Umar Nabi, doctor en terrorismo, sigue matando después de muerto y más allá de sus expectativas más salvajes, gracias a la aparente impericia de las fuerzas de seguridad indias. La pasada medianoche, un arsenal de 358 kilos de material explosivo estalló por motivos desconocidos en la comisaría que los custodiaba, en Srinagar, Cachemira. Este decomiso, de nitrato de amonio, potasio de amonio y sulfuro, había sido descubierto el domingo pasado en Faribadad y Saharanpur, a 50 y 180 kilómetros de Delhi, respectivamente. Algunos cuestionan la prudencia del traslado de los explosivos a lo largo de más de mil kilómetros, por mucho que la investigación hubiera partido de la comisaría que saltó por los aires, en el barrio de Nowgam de la capital del valle.
Fueron estas pesquisas, a partir de carteles de exaltación de la lucha armada, los que llevaron a la policía de Srinaganar hasta un círculo de médicos musulmanes, todos ellos cachemires, menos una doctora, que ejercían o impartían clases en hospitales y facultades a pocas horas de Delhi. Pocos indios estaban preparados para ver en televisión las imágenes de presuntos terroristas con bata blanca y estetoscopio.
La captura de varios de ellos, el domingo pasado, precipitó una extraña explosión de origen terrorista, el lunes a primera hora de la noche, junto a la boca de metro del Fuerte Rojo, en la vieja Delhi. Luego se supo que el conductor del vehículo, el citado Umar Nabi, médico cachemir de 36 años, estaba ente las trece víctimas mortales. Una deflagración que podría haber sido accidental, ya que ni siquiera se encontró metralla.
En cualquier caso, ayer viernes por tarde, las fuerzas de seguridad indias dinamitaron la casa familiar del presunto terrorista, tras haber interrogado a su familia y cotejado su ADN. El jefe de gobierno del “territorio” de Jammu y Cachemira, Omar Abdullah, criticó esta medida importada de Israel. “En Cachemira conseguimos no hace tantos años reducir la militancia armada sin recurrir a este tipo de métodos”. Una referencia a los años inmediatamente anteriores al ascenso de Narendra Modi, cuando el terrorismo en el valle era absolutamente residual.
Desde entonces se ha venido avisando del perfil cada vez más sofisticado de la militancia armada a favor de la independencia o, más a menudo, a favor de la integración a Pakistán del único estado de mayoría musulmana que permanecía (en un 70%) dentro de la Unión India.
El uso del pasado se debe a que, en 2019, el nacionalismo hindú que gobierna India le arrebató a Cachemira la condición de estado y desgajó de ella el enorme páramo budista y chií de Ladakh. Una medida de dudosa constitucionalidad, en el primer caso, hasta el punto que el Tribunal Supremo, tras estudiar los recursos, sentenció que debía restablecerse su Asamblea y restaurar su estatalidad “en breve plazo”. Una expresión inconcreta que ha permitido que esto último aún no se haya cumplido. La violación del espíritu federal de India, en este caso, tiene desde el punto de vista de Nueva Delhi un efecto más que buscado: la policía está en sus manos y no en las de Srinagar.
Sin embargo, la deflagración de ayer no ha hecho más que aumentar las críticas. También hay perplejidad en la capital india, que no experimentaba episodios de origen terrorista desde 2011. En un año en que los indios han visto la guerra con Pakistán nuevamente cerca y, casi acto seguido, al jefe de las Fuerzas Armadas de Pakistán almorzando en privado en la Casa Blanca, las especulaciones se han disparado.
En India Today, por ejemplo, el general retirado Dhruv C. Katoch, argumenta que el total de material incautado (hasta 2.900 kilos de fertilizante potencialmente explosivo, en manos no precisamente de agriculturoes), apunta a la preparación de una cadena de atentados, “seguramente hasta el Día de la República”. Este, que se celebra el 29 de enero, contará este año como invitados de honor con António Costa y Ursula von der Leyen, en representación de la UE. Más importante todavía, según Katoch -director de la India Foundation, cercana al BJP de Modi- podría ser la cercanía de la visita del presidente de Rusia, Vladimir Putin, prevista para dentro de tres semanas.
La cifra de muertos en la explosión presuntamente accidental de la pasada medianoche se eleva de momento a nueve, aunque dos de los 29 heridos están en estado crítico. Entre los fallecidos hay agentes, científicos forenses y un sastre. Algunos de sus restos volaron a doscientos metros de distancia.
El director general de la Policía del territorio de Jammu y Cachemira, en la Cachemira administrada por la India, Nalin Prabhat, aseguró este sábado que la explosión fue “accidental” y se produjo cuando los agentes extraían muestras del decomiso de material explosivo, producos químicos y reactivos, “almacenados de forma segura”, según él. “Cualquier otra especulación sobre la causa de este incidente es innecesaria.”
Sin embargo, tanto la demolición sin orden judicial de la casa familiar del presunto terrorista-a 15 kilómetros de la comisaría siniestrada- como las más de cien detenciones y mil quinientos interrogatorios a lo largo de la semana han caldeado los ánimos en la hermosa Cachemira. Disputada y conocida, durante los terribles años noventa, como el “valle de las viudas”.
