un mundo sin límites. No hay límites al uso de la fuerza militar, al comportamiento inmoral de los líderes y a la deshumanización tecnológica.
Los ejércitos asesinan a civiles indefensos en Gaza, Ucrania, Sudán y otros lugares del inframundo. El presidente de Estados Unidos se ha beneficiado de una red de prostitución con mujeres menores de edad. Ciudadanos de varios países europeos pagaban a los guerrilleros serbios para disparar sobre la población durante el asedio de Sarajevo. Y mientras los hombres se matan y se degradan la inteligencia artificial construye un mundo sin hombres.
Sin límites no hay moral. Sin moral no hay leyes. Sin leyes, todo vale, nada importa. Tampoco el hombre.
Sin límites, por tanto, se impone la indiferencia y también el interés del más fuerte. La libertad, por ejemplo, no es la de todos, sino la del más poderoso, es decir, el Estado. Las autocracias se consolidan y la diplomacia pierde sentido. Apenas hay espacio para el pacto y la justicia.
Estas niñas de Kandahar solo aprenderán a leer el Corán de los talibanes
“De nuevo los tiempos están fuera de nuestro alcance”, escribió el poeta persa Hafez Shirazi en el siglo XIV. Setecientos años después estamos de nuevo en el “de nuevo”. Sin duda regresamos a la casilla de salida en mejores condiciones físicas y materiales. Esta mejoría, sin embargo, aún no nos ha hecho inmortales.
Los mandatarios creen, ingenuamente, que la IA estará a su servicio y no al de la propia IA
Este es el marco distópico en el que nos movemos. Es un marco realista en el que solo importa el éxito, no la manera de conseguirlo. “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”, afirma el presidente de Argentina Javier Milei blandiendo una motosierra.
Los excéntricos tienen éxito porque consuelan a la masa. La bombardean con informaciones sesgadas y escandalosas, dardos que penetran en su intimidad, asustan, descomponen su capacidad crítica y la reducen a la indiferencia. Lo que ayer era muy malo hoy puede ser muy bueno. Todo se justifica con un buen influencer , con terror y represión. Y todo se perdona con el paso del tiempo y el girar del mundo.
India, por ejemplo, está ahora en buena relación con Afganistán. El régimen talibán es uno de los más atroces del mundo. Sigue la doctrina deobandi, una versión del islam más radical. Pakistán era el aliado natural de los talibanes afganos, pero se han distanciado porque hay talibanes paquistaníes que son terroristas. Las disputas territoriales y el terrorismo hacen de India y Pakistán enemigos irreconciliables. India, por tanto y en contra de sus valores, se acerca a Afganistán para perjudicar a Pakistán. En Kabul se ha encontrado con un viejo aliado, Rusia, el primer país que ha reconocido al régimen talibán. India puede ser el segundo. China, mientras tanto, mueve sus piezas. Es viejo aliado de Rusia y Pakistán, y ahora se deja querer por India. India corteja a China para compensar su mala relación con Estados Unidos, que la castiga con aranceles precisamente por mirar a Pekín y comprar petróleo ruso. Pakistán, entonces, se acerca a Estados Unidos. Paga a los lobbies de Washington que abren y cierran las puertas de la Casa Blanca, y Trump recibe en el despacho oval al presidente y al jefe del ejército.
Este forcejeo entre cancillerías recuerda a un mundo antiguo, del siglo XIX, regido por la fuerza y la geografía. Los únicos límites a la relación entre países eran y siguen siendo el de la fuerza militar y el interés comercial. Este es el mundo de Trump, amoral y realista, el mundo que los tecnólogos de la inteligencia artificial (IA) consideran inferior y, por tanto, exterminable.
Quien tiene la fuerza no renuncia a ella. Solo una fuerza superior puede moderar a una inferior. Hoy la fuerza más poderosa es la IA. Las empresas que la desarrollan son las más valiosas del mundo y atacan a cualquiera que intente regular el desarrollo de su tecnología, como la UE sabe muy bien.
Los mandatarios creen que podrán controlar a la IA. La necesitan para gobernar con más autoridad, para tomar decisiones con más rapidez y eficacia, para ser genios aunque estén locos. Creen que podrán conseguirlo si no le ponen límites y lo apuestan todo a las criptomonedas.
Lo malo para ellos es que no la entienden. Nadie la entiende. Los tecnólogos nos adelantan que pronto sabrá más que todos nosotros juntos y que hará el trabajo de muchos hombres, también el de ir a la guerra, gobernar y crear riqueza.
El hombre ha muerto en el mundo realista de Trump y en el tecnológico de la IA.
Debemos reconstruir los límites que levantan la moral porque dentro de ellos está el hombre
Si nos dejamos gobernar por un poder que no entendemos, habremos regresado al origen de la civilización, cuando los hombres confiaban en los dioses omnipotentes y en las fuerzas sobrenaturales. Este mundo sin límites físicos se habrá convertido en uno sin límites metafísicos. El Dios de Nietzsche seguirá muerto.
Por eso hemos de reconstruir los límites. Dentro de los límites que levanta la moral está lo que nos da la vida y nos hace hombres. Dentro de ellos no hay impunidad ni indiferencia. Hay respeto.
El respeto a la vida facilita la justicia y fundamenta la libertad individual, la igualdad y la dignidad de todos. Pedirlo parece una ingenuidad. “El respeto no se pide, se gana”, dicen los poderosos, pero hubo una vez, al final de la Segunda Guerra Mundial, que no fue así. Cansados de matarse, los hombres crearon un sistema de normas y valores, que está moribundo pero no muerto. Es nuestro límite vital.