El autodenominado Tribunal Internacional de Crímenes ha condenado a muerte a la mujer que lo creó, Sheij Hasina, este lunes en Dacca. La exprimera ministra de Bangladesh, exiliada en India, ha sido juzgada en rebeldía y declarada responsable de la muerte de cientos de estudiantes durante las protestas que terminaron con su derrocamiento, en agosto del año pasado.
Los detalles de la sentencia a la pena capital, de 450 páginas, se irán conociendo a lo largo del día. A lo largo del proceso, solo se ha sentado en el banquillo uno de los tres encausados, el director general de la Policía durante la represión con fuego real de los disturbios. El mininstro del Interior en aquel entonces también ha sido juzgado en rebeldía, como Sheij Hasina.
Esta considera que el juicio ha sido una “farsa”. Sabe además a revancha, ya que dicho Tribunal Internacional de Crímenes fue creado en 2009 con el objetivo específico de juzgar por sus desmanes a los colaboracionistas de Pakistán durante la guerra de independencia de 1972. Al menos cuatro islamistas de Jamaa-e-Islami fueron condenados a muerte y ejecutados.
El gobierno interino, aun manteniendo el nombre del Tribunal, lo ha remodelado y ha redirigido sus baterías hacia la anterior primera ministra, con la que Bangladesh superó a India no solo en los índices de desarrollo humano sino también en renta per cápita.
Su veredicto no es neutral, ya que abona el camino para mantener la prohibición de su Liga Awami (AL), uno de los dos grandes partidos históricos de Bangladesh, de cara a las elecciones prometidas para el año que viene. Algo que haría prácticamente inevitable el retorno al poder del Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP), de su eterna rival, Jaleda Zia. Por lo menos sobre el papel, ya que su estado de salud, a los ochenta años, es precario.
Los hijos varones de ambas, que llevan décadas viviendo en el extranjero, se preparan para el recambio generacional, uno desde Londres y el otro desde EE.UU.. Con la diferencia de que este último, el hijo de Hasina, Sajib Wazed “Joy”, sería detenido nada más volver. Mientras que el otro, Tarique Rehman, que tan pronto como se fije la fecha de las elecciones regresará a Bangladesh, donde ya se encuentra su madre, Jaleda Zia. Ambos son, en cualquier caso, un símbolo del nepotismo y la corrupción para muchos bangladesíes.
No sería la primera decepción para los universitarios que contribuyeron a tumbar el gobierno legítimo de Sheij Hasina, sectario y autoritario a la vez que laico y progresista. Estos estudiantes, en muchos casos islamistas, fueron utilizados como infantería del cambio de régimen, pero quince meses después, prácticamente no han tocado poder en el régimen interino capitaneado por el banquero Mohamed Yunus. Una fórmula parecida a los dos años de gobierno interino, 2007-2009, también bajo tutela militar, en que estuvo al frente de Bangladesh el exgobernador del Banco Central, Fakhruddin Ahmed, casi tan bien relacionado con Washington como Yunus, por sus años como funcionario del Banco Mundial.
Soldados frente al Tribunal Supremo de Bangladesh, en Dacca, este lunes, día de su veredicto más esperado en años.
Mohamed Yunus goza de una gran reputación internacional desde antes incluso de que el comité de diputados noruegos le concediera el Nobel de la Paz por su Grameen Bank (la telefónica pública de Noruega, Telenor, controla el 55% de Grameenphone, la primera compañía de telefonía móvil de Bangladesh). Sin embargo, es un personaje mucho más controvertido en su país, donde es de dominio público que sus microcréditos van aparejados a macro intereses -casi siempre por encima del 30%- y sus destinatarios son mujeres por motivos estrictamente financieros: Estas, a diferencia de muchos hombres del lugar, tienen la costumbre de devolverlos. Todo ello llevó a Sheij Hasina a catalogarlo en su día como “sanguijuela de los pobres”, cuando el nombre del banquero ya se barajaba, hace más de quince años, como alternativa a las dos “begums” del BNP y la AL, permanentemente a la greña.
Tanto Hasina como Yunus son hoy octogenarios, pero la enemistad entre ambos no ha decrecido, aunque el futuro de Bangladesh ya no les pertenezca. La maquinaria de la persecución, en cualquier caso, está hoy en manos de Yunus y sus aliados en el BNP, en el islamismo y en Pakistán. Y el Tribunal de Crímenes, que nunca fue internacional bajo Hasina, tampoco lo es ahora, pese a su nombre.
Los islamistas querrían ver como el Tribunal en cuestión, que mandó a la horca a cuatro o cinco de los suyos por su papel en las matanzas de 1972, hace lo propio con la exprimera ministra que lo creó. Aunque está por ver que India vaya a extraditarla, aun habiendo un tratado en vigor.
Quien no pierde detalle es India, la gran perdedora con la abrupta salida del poder de Sheij Hasina. Esta se libró de una muerte segura en 1975, al encontrarse en el extranjero, cuando su padre, Sheij Mujibur Rahman -a la postre, “padre de la patria”- su madre y varios de sus hermanos fueron asesinados. Aquel golpe militar terminó con el marido de Jaleda Zia en el poder, pero sería el principio de décadas de inquina, continuada por esta última, ya como viuda. Ambas se alternarían durante dos décadas, intercambiando el signo de la persecución política.
Si durante la década pasada era Pakistán quien estaba a la defensiva, con aliados de Nueva Delhi en el poder, tanto en Afganistán como en Bangladesh, ahora es India. Prácticamente todos sus vecinos, uno tras otro, están siendo objeto de “revueltas populares”. Así fue antes en Sri Lanka y así podría ser en Nepal, cuando el gobierno interino salido de la última revuelta dé paso a nuevas elecciones.
El acercamiento táctico de India al Afganistán de los talibanes no es ajeno a la luna de miel entre Bangladesh y Pakistán, tras dos décadas de extrañamiento. En contra de lo esperado, China ha terminado cayendo de pie en Bangladesh. La advertencia de la diplomacia pequinesa de que ”estamos asistiendo a cambios no vistos en un siglo” es válida también en el subcontinente indio.
Cabe recordar que Sheij Hasina fue criticada por volver a ganar de forma avasalladora las elecciones de enero de 2024, a las que el opositor BNP optó por no presentarse. Poco después, antes de su derrocamiento, Hasina declaró que “un blanco, de un país extranjero” le había prometido poner punto fina a las críticas y las sanciones si les cedía “una base en la isla de San Martín”. Hasina se negó.
Pero el mes pasado, un destructor de la armada de los EE.UU. atracaba en Bangladesh por primera vez en la historia. La bahía de Bengala pronto podría dejar de ser un lago indio. Pero no puede asegurarse todavía que los bengalíes vayan a renunciar a una figura autoritaria y maternal para meterlos en cintura.
